HACIA UNA ECOLOGÍA DE LA ATENCIÓN

¿Qué es la acción política en las democracias occidentales? Pregunta obligada en la actual situación de sacudida institucional de la monarquía española. “El exmonarca Juan Carlos I en paradero desconocido”.

De un monarca obligado a “abdicar” (2014) perseguido por escándalos personales relacionados con la oligarquía de Arabia Saudí y rozado por el caso de su yerno y su hija en plena crisis provocada por el pelotazo urbanístico. Todo se situaba en la misma familia.

Abdicar significa “ceder” bien diferente a “dimitir”, a “renunciar” de una posición de poder continuada, de herencia familiar reconocida por la actual constitución. Por tanto esa cesión no se representó como crisis institucional de la propia monarquía pues en la misma línea sucesoria estaba su hijo que automáticamente se eligió como nuevo jefe de estado. Pero la pérdida de confianza comenzó a cernirse entre los propios monárquicos, y por parte de la sociedad como una rotura que no tenía la misma repercusión que la de otro cualquier político en el mismo caso. No sólo se trataba de reconocer el error cometido, o de la responsabilidad ética cometida, (“Me he equivocado, no volverá a suceder”), sino del traspaso de ciertas torpezas políticas graves que casi todo el entorno familiar real estaba obligado a asumir.

Abdicar es reconocer que el cargo representativo se mantiene de manera obstinada, históricamente, pues ser monarca era un cargo vitalicio de origen divino, y no de la autoridad temporal ninguna, aunque hoy ya no absolutista.

Pero ahora, en pleno baile vírico, nos aparece otra de las caras de aquella abdicación. Pudo haber una red de corrupción: “la marcha se produce tras las investigaciones sobre los supuestos fondos en paraíso fiscales”. ( 4 de agosto de 2020). El “virus” está dejando paso al “reino”. Y como ya no puede “dimitir” por segunda vez, en su cesión dinástica prefiere salir fuera del país para evitar que mediáticamente sea perseguido.  Ya no es rey ni se le espera, sólo de título honorifico. No se trata evidentemente de una huida y sí de un abandono de la casa familiar real que ya despojó a sus hijas también de cualquier título.

Ninguna institución, y las personas que las representan, pueden estar libres de crítica en la actual democracia española, donde ni el monarca es divino ni la monarquía una religión. Todas las prácticas políticas están vinculadas con las relaciones sociales que lo sostienen y sustraerse a la crítica de un exceso de poder real es lo que menos favorece las posibilidades de una mejora democrática. Y no todas las instituciones políticas son iguales, algunas se suceden sin ninguna otra opción alternativa mientras otras se someten al escrutinio social y electoral.

Ante lo desalentador de comportamientos no accidentales más nos vale que ni el “virus” ni el “reino” sean espejos de nuestras vidas, a pesar de las enormes dificultades con la situación sanitaria y a pesar de seguir manteniendo instituciones herenciales. Los aciertos conseguidos por la Corona llegan igual que los fracasos, y hacer frente a las adversidades del reino no nos obliga a defenderlo ni a mantenerlo a sabiendas que ya no son sólo vicios privados, sino presuntos asuntos públicos que rodean a toda la familia real.

Seguimos defendiendo un estado constitucional democrático de derecho y plural, pero lo suficientemente serenos para no seguir incorporando a la historia nuevos mitos. El fin de la monarquía no es el fin de la historia, y ganar confianza democrática en un presente dialogante, social y constitucional nos hará exigir un jefe del estado elegido, una presidenta, un presidente, y no un monarca.  De la república.

Quizá nos convenga seguir leyendo este verano la historia de España, y por extensión la de Extremadura, con las nuevas actualizaciones de profesionales reconocidos para que en este entorno tan acorralado podamos participar de manera crítica y constructiva.  Sugiero “La invención de España. Leyendas e ilusiones que han construido la realidad española” de Henry KAMEN ( Barcelona, 2020).