La salud mental habría que planificarla y cumplir los criterios diagnósticos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la clasificación internacional de enfermedades; lo que define por tener un trastorno de ansiedad, depresivo, por abuso de sustancias, disfunción sexual, esquizofrenia o autismo, por citar algunos.

¿Tiene que ver lo socioeconómico con adolescentes y jóvenes -en concreto entre los 9 y los 18 años-, donde se ha detectado un aumento de trastornos de la conducta alimentaria, autolesiones e ideaciones suicidas? ¿Y el uso nocivo de las redes sociales, los móviles y el juego?

Se trata de una ley de salud mental de espaldas a los profesionales, que nace en contra del colectivo profesional, al que descalifica, formando parte del proceso de voladura social, en el que parece no escapar nadie. Asimismo, admite que “los psiquiatras solo pueden utilizar fármacos, como los antipsicóticos, si el paciente tiene en ese momento sintomatología psicótica franca aguda”. La sociedad debe denunciar, “por bien de los enfermos” como una injerencia en la regulación y control de los medicamentos, en base a sus diagnósticos políticos, ignorando que, en el uso de los medicamentos nos atenemos a las agencias científicas internacionales evaluadoras de los fármacos, como la FDA estadunidense, la European Medicine Agency o la Agencia Española de Medicamentos. Y que la mayoría de las alteraciones mentales, no se tiene conciencia de enfermedad, en situaciones agudas o crónicas”.

Esta norma está alejada de los estándares internacionales de lo que debe ser una estrategia basada en el conocimiento actual y, en palabras del Dr. Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquitaría, “sigue plagada de eufemismos y vaguedades y de muchos aspectos que son obviedades. En la que aparecen entidades que no están validadas ni recogidas en clasificaciones clínicas internacionales, como las compras compulsivas, que son alteraciones de la conducta, pero que no se asimilan a un trastorno mental, al menos no lo hace aún la comunidad científica”.

Todo esto forma parte de un plan que está desarmando y desprestigiando todo, los tribunales o la Guardia Civil, ya que se les califica como una amenaza a la democracia y de que no sirven a España ni a su ciudadanía.

O, los ataques a la infancia y a sus padres, desde los 5 años, en los que la alcaldesa de Getafe (PSOE) se propone que los niños tengan «relaciones sexuales satisfactorias» o que los alumnos de Primaria de Getafe reciben guías sexuales cuyas autoras reconocen que no son para niños. Esta ha sido “financiada por el Ministerio de Sanidad, en la que se dan consejos para inyectarse drogas «de forma segura» durante la práctica sexual”. ¿Es esta toda su apuesta sobre la salud mental?

De acuerdo con Fernando Savater, “la consecuencia de haberse entregado a esta polifonía de identidades que en vez de buscar lo universal busca las minorías más extravagantes y más fuera de la lógica de la biología. Dar la razón a los más chiflados, que es un poco lo que está haciendo la izquierda en este momento, me parece preocupante”.

Y, lo que faltaba por demoler y denigrar: la llamada violencia obstétrica.

Este término supone un ataque directo contra los médicos especialistas en ginecología, matronas y demás personal sanitario que participa en el seguimiento de los embarazos y partos con el fin de preservar la salud de la mujer y del bebé. “No atentamos contra los derechos fundamentales intencionadamente ni actuamos arbitrariamente. Exigimos no confundir los términos y las problemáticas, pues puede conducir a un daño irreparable en la confianza necesaria en la relación médico-paciente y a un enfrentamiento de las mujeres necesitadas de asistencia con quienes deben prestársela. (Ginecólogas y Psiquiatras bajo sospecha”, según Mª Isabel Moya, vicepresidenta primera del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM)).

Vuelvo a retomar lo que sí sería una verdadera ley basada en evidencias. Nuestra realidad es que formamos una unidad inseparable: cuerpo, mente y ambiente. El plan debería considerar esta unidad inseparable.

No hay plan de salud mental si no incluye el ejercicio físico para la recuperación y mantenimiento de la salud mental y física, y del buen ánimo. Los oncólogos lo están recetando, sí, recetando como un tratamiento preventivo de alto nivel en igualdad con la quimioterapia. El 60% de las enfermedades afectan a la salud mental. Por ejemplo, un hipotiroidismo puede manifestarse con una larga temporada de depresión y algunas otras enfermedades como algunos cánceres. La salud mental es también, a la vez, la salud del cuerpo.

El ejercicio es un gran antidepresivo, ansiolítico y estabilizador de nuestra salud total. Mejora el aporte de nutrientes y el riego al cerebro, incrementa la memoria, también la agilidad mental, la plasticidad en las conexiones neurona a neurona, la angiogénesis, mejora los circuitos cerebrales deteriorados por traumas, por la edad, por la depresión, y genera sustancias que son nutrimento de las neuronas.

Después del ejercicio nos sentimos más ágiles porque mejoran su funcionalidad los llamados ganglios basales que comandan la precisión y tino de nuestros movimientos. Esto se produce porque incrementa las funciones de las cortezas motoras, de la médula espinal y del cerebelo. Dichos cambios van a potenciar el aprendizaje y la planificación del movimiento, la estabilidad y reconstrucción del estado de salud y de ánimo, así como la valoración que hacemos de nosotros mismos, porque se han reajustado y reseteado numerosos procesos metabólicos.

