Talayuela siempre tuvo la más célebre feria del norte de la provincia de Cáceres, la de San Marcos, el 25 de abril. En sus orígenes se celebraba en la dehesa del mismo nombre, propiedad del Marqués de Mirabel, que fue nombrado hijo adoptivo del pueblo por lograr esta cesión.

Dicen que la Feria de San Marcos era increíble y de tal magnitud que no se veía un solo claro en el terreno debido a la multitud que acudía a la celebración. Vecinos del Campo Arañuelo, La Vera, el Valle del Jerte, Los Ibores, de Talavera de la Reina, Ávila, de Salamanca, León, Palencia, Guadalajara y Valencia acudían a tan celebérrimo festejo, en el que se congregaban más de mil cabezas de ganado.

El antropólogo e historiador Julio Caro Baroja estudió la historia del Toro de San Marcos, esa que dice «Ven conmigo a Talayuela / a la feria de San Marcos / allí veras un torito / arrodillado ante el santo”. Y es que cuenta la tradición que un toro bravo se convirtió en manso en la Feria de San Marcos de Talayuela, haciéndole ir en procesión, detrás del santo, y asistir a la misa.

Hoy quiero recordar la Feria de San Marcos desde la perspectiva de un niño hace 50 años; esa muchedumbre de payos y gitanos agolpados en el Cerro del Cabezo para comprar y vender ganado. Vienen a mi memoria el olor a churros del ferial, las tómbolas con escopetas de balines o la sombra de Orozco deambulando por las calles de Talayuela.

Veo un niño ensimismado entre las luces de colores que inundaban el improvisado ferial de la calle Arenales, la música atronadora de las atracciones y el gentío haciendo cola en la taquilla de la plaza de toros para ver a Paco Camino, El Viti, El Cordobés o El Niño de la Capea. Traigo a mi mente aquel recuerdo de los niños corriendo tras el coche de los toreros, el Saure trayendo viajeros de todas partes y los hombres llenando la bota de vino para alegrar sus días.

Y allá a lo lejos, la silueta de un chiquillo escuálido deambulando entre la multitud disfrazada de felicidad, porque ni San Marcos era el rey de los charcos, ni en abril era aguas mil. Y si lo eran no pasaba nada, porque mi pueblo se vistió de fiesta. Y la gente olvidó sus penas y rozó la felicidad, aunque solo fuera por unos días.