De “La rebelión de las masas” a la sumisión de las masas, al manejo del pueblo. Con frecuencia, me sorprende que algunas ideas de sociólogos, publicistas o propagandistas las ha descubierto y aplicado, con anterioridad, el pueblo llano y de forma efectiva. Para los que conocen la vida de los pueblos, a veces, impresiona que las grandes ideas las simplifica el pueblo con gran anticipación y eficacia.

La doma de un potro, de una vaca, de un mulo suele tener el siguiente proceso. Para el potro “indómito”, lo primero que intentan es que soporte algo como la montura o la albarda de la forma menos agresiva. El montar a un potro libre no domado, supone la rebelión, los saltos, los brincos, los esfuerzos del potro por tirar al jinete al suelo y quedar libre. Esta acción repetida termina porque el potro salvaje se habitúa, renuncia a su libertad y, al final, acepta la sumisión ante la fusta del jinete.

Lo mismo ocurre con un novillo al que se doma para tirar de un carro o del arado. Primero se rebela, rechaza el yugo; pero, al final, se acostumbra y viene a que le pongan el yugo con la simple llamada del gañán, mientras este le premia con una cáscara de melón o algo que le apetezca.

Media España en rebeldía, ante las imposiciones de quienes la quieren tener sumisa y manipulada, tiene el mismo proceso, salvadas las distancias. Al final, las masas se habitúan y se conforman con la cáscara de melón, el azucarillo que les da el jinete o el pesebre social que permite aceptar lo ética y moralmente inaceptado con anterioridad.

“No se preocupen, ya se habituarán y vendrán a comer de la mano”. Esta es la filosofía que mantiene nuestro presidente para someter a más de media España a sus intereses ideológicos y personales.

Al final, las masas rebeldes estarán agradecidas por haber sido engañadas, manipuladas, para aceptar con sumisión el yugo y las imposiciones del poder, de la fuerza, de la mentira y de la propaganda.

Traducido a otro lenguaje, podríamos decir que el hábito social es el asesino del acto individual libre. El hábito programado por el poder, la costumbre, es el pensamiento repetido para la masa que da por bueno el mal sufrido porque el hábito le ha puesto en condiciones de olvidarse de las humillaciones y renunciar a su acto libre, a la libertad personal. Ya no piensa el individuo, piensa el colectivo. Puestos en la “resbaladera”, lo más fácil es resbalar hasta el fondo del precipicio, hasta donde quiera el manipulador. Han perdido la inocencia del acto libre y se han sometido al hábito manipulado, a la costumbre, que mata la libertad del acto. Es el paso de la verdad al interés, de lo justo a lo práctico, a lo útil, de la conciencia de la injusticia a la aceptación de la injusticia por intereses inconfesables.

El planteamiento no es de ética social, de justicia, de equidad. Por el contrario, se trata de buscar la “droga” más conveniente para que la masa piense que es mejor humillarse que rebelarse, dadas las amenazas de la fusta, o el pesebre, del domador.

Esta es nuestra situación como españoles cuando se compra la presidencia del gobierno por siete votos, por los cientos de millones que hagan falta porque los pagará el pueblo español. Lo pagaremos nosotros, los agredidos por esa ambición exacerbada de poder y por satisfacer a las minorías separatistas y golpistas que pretenden modificar la Constitución a su antojo, de forma tramposa, “comiéndose la torta y, aparentemente, dejarla entera”.

Desde este momento, la manipulación del lenguaje permite que el delito se convierta en un bien objetivo y el delincuente, en el ciudadano más honrado al que hay que agradecer el incumplimiento de la ley y compensarle del mal trato recibido. Por el contrario, los que aplicaron la ley deben ser condenados por haberla aplicado y que algunos simplificarían con un eslogan repetido: “delincuentes a la calle, jueces a la cárcel”.

No comprendemos que los jueces, que cumplen y aplican la ley, puedan convertirse en los enemigos del pueblo porque sean los golpistas y delincuentes los que hacen la ley a su medida para aplicársela a sí mismos, con la complicidad y el protagonismo del propio Gobierno.

No hace falta ser un intelectual para comprender cómo el proceso al que está sometida España, con la amnistía para todos los delincuentes golpistas y asimilados, hace que estemos en una situación de grave peligro de destrucción para satisfacer la ambición personal de un candidato y los intereses de unos golpistas y delincuentes convertidos en héroes.

¿Qué pensaríamos si se pusieran en venta las alcaldías de las cincuenta provincias para satisfacer los intereses políticos de un candidato? Una sociedad sin moral, sin ética, está llamada al descalabro social, a convertirse en un botín de guerra o en un vertedero social.