En toda situación de conflicto se nos trata de marcar a héroes a los que jalear y villanos a los que aborrecer. Para que esta estrategia surta efectos, unos y otros deben estar perfectamente identificados, comprender un grupo compacto, sin matices. Trazar rayas claras de dónde están unos y otros.

El problema que tiene esta infantilización del razonamiento y el análisis es que, al delimitar grupos, se nos quedan muchas personas fuera de ambos, en la zona gris. No sabemos si aplaudirles, escupirles o pasar indiferentes a su lado, fingiendo que no les vemos, como hacemos con quienes piden dinero en nuestras calles.

Por centrar el tiro, me referiré a los rastreadores. ¿Quiénes son?, pregunto. La respuesta: médicos y enfermeros, y también militares, objeto de decenas de reportajes cuando una televisión no sabía bien cómo rellenar los 20 minutos diarios de pandemia.

Se acabó. Círculo cerrado. Ellos y solo ellos son los que realizan decenas de llamadas, intentando delimitar contactos, y ellos y solo ellos viven el estrés de estar asumiendo una tarea adicional, que se suma a la que ya venían realizando.

¿Seguro que ellos y solo ellos? No, también los farmacéuticos del sistema público, también los veterinarios del sistema público, están en esa labor, y están realizando equilibrios para cumplir con sus tareas y además apoyar los rastreos.

Pero son invisibles, ninguna autoridad les menciona, y la ciudadanía ignora lo que están haciendo. No pidan que salgan a aplaudirles: no saldrá nadie.

Porque reconocer que este personal está dejando sus tareas de lado, aplazándolas o cumpliendo como pueden para apoyar los rastreos sería reconocer la imprevisión, que no se contaba con gente suficiente si venía una segunda ola de contagios y había que delimitar contactos, y fruto de ello es que se ha tenido que echar mano de lo disponible y lo indisponible.

Pero hete aquí que la segunda ola llega, y entonces no solo se pasa a la invisibilidad de la mitad de los rastreadores, sino que se toma por norma sostenella y no enmendalla, como premisa.

Porque las farmacias se ofrecen a colaborar en los test, cuya prontitud en resultados es la que marca si un brote se controla o se descontrola, pero se les dice que no, y eso que el personal encargado de ello está saturado y las pruebas se retrasan. Se llega incluso a decir que no son personal sanitario. ¿Por qué se hace esto? Pues supongo que por lo mismo, porque hacerlo sería reconocer que no hay personal suficiente.

En vez de ello se usa un protocolo donde cabe todo: se nos dice que no hay que hacer test a los contactos estrechos, simplemente que se queden en casa diez días, y si no dan síntomas, hala, a la calle (en el caso de los positivos se ha llegado a hacer una sola prueba, la que dio positivo, y decirles que cuarentena 14 días con tres días sin síntomas, y punto).

Pero veamos: A convive con B y C. Un amigo de A, pongamos D, empieza a tener síntomas y, tres días después le llega el resultado de la prueba: positivo. A y D estuvieron juntos dos días antes de que D tuviera síntomas, es decir, cinco días antes de confirmarse el positivo.

Dos días después de confirmarse el positivo (es decir, siete días desde que A y D estuvieron juntos), llaman a A, como contacto estrecho, y le dicen que cuarentena 10 días desde el contacto con D.

¿Le harán la prueba? Lo más seguro es que cualquiera sabe, pero en el mejor de los casos, será dos o tres días después y el resultado otros dos días más. ¿Y mientras tanto B y C como convivientes? Nada, dice el protocolo que no tienen que hacer nada.

Pongamos que le hacen la prueba a A. Sumemos: siete días hasta que le llaman los rastreadores, mas dos días para citarle, mas dos para el resultado. Once días en total desde el contacto. Pongamos que da positivo: once días en los que B y C han estado yendo a trabajar, de compras, han quedado con amigos, han visitado a familiares….

¿Y ahora qué? Pues ahora nada, la culpa es nuestra. No de que no se hagan suficientes rastreos ni test. No, la culpa es nuestra. Concretamente (hay que buscar un villano bien reconocible) de los jóvenes. Así, en general. Asunto resuelto, la pandemia sigue, pero al menos hemos desviado la responsabilidad hacia otros.

Así que ya tenemos héroes (médicos y enfermeros) y villanos (los jóvenes). Luego están los invisibles, farmacéuticos y veterinarios, y el público aplaudidor o abucheador según el cartelito que saque el regidor: esos somos usted y yo.