Hace unos días se planteaba el periódico ABC, en temas científicos, la siguiente pregunta: ¿Y si la próxima pandemia la genera una inteligencia artificial?

No se trata de crear alarma sobre la inteligencia artificial, por otra parte, con posibilidades tan extraordinarias si se usa adecuadamente. El problema parece ser el control de ciertas “recetas o algoritmos”.

Estamos ante un cambio de valores que, de algún modo, nos lleva a cambiar de mundo. La verdad ha sido uno de los pilares más serios en que se apoyó la humanidad para una convivencia pacífica y su propio progreso y desarrollo.

Ahora, hasta los propios científicos, como José Ignacio Latorre, tienen sus dudas. No importa la verdad, que “desaparece” como objetivo. La misma ética puede que sea utilizada como un bien privado. Si lo que importa a los estudiosos de la inteligencia artificial no es la verdad, sino los beneficios de utilizar ciertos algoritmos, el riesgo es evidente. Cuando se habla de grandes números, parece que los millones deslumbran a muchos, que no dudan en decidirse, no por la verdad y lo más conveniente para toda la humanidad, sino para intereses privados que someten los intereses de todos a los suyos.

Nuestros queridos sentidos (como la vista, oído, tacto, gusto), que nos han servido para transmitirnos la verdad y entenderse entre los hombres de buena voluntad, se están devaluando y desprestigiando cambiando el oro por papel, la verdad por lo que no es verdad, la probabilidad. Pero como hay más probabilidades que verdades y se está prefiriendo la cantidad frente a la calidad, estamos en grave peligro de perder lo más serio, lo más riguroso, lo que, en principio, es un bien inigualable para la humanidad.

Si se desvirtúa y se niega el concepto de verdad para convertirlo en probabilidades, estamos destruyendo las catedrales para hacer chabolas, que siempre serán más y darán más beneficios.