De la actividad física depende la conservación de la salud del cerebro y de la totalidad del cuerpo incluyendo la flora intestinal que también le afecta la falta de ejercicio. Flora que se comunica con el cerebro, por ejemplo, a través del nervio vago, eje cerebro-intestino.

Sin ejercicio físico diario, no hay plan científico de salud mental ni tratamiento verdadero de la mente. Podemos decir que cualquier intervención en la salud mental debe incluir 300 minutos de actividad aeróbica semanal, combinando ejercicio moderado y vigoroso. Algo difícil debido al precio que tienen los gimnasios, a los que se le ha subido el IVA -terrible confusión-, pues no son un artículo de lujo, son un medicamento que ahorraría millones a las arcas de todos.

Nuestro cuerpo: Somos más microbios que persona, por cada gen que tenemos en nuestro genoma, hay otros 100 que vienen de microorganismos que nos habitan y que forman la macrobiota, esenciales para la salud en humanos y su supervivencia, para poner a punto y entrenar el sistema inmunitario, sin ellos no somos viables. En el plan de salud mental hay que tomar en cuenta este apartado. Por tanto, medicina preventiva, no valen ideologías para desacreditar a la ciencia y los científicos ¿Este tipo de medicina estará incluida?

El 60% de los pacientes que acuden a un centro de salud tienen un componente mental. Eso es algo que sabemos desde hace más de cincuenta años, que todo padecimiento nos desequilibra. Algunos médicos lo han entendido pero el sistema de salud no tanto, dada la precariedad con la que se trabaja en esos centros y no por culpa de los sanitarios. Llevamos maltratando a la atención primaria española desde, al menos, la crisis financiera de 2008 y, después de 10 o 12 años, el castigo se le nota cada vez más. Hablamos del primer nivel asistencial como una especie de elemento distribuidor del sistema sanitario, pero frecuentemente olvidamos que el 85% de los problemas se resuelven en él.

El ambiente socioeconómico tiene escasa influencia, cuando se ha tenido una educación emocional en los primeros años, si no, la persona a medio desarrollar es carne de cañón para ingenieros sociales, demagogos y demás. Personas que de partida salen a medio educar sus sentidos, sus emociones, sus habilidades psicomotoras, su capacidad de razonar, atender, concentrase,  crear su propio criterio…, lo tendrán difícil a la hora de construir su proyecto vital.

También la genética: Podemos heredar muchas tendencias nocivas de nuestros bisabuelos hasta llegar a nuestros padres, como la violencia, el descontrol, la superficialidad, el egocentrismo o el fanatismo, cuando nuestros padres no nos han ayudado en los primeros años a paliar lo que luego, de adultos, será negativo para el individuo y la sociedad.  A esto podemos incluir la educación en el fanatismo, que pasa de una generación a otra.

Nuestro cuerpo y nuestro cerebro se pueden ver afectados por las condiciones ambientales tipo clima, la contaminación causa ya más mortalidad cardiovascular que el colesterol alto, el sobrepeso o el sedentarismo.

A corto plazo podemos cambiar poco nuestra naturaleza.  Y, no quiero decir que lo político, el desánimo colectivo que nos están causando, el envolver todo en la propaganda y el presenciar la lucha por el poder de sus habitantes como meta principal, no nos esté minando -y no solo la salud-, al enredarnos en su división y fragmentación en la que ellos mismos se encuentran.

Un ambiente que está destruyendo la convivencia en las familias. No se puede hablar de política, ni entre amigos o familia, porque nos han contagiado de su fragmentación fratricida en que se mueven los sistemas políticos, y no solo en España -¿o debo decir este País?- ¿No nos va a afectar el que no podamos hablar con parientes, vecinos o hijos?

A falta de diagnóstico de lo que nos pasa, del entendimiento de la realidad, y de lo que nos está aguardando en todos los ámbitos, nos ofrecen el quebrantar nuestra mente en buenos los míos y malos los demás; y, así sumirnos en la impotencia que tanto daña la salud. Después de cuatro guerras civiles en dos siglos, y enfrentamientos izquierda/derecha permanentes y paralizantes; y, tendencias disgregadoras y secesionistas que han dado lugar a fenómenos terroristas o golpes de estado, ahora están atacando y poniendo en tela de juicio el único consenso político apoyado abrumadoramente por la población que hemos conseguido alcanzar como Nación. Consideran un obstáculo para sus planes, el mérito, el esfuerzo, la bandera, el himno nacional, el Rey, la actual democracia, la educación en los hogares, la filosofía, las humanidades, la historia real; y, no sigo porque lo que sentimos los ciudadanos impotentes es que quieren arrasar con toda la paz y el progreso desde la Transición.

¡Lo último!, que nuestra respetada Guardia Civil deje de ser militar, para poderla manejar desde lo político. En fin, que no podemos entender que quieran aislarnos de la civilización, la unidad, de la cultura. En suma, mi diagnóstico a esta situación: autodestrucción, masoquismo, revancha, envidia, autoritarismo, cortedad de luces, intoxicación,  adicción ideológica, infantilismo político.

Nos están educando en la fragmentación social, para evitar que formemos un frente común,  no nos han educado en el espíritu de equipo.

Nuestros políticos están atrapados en sus pequeños o grandes grupos, no tratando de comprender e interpretar lo que somos, seremos y necesitamos sino, más bien, lo que necesitan ellos para ganar elecciones.

 

(Fuente original: Proa Comunicación)