Ha sido un año con tres doses y un cero, demasiados números juntos conjurados para regalarnos un trozo de vida. Miro por la ventana y veo agua en los surcos de la tierra en la que hasta hace poco crecía el maíz. Y espero con temor e incertidumbre a un nuevo año que no sé si nos permitirá, por fin, cambiar de vida.

El año que nos deja respira soleado, nos ha traído el abrigo tras la desnudez en la que nos hundió la pandemia, esa que sacó lo mejor, pero también lo peor de muchos de nosotros. ¡Pobres aquellos que no supieron leer, que no aprendieron a escuchar, que no dejaron vivir, agobiados por una situación inédita que a todos nos superó con creces!

Ahora que respiramos sosiego después de tantos avatares solo pedimos vivir en paz. Nos rompemos la espalda cada día para vivir nuestra vida y regalar buena parte de nuestro trabajo a los demás. Salga la oveja del corral, la vaca del establo y el zángano de su colmena, que para vivir en paz es necesario trabajar en la guerra diaria.

Hace meses me prometí un cambio de rumbo como quien se propone ir a Turquía a ponerse pelo o a Madrid a una liposucción. Pero volví a engañarme a mí mismo y sigo en mis trece. Quizás por eso, porque no sé vivir la vida sin trabajar tantas horas, una joven me dijo hace unos días que estaba muy mayor. Y es que el paso fugaz de los días debilita tanto que hay días que nos arroja al abismo.

No nos engañemos: ni voy a ir al gimnasio, ni voy a hacer dieta ni a correr la media maratón de Canillejas, pero voy a levantar el pie del acelerador. En 2023 voy a intentar dejar de trabajar la mayor parte de los fines de semana como he hecho durante mis casi 40 años de vida laboral, y me he propuesto no superar las diez horas de carga laboral diaria. Sí, ya sé que es complicado, pero me vuelvo a prometer que lo intentaré, aunque tengo que decir alto y claro que muchas de mis horas de trabajo realizadas en exceso son por culpa de aquellos que no hicieron bien su trabajo. Y eso es lo que me indigna, la sociedad en la que todos conocen sus derechos pero olvidan sus obligaciones.

Después de tantos días ahora se va casi sin avisar un año que nos trajo de todo. A unos nos regaló salud y vida, a otros desgracias, a otros suerte y a muchos otros un sofá. Y ahí es donde comienza y termina la perdición de un país, en las poltronas de las que muchos no quieren moverse porque están mejor en casa que luchando en la vida.