(Hacia una ecología de la atención).

Hace un año ya. ¿Quién dice que son tiempos extraños cuando vivimos en extrañeza permanente? Tiempos pues de nuevos traumas colectivos y de la necesidad de convivir también con la pérdida. Tiempos para recordar que seguimos pendientes, latentes y expectantes entre un clima de ciencia y ética por recuperar; de responsabilidades propias y de ocuparnos con los demás.

Lo cierto es que la pandemia nos ha obligado a echar el freno para reencontrarnos en un presente que precisa de reconectar con el pasado a fin de crear respuestas. Un tiempo de nuevas habilidades para responder cuidadosamente y en contexto local; es decir un “futuro anterior terrestre”, también imperfecto y torpe, pero sin engaños, ni violencias, sin trampas ni postulados universales a imponer. Estábamos globalizados pero lo global nos desposeía, estábamos conectados, pero solo con los nuestros; nos creíamos excepcionales en una naturaleza sometida que ahora nos exige reparación vírica y climática.

¿Qué tiempos son estos?

Lo son del avance en los derechos de la mujer y de su presencia más visible allí donde las injusticias son más evidentes. El etólogo Carl Safina (“Cómo las culturas animales crían familias, crean belleza y consiguen la paz “) nos dice que las familias tendrán menos hijos, y el último informe de la natalidad en España durante el confinamiento declara el descenso brusco de recién nacidos (una caída del 23%). Estamos en un momento de emancipación personal y laboral de las mujeres imparable, de creación de redes de apoyo que siguen denunciando retrocesos: por ejemplo, que las clases en línea son una nueva forma de cuidados no remunerados y que el empleo femenino en la Unión Europea se ha reducido de manera drástica. Estos son, aquí, los días internacionales de las mujeres.

Un poco más lejos, en la antigua Birmania (desde 1989 se denomina Myanmar) las mujeres protestan con todas sus fuerzas contra el golpe militar para restaurar la democracia abatida. Allí mueren por disparos, pero también las mujeres frenan la represión colgando sus ropas en las calles. Las mujeres han descubierto que una superstición tradicional puede debilitar la acción del ejército, pues pasar por debajo de la ropa interior femenina colgada en las calles supone perder la suerte, algo en lo que los soldados siguen aun creyendo. Siguen creyendo que pasar por debajo de ropa intima de mujer puede llevarlos a la castración.

También son tiempos de soledad peligrosa, llegando a casos extremos en Japón, donde el Gobierno ha creado un Ministerio de Soledad ante el alarmante aumento de casos de jóvenes con fobias sociales. Ya estaba latente antes de la pandemia, pero en este último año ha empeorado de sobremanera. Los jóvenes deciden aislarse, deciden hacer su vida en su cuarto, se esconden hasta de su propia familia y aun se agrava en los hogares con madres viudas las cuales no tienen derecho a pensión por hijos. También en Gran Bretaña alertaban de como “nueve millones de británicos sufrían porque no se relacionaban con nadie”. La Covid muestra ya en EEUU que esa soledad está afectando a todo tipo de edades y nivel adquisitivo y que intensamente interconectados por plataformas digitales, ( las que han hecho el negocio del siglo) , se encuentran  más disgregados que nunca.

Tener en cuenta la salud mental no solo se resuelve con declaraciones gubernamentales sino con políticas públicas efectivas de contacto social y emocional cercano, por lo tanto, de un nuevo diseño de barrios (de ciudades) como determinadas arquitectas ya construyen (Izaskun Chinchilla, “La ciudad de los cuidados”). Pero también de pueblos que acojan a las generaciones de mayores abiertas, donde hasta ahora solo se les ofrecía reclusión en Residencias, ahora  necesitamos un nuevo diseño inclusivo como Pescueza (Cáceres) transformado en acogedor residencial.

Tener en cuenta la salud mental, de igual manera en el despoblamiento rural el cual precisa reponer la dignidad perdida; de los trabajos y tareas de producción de alimentos para que el relevo generacional encuentre un futuro que desde luego solo la agroecología puede ofrecer. Combatir la soledad, la nada, frente al estancamiento y la pobreza.

También son tiempos para seguir descubriendo crueldades, esa vez en los mares internacionales. Con la pandemia se ha recrudecido la piratería marítima por todo el mundo. De Somalia se ha pasado a todo el Sureste asiático (Filipinas, Indonesia, Malasia), ahora al golfo de Guinea (y Mozambique, Kenia, Madagascar…)  y también Sudamérica. ¿Quiénes estan detrás de todo esto? Se les denominan “piratas del mundo” y en esa globalización salvaje aparecen con luz propia. Al paralizarse los vuelos intercontinentales un cierto comercio ha ensanchado los mares.  Antes era el petróleo y la venta de armas, ahora son todo tipo de materias primas. ¿Cuales? Pues alguna de ellas las hemos descubierto en el mar Mediterráneo, y en la costa española. Resulta que desde hace meses lleva vagando un barco cargado con 900 terneros que desde Cartagena se dirigía a Turquía, con ganado de Zaragoza y Teruel. Un comercio sin control ninguno.

¿Qué responsabilidades tienen las distintas administraciones? No cabe duda que los animales deben ser sacrificados por su estado y situación de transporte, ni siquiera el barco llevaba veterinarios a bordo. ¿Cómo es posible todo este manejo oculto? ¿Qué tipo de producciones están en juego? Desde luego todas las de la ganadería industrial, macrogranjas tanto de porcino, avícola o vacuno en un país donde la cría de animales en extensivo no se realiza  para engordarlas lo antes posible, sino con razas autóctonas en el campo; con un pastorero donde los animales pasan por las tierras para mejorarlas y mantener un suelo que fija el Co2 ; y con unas ganaderas y ganaderos , pastores y transformadores de alimentos que son los garantes de una alimentación sana, limpia y buena en las mesas urbanas( los pastos ben manejados secuestran carbono).

Todo tipo de relaciones generan responsabilidades, generan “respons-habilidades”, es decir capacidades de respuestas, de respeto, de sintonía, y la pandemia nos las está desvelando para incluirlas en las prácticas éticas y de principios democráticos que todos deseamos.

Aprender a habitar un mundo más vinculado, a intervenir prestando atención para ver qué relaciones están en juego, frente a la amenaza de la depresión y la nada, de la derrota y el cinismo. Esto es lo que nos propone Donna Haraway en dialogo con Marta Segarra (“El mundo que necesitamos”).