Cuenta la historia que un lejano 16 de enero, en plena Edad Media, un ejército árabe cercaba las inmediaciones de Navalvillar de Pela con la intención de invadir el pueblo. La grandiosidad de las huestes enemigas contrastaba con la inferioridad numérica del pueblo, pero el ingenio obró el milagro. Los peleños se escudaron en la oscuridad de la noche para encender enormes hogueras que repartieron por toda la urbe, recorriendo sus calles a caballo portando hachas encendidas, tocando con estruendo tambores y cencerros. Lograron intimidar al ejército moro y hacerlo huir, creyendo que se enfrentaban a algo fantasmal. Nació la popular Encamisá, y ayer los actuales peleños emularon un año más la hazaña de sus antepasados en esta fiesta de interés turístico regional.

La Carrera de San Antón, como también se la conoce, reunió de nuevo a miles de visitantes y a unos 200 jinetes, que participaron en la fiesta atavidados con los trajes típicos y con sus caballos engalanados. Las hogueras calentaron el ambiente de una noche fría, y el vino de pitarra ambientó los cuerpos. Los peleños dieron muestra de su hospitalidad una vez más, ofreciendo a propios y extraños miles de sus tradicionales dulces por ellos llamados biñuelos (de aceite, harina y miel).

La fiesta comenzó antes, ya que desde el día de Reyes, un niño de entre 10 y 15 años hace el recorrido al amanecer y al anocher. El mismo que ayer, apenas tocadas las ocho campanadas, y tras el estallido de los cohetes, abrió la carrera al tiempo que miles de gargantas gritaban "Viva San Antón", "Viva San Fulgencio" y "Viva el Chiquirrinino". Comenzó el desfile de la banda y la infantería, al que se sumó la caballería en un itinerario circular que recorrieron en tres ocasiones hasta completar tres horas de algarabía y fiesta, tras la estela del tambor y la bandera.

En medio del recorrido, las casas se abrieron ofreciendo refugio, biñuelos y vino de pitarra, en muchas ocasiones en los mismos espacios en los que minutos antes los jinetes se habían puesto la ropa típica: gorro puntiagudo y pañuelo multicolores, camisa blanca con faja roja o negra, pantalón negro de paño o pana y las botas, acompañados de su montura, engalanada, y portando la típica manta de madroños.

En el apartado de incidentes, solo se produjeron tras traslados al centro de salud por golpes y rozaduras. 42 voluntarios de Cruz Roja velaron por la integridad de todos.