Unos cuantos son los monstruos que habitan en mi memoria infantil y extremeña, algunos, terribles seres que robaron la candidez de mi sueño aniñado o “de chico” que decimos por aquí. El más antiguo de ellos es El Drago, el dragón, un leviatán que vivió en la Extremadura oculta y cuyos terribles bramidos se escuchaban en las noches oscuras desde las Hurdes hasta las Vegas de la Ribera de Gata en Moraleja. El Drago era un ser maligno, mitad hombre, mitad basilisco de la edad antigua que vivía en una cueva en el camino que transcurre entre Pozuelo de Zarzón y Santa Cruz de Paniagua.

Cuando tenía hambre bramaba, y su bramido daba tanto miedo que las buenas gentes de las cuencas del Tralgas, el Árrago y el Ribera de Gata, le hacían ofrendas, entregándole cada noche un ternero o un carnero que aquel demonio se llevaba a su cueva, colgaba de una argolla y despedazaba para luego introducirlo en el horno cavado en la roca y asarlo a su gusto. Pero no siempre había ofrenda, pues no había animales suficientes para alimentar el voraz apetito del caudillo de los valles, así que el Drago, cuando no había presente, en mitad de la noche oscura raptaba a una doncella virgen que llevaba a su cueva para despedazarla como si fuera una novilla: fue durante mis primeras edades, aunque dicen que un mes de noviembre, y ante la escasez de vírgenes y terneras, marchó para el lugar de donde parece ser que procedía, la lejana África, y nunca más se supo de él.

Luego llegó el Tío Camuñas, que ocupaba los rincones más oscuros de las “trojes” y se llevaba a los niños que se portaban mal al grito de «¡Que viene el tío Camuñas! Aunque a decir verdad la historia fue cruel con él, pues al parecer el tío Camuñas, que era de Camuñas, en Toledo, fue un rebelde que luchó contra las tropas napoleónicas. Francisquete se llamaba, y en una de sus cartas decía: “Yo no he estudiado nada, pero sé por la luz natural que un pueblo oprimido es un pueblo que sufre violencia”.

Aunque el que más miedo nos daba era “el hombre del saco”, que vagaba por las calles con un saco para llevarse a los niños extraviados fuera del redil, reaccionarios o rebeldes. Así que antes de que anocheciera, y por temor a tan diabólico ser, procurábamos regresar temprano a casa y sin rechistar. En realidad el hombre del saco, que bien pudiera haberse llamado Billy el Niño en la cultura sajona, fue un hombre tuberculoso al que una bruja dijo que para sanar bastaba arrancar las entrañas de los niños y colocarlas sobre una llaga en un costado al tiempo que se bebía su sangre.

Y también el “Coco o Cucu”, en los albores de la pubertad, un fantasma que aparecía a los niños que no querían dormir alimentados por la necesidad de soñar despiertos, con una calabaza en las manos a modo de cabeza y que era para asustar a los que “no estaban bien del coco”. A mí me daban especialmente miedo los “cucuruchos”, que es como se llama a los capirotes que usaban los inquisidores y el Ku Klux Klan, que los fanatismos nunca fueron buenos. Todavía dan miedo cuando los veo desfilar en algunas procesiones de Semana Santa, como la del Cristo Negro en Cáceres.

Ya en mi edad un poco más adulta, al margen de escorpiones o alacranes, que es como los llamamos aquí, y que también dan verdadero pavor, el ser más peligroso que he encontrado en mi camino es el «Gallo veleta”. Ser un gallo ya es digno de profundos análisis por las connotaciones que tiene así, de valiente “gallito”, que de cobarde “gallina”, en cuanto aparece al zorro. Ya, como decía, ser un gallo es jodido, pero además ser un gallo veleta forjado en los fuegos de la fragua del odio y el rencor, con un solo ojo al que se traspasa por ambos lados, es una desgracia, pues siempre está a merced de los azotes del viento, y ya sabemos que según en qué dirección sople, procede nuestro caminar por los senderos de la vida.

En esta tierra cuando el viento llega de Portugal sabemos que trae agua para regar nuestras huertas, cuando viene del norte, de la meseta salmantina, frío para curar y orear la chacina… A veces cuando los vientos no son favorables, sino huracanes devastadores y temibles, sacabas tu tirachinas y apuntabas hacia él, pero el gallo veleta no sólo domina las alturas, sino que además está forjado en los fuegos de las fraguas.

Hasta aquí toda una pesadilla que tuve anoche y en la que se me aparecieron todos los monstruos y diablos que ocuparon mi infancia y que sobreviven en mi memoria. Me he levantado y tras acicalar mis ojos, he tomado mi taza de café y he abierto la habitación de mis hijos: Manu soñaba con valientes guerreros y Sergio con preciosas princesas. He sonreído feliz de que mis hijos estuvieran a salvo de “mis” monstruos y engendros.

He abierto el portátil para leer la prensa y…se me ha caído la taza al suelo, cuando en todos los titulares el «Gallo veleta» sobrevolaba las alturas, escoltado por legiones de alacranes y junto a él, casi de la mano, el horrible «Hombre del saco», mientras una pandemia terrible amenaza con devorarnos.