En los tiempos en que estudiábamos los que -con un poco de suerte-, hemos agotado ya más de la mitad de lo que será nuestra vida, los niños éramos hombres y nos hacinábamos en aulas húmedas en invierno y secas, muy secas en verano. No importaba si éramos más de medio centenar porque había espacio para todos en unos pupitres de madera que quizás nos unían en exceso, pero que generaban unos vínculos y unas relaciones tan estrechas que, en lugar de compañeros, nos convertían en amigos.

En la década de los 70 de aquel siglo que se nos fue, los niños éramos hombres porque muchos de nosotros nos acostumbramos a vivir la mayor parte del año sin nuestros padres, que sólo podían conciliar su vida laboral y familiar enviándonos a internados en los que nos intentaban proporcionar la mejor formación académica y la más cálida educación en valores. Así fue como aprendimos a luchar contra una vida que muchas veces se nos volvía en contra y nos fustigaba con duros latigazos que forjaron nuestras espaldas, hoy más anchas que las de Caín.

Quizás para evitarlos los pesares por los que nosotros mismos desfilamos, los padres de hoy en día hemos engendrado una generación de niños consentidos a los que vamos a seguir limpiando el trasero hasta que lleguen al altar, si es que algún día logramos que desalojen el domicilio familiar. La generación mejor preparada, como le gusta decir a Pablo el de Pedro es, en realidad, la más pre-parada, la que pone prefijos a todo y la que, disculpen la comparación, anda menos que el caballo del fotógrafo. Flaco favor el que hemos hecho a nuestros descendientes, que nos toman por colegas cuando no deben y por «tíos» en lugar de padres.

Ahora han llegado el Gobierno central y las comunidades autónomas y han acordado 29 medidas y cinco recomendaciones para que nuestros hijos vuelvan a las aulas y, de paso, nos traigan la Covid-19 a nuestro hogar. Los profesores no sólo educarán, sino que vigilarán que los niños mayores de seis años utilicen las mascarilla, mantengan la distancia de seguridad y se laven las manos al menos cinco veces al día. Un poco tarde llega la medida para nuestros docentes, a los que apenas les quedan dos semanas para aprobar las oposiciones a policía, las de vigilantes de seguridad y las de enfermeros.

Los padres, preocupados porque el niño no desayuna, se ha levantado tarde y tiene pendientes deberes del día anterior, tendremos además que tomar la temperatura corporal de nuestros hijos para evitar colas y aglomeraciones en las entradas del centro educativo. Con esta medida, además de meter al médico en casa -que así nos permitirá acreditar la condición de familia numerosa- enseñaremos a nuestros hijos a mentir cuando al llegar al colegio les pregunten por el termómetro que se utilizó por última vez durante el resfriado del invierno pasado. Pero no hay motivo de preocupación, pues habrá gel desinfectante para todos, alfombras para la desinfección del calzado y circuitos de entrada y salida que convertirán los colegios en pistas de karts.

Es cierto que el Dúo Dinámico está afinando las guitarras, no sabemos si por el final del verano o porque nos harán un remake del «Resistiré», pero lo realmente sospechoso es que se refuerce la educación no presencial por si es necesario «volver a echar mano de ella»; que se hayan gastado hace menos de un mes dos millones de euros en 7.000 tabletas para el alumnado y que todos estemos pendientes del final de las vacaciones para comprobar si la curva de Simón cae en picado una vez que cesen los desplazamientos.