Ricardo III no es un espectáculo más de Atalaya. Se trata del primero que estrena tras recibir el pasado año el Premio Nacional de Teatro e inaugurar el Centro Internacional TNT. Supone a la vez un colofón a sus primeros veinticinco años de existencia y a la vez la primera apuesta de una nueva etapa. En "Ricardo III" confluyen los cuatro estilos que -dentro de un mismo lenguaje- ha ido alternando en los 18 espectáculos anteriores: el onírico del Lorca surrealista, el grotesco de Valle-Inclán y Maikovski, la fuerza telúrica de la Tragedia Griega y el compromiso vanguardista y político de Heiner Müller. Pero también comienza una nueva búsqueda en torno al teatro de la mitad de segundo milenio donde sin duda el el dramaturgo inglés aparece como máximo exponente. Se puede afirmar que si los clásicos griegos han aportado la sangre a nuestro lenguaje, Valle y Lorca los pulmones y Heiner Müller el sistema nervioso, en Shakespeare hemos encontrado el corazón que da vida y sentido a toda nuestra existencia anterior y futura.

La primera y más compleja tarea con el texto ha sido aligerar en buena medida el original de Shakespeare, que llega a las 31.000 palabras. Se trata de su obra más larga, despues de Hamlet- y en caso de llevarse a escena en su totalidad se acercaría a las cuatro horas de duración. El texto  ha quedado en 10.000 vocablos. Por otro lado existe el problema de la fuerza fonética del inglés, muy superior a la del castellano -al contrario que la riqueza gramatical-, y especialmente en lo que se refiere a la acentuación y las consonantes. Asimismo se ha mantenido rigurosamente el verso yámbico con las excepciones que el propio Shakespeare planteó en el caso de personajes mundanos.