Ya tenemos más datos de por qué el ejercicio físico alarga la vida, rejuvenece el cuerpo y nos deja mejor protegidos frente muchas enfermedades.

Desde que nacemos empieza un proceso de remplazo de las células que han terminado su vida útil, mediante la producción de otras nuevas a partir de las células madre, que, por cierto, han de ser recicladas, pero con la edad se va perdiendo esta capacidad y muchas quedan como células senescentes, la cuales emiten citoquinas pro-inflamatorias y factores de crecimiento de colágeno y tejido conjuntivo, cuyo resultado son arrugas y dolores.

Se ha identificado un tipo especializado de progenitor de estas células en la médula ósea y comprobado que apoya la generación de células inmunitarias llamadas linfocitos en respuesta al ejercicio físico. Los linfocitos generan un ataque masivo frente a los virus y las bacterias. Hay varias clases y una de ellas se denomina asesinos naturales.

Muchos tipos de células madre, incluidos los progenitores de células inmunitarias, coexisten uno al lado de las otras en ese estado inmaduro, preparadas para evolucionar a células adultas. Son las que dan lugar a huesos, tejido esquelético, células grasas y las progenitoras hematopoyéticas que terminarán evolucionado a las células del sistema inmunitario.

Dichas células madres residen en lugares distintos de la médula ósea, alrededor de vasos sanguíneos y arteriolas, que, al recibir el impacto, la estimulación, la presión al mover músculos y articulaciones durante el ejercicio, promoverán y estimularán el desarrollo de una cascada de señales estimuladoras de su crecimiento.

Han descubierto una vía, previamente desconocida, por la cual el ejercicio, detectado a través de la proteína mecano-sensible Piezo1 en las membranas, desencadena la produción de un factor del desarrollo de dichas células, que además de producir hueso también las del sistema inmunológico.

Se sabía que el ejercicio puede estimular el sistema inmunológico, pero el avance en el trabajo de Zen y sus colegas proporciona la razón por la que esto ocurre y por la que el ejercicio diario alarga la vida y evita la dependencia y la fragilidad física temprana.

Así, el ejercicio, detectado a través de la proteína mecano sensible Piezo1 en la membrana de dichas células, desencadena el desarrollo del sistema inmunológico a estimular la producción de una señal favorecedora de la maduración de sus células embrionarias.

El mecanismo de detección del movimiento está bien establecido para desempeñar un papel en la fisiología ósea, pero también la estimulación es necesaria para los precursores de los linfocitos. La osteogénesis (formación de productores del hueso) y la linfopoyesis (formación de los linfocitos) en la médula ósea se mantienen mediante estimulación mecánica.

Se ha descrito la mecano-señalización para otros tipos de células, por ejemplo, las células progenitoras pancreáticas, las células madre intestinales y las células endoteliales que recubren los vasos sanguíneos. Es posible, entonces, que la mecano-sensibilidad, que actúa cada vez que hacemos ejercicio en las células que recubren nuestras arteriolas, contribuya al mantenimiento de otros tipos de células madre y progenitoras en el resto del cuerpo y mantengamos la salud de todos los tejidos.

De esta manera, el ejercicio, pongamos natación, al mover tantos músculos, activa esos receptores que se activan por la presión y dan lugar a una cascada de renovación y rejuvenecimiento general y defensa frente a todo tipo de enfermedades.

Estamos hechos para estar en movimiento, por las razones a las que hemos aludido. No me valen los consejos de media horita tres veces en semana, creo que no se basa en ningún argumento solido. Según este escrito cuanto más movimiento mejor, pero diario.

Sabemos desde hace un tiempo mediante grandes estudios de observación que el ejercicio puede reducir el riesgo de mortalidad por todas las causas y por enfermedades específicas.

Un equipo de cardiólogos del Instituto Cardiovascular del Hospital Clínico San Carlos han estudiado a los pacientes hospitalizados por covid-19 para concluir que mantener una actividad física regular aumenta hasta en ocho veces las posibilidades de supervivencia en estos pacientes respecto de aquellos que llevan una vida sedentaria.

Fueron concluyentes: el grupo que había mantenido una actividad física constante, ligera o moderada, presentaba un riesgo de mortalidad del 1,8% frente al 13,8% del grupo con un estilo de vida sedentario; es decir, que las personas que hacen ejercicio regularmente tienen hasta ocho veces más probabilidades de supervivencia que las sedentarias. Siempre que incluyamos la dieta mediterránea.

“Realizar ejercicio físico de forma regular se convierte en un factor primordial ya que reduce ocho veces la posibilidad de fallecer por covid-19 cuando la persona precisa ingreso hospitalario”, advierte el director del Instituto Cardiovascular del Hospital Clínico San Carlos, Julián Pérez-Villacastín que ha realizado esta investigación, rodeado de un grupo de colaboradores. Investigación que ha sido publicada en la revista científica americana de enfermedades infecciosas, Infectious Diseases and Therapy.

Fuente original: Proa Comunicación