El martes, cuando los ciudadanos de esta vasta región conmemorábamos el Día de Extremadura, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, utilizaba la cámara de representación territorial para justificar ante los herederos de ETA la política penitenciaria que ha trazado desde que llegó a Moncloa. Es más, Pedro el de Pablo lamentó «profundamente» en la Cámara Alta de las Cortes Generales la muerte de Igor González Sola, miembro del Comando Donosti, el grupo armado que llevó a cabo el secuestro y asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco el 10 de julio de 1997.

Más de medio centenar de víctimas de la banda terrorista ETA, 55 para ser más exactos, nacieron en Extremadura; policías locales o miembros de la Policía Nacional o la Guardia Civil, soldados o mandos del Ejército o simples ciudadanos a los que un atentado les segó la vida cuando intentaban disfrutarla. Y así hasta más de 800 asesinatos en toda España que quedaron impunemente masacrados en el Senado, que es el órgano constitucional que representa al pueblo español.

Sánchez destrozó en tan solo unos minutos toda la historia del PSOE de Pablo Iglesias, el de la madrileña Casa Labra, que no el de Galapagar. Pero lo peor de todo es que su actitud reincidente le aparta de cualquier atisbo de patinazo verbal y le convierte en cómplice de quienes con su tenebroso ideario político han atemorizado durante décadas, pistola en mano, al País Vasco.

Igor González cumplía desde 2005 una condena de 20 años de prisión por colaboración con banda armada, depósito de armas y falsificación de documento oficial y se quitó la vida libremente hace unos días en la prisión vasca a la que había sido trasladado este mismo verano. Este individuo pertenecía a la banda terrorista ETA, la que asesinó a las 8.15 de la mañana del 15 de diciembre de 1994 en la calle Adarra de Lasarte al sargento extremeño de la Guardia Municipal de San Sebastián, Alfonso Morcillo. O la que quitó la vida al agente de la Policía Municipal de Tolosa, el extremeño Antonio García Caballero, a las diez de la noche del 21 de junio de 1978 con tan solo 26 años. O la que protagonizó a las ocho de la tarde del sábado 18 de octubre de 1975 en Zarauz el atentado contra el guardia civil Manuel López Triviño, natural de Monterrubio de la Serena, casado y padre de seis hijos.

Pedro el de Pablo ha perdido el norte. Su inédito gesto en el Senado, que en modo alguno ha de entenderse como un desliz, ha revuelto las entrañas, no sólo de aquellos que perdieron a un familiar en atentado terrorista, sino de buena parte de la sociedad española y de muchos socialistas de bien que claman para que el llanero solitario suelte las riendas de un partido que está haciendo trizas. Sánchez el petulante es de los que hablan porque les gusta oirse y da la sensación de que cada movimiento que realiza es un gesto de venganza contra aquellos que en octubre de 2016 le obligaron a dimitir como secretario general del PSOE, dos años y tres meses después de ser elegido por los militantes.

Cada palabra, cada decisión de Sánchez el autoritario, es una puya para quienes en aquel comité federal, entre gritos, llantos e insultos, le derrotaron votando a mano alzada la celebración de unas primarias en las que elegir nuevo secretario general, sin sospechar que Pedro el de Pablo es como el Ave Fénix, que por más que perecía terminaba resurgiendo de sus propias cenizas. Hasta que cambie la historia y se transforme en leyenda negra, como le sucedió al atroz monarca castellano Pedro El Cruel, que fue decapitado por su hermano bastardo.