Hace unos días el profesor de un colegio público de Extremadura pidió a sus alumnos de corta edad que dibujaran a los miembros de su familia sin darles ninguna otra indicación. La propuesta no tenía otro objetivo que no fuera didáctico y ningún fin experimental, pero el resultado le dejó sorprendido: todos los niños dibujaron a sus padres, abuelos y hermanos con mascarilla.

Los niños que han nacido con el euro y no conocieron la peseta se han topado de bruces con una nueva realidad -que no normalidad- tan novedosa para nosotros como poco sorprendente para ellos. Pese a su corta edad son los más disciplinados porque han asumido el rol de víctimas de la pandemia desde el principio; saben que están a lo que se les mande y manejan mejor que los adultos el instinto de protección hacia los mayores que les rodean. Su obediencia llega a tal extremo que ha habido niños que han llegado a casa con la mascarilla manchada de crema de cacao porque estaban tan habituados a llevarla que olvidaron desprenderse de ella a la hora del bocadillo.

Sin entrar en detalles sobre la necesidad o no de mantener la educación presencial en los colegios, lo cierto es que Extremadura ha logrado subirse desde principios del nuevo año al podio de los contagios y liderar el ránking de los 17 con la misma sutileza que el Atlético de Madrid la tabla clasificatoria en el campeonato nacional de liga. Ahora esta tierra de tabaco y vides, de olivos y encinas, de corderos y terneras, clama porque se cumpla lo que nos dice el Evangelio de Jesucristo según San Mateo, eso de que «los últimos serán los primeros y los primeros los últimos». Porque si ha sido la primera en romper estadísticas, es probable que también lo sea para iniciar el camino de descenso hacia un nuevo amanecer.

Extremadura ha cerrado la penúltima semana del mes de enero con casi 1.500 positivos menos que la anterior. Además hemos conocido que por primera vez se ha reducido la incidencia acumulada de contagios tanto a los 7 como a los 14 días. Como contrapartida, en los últimos días nos ha sobrecogido una cifra demoledora de fallecidos como consecuencia de la Covid-19. Parece que se ha logrado frenar la evolución de la pandemia pero está fallando la capacidad hospitalaria del sistema sanitario público extremeño. No se explica de otro modo que reduciéndose progresivamente la cifra de casos activos cada vez haya más camas y UCIs ocupadas, y esto sólo sucede cuando se diagnostica tarde o no se adoptan las medidas oportunas a su debido tiempo.

Una región con medidas especiales de intervención administrativa, toque de queda, cierre perimetral de sus 388 municipios y cese de la actividad del comercio y la hostelería en las localidades con más de 3.000 habitantes no puede por menos que echarse a llorar o doparse con bocadillos de fluoxetina. Así al menos, con un poco de suerte, podremos ver el amanecer del próximo día, por mal que nos lo pinten.