(Hacia una ecología de la atención)

Los megaproyectos llegan también a las actividades agropecuarias. Macrogranjas de cerdos ( cada una de 1.000 en 1.000 cabezas) y ahora de vacas ( de 5.000 a 23.000) están generando un gran movimiento social en toda España visibilizando tanto contaminación de aguas y suelos como  la eliminación definitiva de los más pequeños campesinos que ven como poco a poco el acaparamiento de los grandes tinglados llega a sus terruños.

Entre el vaciamiento de parte del interior hispano y la confusión climática acerca de las responsabilidades de las actividades agrarias en el cambio climático, los grandes de los alimentos aprovechan la ocasión para adquirir toda la sucesión productiva que va de la granja a la mesa. Ya no son los agricultores y las agricultoras los necesarios sino los conceptores de proyectos y los explotadores del territorio, los cuales van en búsqueda de ocurrentes políticos que les sostengan.

En Extremadura, la propuesta de un futuro apoyo económico agropecuario viene de la mano de la denominada “azucarera” (refinado de azúcar) a situar en el espacio industrial ExpacioMérida, pero al cual se le tendría que comprometer el cultivo de 20.000 hectáreas de regadío de remolacha solo el primer año, llegando hasta las 42.000 hectáreas como cultivo rotativo.  Hasta ahora era un cultivo marginal, pero de llevarse a cabo se publicita como la solución definitiva al futuro de los campos de regadío, representando incluso el 50% del total de las Vegas de regadío.

Esta industria azucarera es un proyecto anunciado hace cuatro años (mayo, 2017), con inversores multimillonarios de Emiratos Árabes Unidos, con otras industrias asociadas prometidas, en una región eminentemente agronómica que no solo precisa de un alto consumo de agua y energía, si no de inversiones extra por parte de agricultores que deberían formarse y adaptarse con nuevas inversiones lo más rápidamente posible.

Un proyecto productivo que debe estar cercano a la industria de refino a fin de abaratar los costes, pero aun así a los promotores de Dubai (poseen una de las mayores fábricas de azúcar del mundo) se les propone ampliaciones de cultivo en el Alentejo y en la provincia de Sevilla, suministrados a través de una línea ferroviaria. Todo el esfuerzo administrativo se pone en sinergia y se facilita de manera notable, cuestión que deja de desear para el resto de las iniciativas que supongan tener un sector agroindustrial reunificado, sostenible, sano y limpio.

Ahora, de igual manera que con la mina de litio en la ciudad de Cáceres, el posicionamiento del ayuntamiento de Mérida es clave, y a día de hoy le ha retirado todas las ventajas fiscales y de suelo, suponemos que no aun del precio de la energía con la que la planta debe suministrarse, y el consumo de agua requerido. A fin de facilitar la competencia dentro del mercado munidal, no hay más remedio que su instalación deba ser contemplada como de utilidad pública con los mínimos costes fijos. La Junta de Extremadura quiere que sea el propio Ministerio de Agricultura a quien los promotores presenten el proyecto definitivo quizá a fin de que se pueda contemplar a los fondos y las ayudas de los Planes de Recuperación europeo para su posible instalación.

Por tanto, un nueva macropropuesta de monocultivo agrario, con las circunstancias actuales de clima, recursos de agua y energéticos, acabaría con las propuestas de escala adaptada a la población agraria extremeña, así como a un tejido de transformación industrial propio cooperativo.  Algunos sindicatos agrarios que lo apoyaron, lo hacen bajo el eslogan de “diversificación de los cultivos y rotación de las explotaciones”. ¿A quién quieren engañar? Quizá a ellos mismos en un intento de no desaparecer, dado también su poca pericia para crear, entre todos, una transición agroecológica, un sector multifuncional y lo sufrientemente comprometido con la soberanía alimentaria. ¿O acaso creen que el azúcar va a salvar el recambio generacional requerido? Para las últimas dudas sobre el cultivo y consumo al respecto proponemos la lectura de ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ (Nazaret Castro y Laura Villadiego, 2013. Ahora en abierto)

Hoy cualquiera puede entender que las actividades agrarias, en Europa, no son exclusivas de un único sector, el primario, pues toda la cadena hasta llegar al plato es hoy una “cadena de valor” que nos puede ayudar a entender ciertos movimientos financieros relacionados con un servicio o producto y de cómo sacar, de él, el máximo beneficio económico sin otras consideraciones. Un beneficio que oculta tanto la afección sanitaria, medioambiental o de agotamiento de recursos, como su conexión con la pobreza, la malnutrición y el desperdicio emitido, aspectos que toda agricultura y ganadería agroecológica, regenerativa, sana y limpia tiene en cuenta e integra en el coste justo.

Si en la situación actual comprendemos mejor que la producción de alimentos está relacionada con la seguridad alimentaria, y que el acto de comer con atención implica tener en cuenta también la procedencia de las materias primas, de los ingredientes y hasta de cocinarlos, cosa que en el confinamiento hemos recuperado, algo más de dignidad deberíamos tener para con los campesinos y campesinas más cercanos.

Pero no solo de “la mesa” llegarán los cambios adaptativos, se precisa de una sociedad que lo asuma sin complejos. Tanto los monocultivos como el acaparamiento de grandes superficies de tierra para crecer y producir más, a los cuales las grandes distribuidoras fijan condiciones, al final nos debilitan, nos dejan en manos de unos pocos muy grandes, pero en pueblos abandonados y sin jóvenes, aunque desde las multinacionales los denominen 4.0 para así acaparar los fondos europeos por llegar.

¿Qué hacer en Extremadura?

La agricultura y la ganadería industrial contemporánea, por sus efectos de macroproduciones intensivas, no deberían tener cabida en ningún modelo ni estrategia industrial en Extremadura, fundamentalmente porque entraría en un consumo absurdo del uso mayoritario de fertilizantes de síntesis, donde el fósforo ya está empezando a devenir un elemento raro debido a su gestión inadecuada. Asimismo, son industrias de enormes producciones masivas que obligan a esquilmar el suelo, principal preocupación a nivel europeo y que solo una ley básica de protección de suelos fértiles puede impedir.

Seguir apostando por una agricultura de alta mecanización, de despilfarro de agua, de monocultivos intensivos, en la situación actual de necesidades hídricas contenidas y de un petróleo que se acaba es un engaño irresponsable, máxime cuando las condiciones persónales y de hábitat humano apuntan a que toda la cadena de valor agrario extremeño debe llegar a ser agroecológica, tanto la comercialización corta como la larga. Los productores convencionales de alimentos extremeños necesitan formación y asesoramiento y no métodos de producción masiva y siempre a menos precio. Necesitan que las herramientas técnicas agroecológicas y regenerativas sean la realidad que los hijos e hijas, con una formación mayor, y que han visto a sus padres apenas malvivir, puedan ser los herederos que consigan la dignidad del trabajo agropecuario.

El futuro de Extremadura necesita que los modos convencionales de producción, distribución y consumo agrarios se crucen con los agroecológicos, limpios, sanos y justos.