La integridad de cualquier ser vivo se sustenta sobre un sistema circulatorio que permite dotar de recursos a cada una de las partes que lo constituyen. Todo  ha de estar comunicado para que al final el conjunto funcione como un organismo integrado y cualquier mínima unidad fundamental que lo constituya, sea abastecida de sus necesidades fundamentales. Este es un axioma fundamental de la Biología.

Podemos usar dicho principio para aplicarlo a un contexto distinto, como por ejemplo, a nivel territorial. No es descabellado emplear tales paralelismos puesto que, ¿qué es lo que forman los territorios sino el entorno y por supuesto, las comunidades que se asientan en ese entorno?

Da esta manera, y usando el principio inicialmente descrito, podemos aseverar que la integridad de un territorio se sustenta sobre un sistema de infraestructuras que permite dotar de recursos  a todas y cada uno de los partes que lo constituyen. Todo ha de quedar comunicado para que al final, el conjunto (es decir, el territorio) funcione como un organismo integrado y cualquier mínima unidad fundamental que lo constituya, sea abastecida de sus necesidades fundamentales.

Centrándonos ya a nivel socioeconómico (que es lo que nos interesa ahora) en un contexto regional, y considerando todo lo anterior, podemos decir que hablar de infraestructuras es hablar de salud, es decir, de riqueza económica y  poblacional (que van de la mano). Hablar de su ausencia, por lo tanto,  es hacerlo de enfermedad.

Extremadura es una región que está enferma. Sostengo mi argumento en un hecho obvio, en el deplorable estado de sus infraestructuras, a lo que hay que añadir la falta de iniciativas destinadas a paliar dicha deficiencia. El enfermo se muere y no hay tratamientos en el horizonte.

Pensemos en algunos ejemplos paradigmáticos. Se me ocurren varios pero quiero citar tres por su relevancia:

El primero, sin duda, el asunto del tren de alta velocidad que unirá Madrid-Lisboa (pasando por esta tierra, claro), cuya implantación ha sido postpuesta una y mil veces por motivos diversos y que no estará concluido según las últimas noticas hasta, al menos,  el año 2050.

No abandonamos el asunto ferroviario para denunciar otro atropello mayúsculo: la cuestión del corredor sudoeste atlántico, un proyecto interesantísimo que podría vertebral el país en dicha franja territorial, conectando todas las comunidades autónomas implicadas con los consecuentes beneficios socioeconómicos para las mismas. Recientemente hemos sabido que la iniciativa quedará en el cajón hasta el mismo año de Dios (2050), que solamente podrán ver nuestros nietos (si viven aquí). ¿Motivos? los intereses prioritarios que el Estado central concede a otras obras faraónicas en las que están implicados algunos territorios del norte (los de siempre), y a los que se le van a asignar las partidas presupuestarias que se precisan y que vendrán de los fondos sociales estructurales europeos.

Por último es destacable el asunto de la carretera que une las dos capitales de provincia (nada más y nada menos), una red de segunda o tercera categoría sumida en un litigio entre administraciones desde hace años que no tiene mucha pinta de resolverse a corto plazo.

En este asunto hay un agravante, el lamentable estado actual de la vía sobre todo después de los daños sufridos por el último temporal. Es absolutamente deleznable que hoy para viajar de Cáceres a Badajoz y viceversa aún se siga utilizando una solución de emergencia aprobada e inaugurada por la friolera de treinta responsables políticos hace unos meses (casi más personas que metros de asfalto).

Como extremeño no puedo expresar más alto y más claro mi total indignación y acusar directamente a la administración por su dejadez y maltrato sistemático que hemos venido sufriendo desde hace cuarenta años, empezando por la nacional y acabando con la autonómica, fiel cómplice de los atropellos que se deciden desde Madrid (y ahora desde otros territorios más al norte).

Extremadura necesita un cambio de rumbo urgente porque el enfermo se nos muere, y ese cambio pasa por una conciencia cívica de sus ciudadanos que haga que todos los extremeños exijan a sus gobernantes hechos reales y no bombas de humo en forma de proyectos utópicos anunciados a meses vista de las elecciones. Esa exigencia, en democracia, se expresa en forma de voto.