El lema ‘informar con rigor, sin favor y sin temor’ lo dice casi todo sobre la información. El rigor exige investigación, contraste de versiones, documentación y pruebas testificales, escritas, sonoras o gráficas… que avalen lo informado. El sin favor apunta directo a la neutralidad, equidad, objetividad, sin que intereses personales o de la empresa informativa mediaticen o sesguen la información. Y el sin temor, reclama independencia, no tener dueños ni miedos reverenciales a ningún tipo de poder… Y valentía para decir la verdad aunque el periodista se juegue el puesto de trabajo, o resulte incómodo a los que deciden, financian y mandan por encima.

¿Qué puede callar un periodista? Más bien, qué debe callar. Para empezar, el sigilo de fuentes, que es un deber de ética profesional, si se ha pactado el off the record.   Y para seguir: cualquier información veraz pero calumniosa no denunciada previamente ante el juez. Toda difamación que, aun siendo cierta, lesione innecesariamente al difamado en su derecho al honor social, prestigio profesional, buen nombre, paz familiar… Es importante el adverbio ‘innecesariamente’. Es decir, cuando destruye un bien sin necesidad.

Por el contrario, puede darse la obligación moral de difamar –en el sentido estricto de despojar de un prestigio que alguien ostenta indebidamente- si se hace para proteger el bien común, o el de una colectividad. Vgr: denunciar para información de un colectivo de padres de alumnos que determinado profesor o monitor es pedófilo. Como puede darse la obligación –y apremiante- de alertar públicamente sobre la existencia de un peligro o riesgo ciertos: unas aguas en mal estado, una vacuna o fármaco con alto porcentaje perjudicial, un truco telefónico cuya activación destruiría un disco duro, la detección de un individuo que espía contra los intereses nacionales, o de un laboratorio que altera alimentos, o de un grupo que prepara un atentado. Ahí el silencio puede ser delito grave.

Un periodista no puede silenciar la identidad de una fuente criminal, bajo el paraguas del sigilo profesional o del off the record, cuando esa impunidad constituya un peligro para otros. No pocos casos se vivieron con confidentes del tráfico de droga, de órganos humanos, de mujeres para la prostitución…. o con terroristas de la Yihad o de ETA. En estos extremos, el silencio es cómplice, aunque por no callar se seque una fuente altamente informativa.

El problema o el dilema surge ante el binomio vida privada – vida pública. Un periodista sabe qué personajes, por muy famosos que sean, tienen derecho a su privacidad; y qué personajes, por cuanto detentan autoridad, tienen el deber de la ejemplaridad pública y privada, sin licencia ni bula que les exima de una conducta honesta y legal intramuros de su domicilio, mansión o palacio. La duda surge cuando el personaje, poderoso o potestativo, pese a su conducta privada moramente reprochable, no lesiona derechos o pertenencias de terceros, ni perjudica al bien común, ni hace alardes escandalizantes de sus desvíos. Ahí el periodista puede en conciencia y con criterio recto –sin favor y sin temor– administrar sus silencios. Sobre todo, si hablando, si relatando esos hechos privados de baja moral –agua que no mueve molino-, ocasiona destrozos o rupturas en el ámbito de la relación familiar.

Como norma general, no todo lo que un periodista sabe debe contarlo. Existe el filtro, siempre inequívoco, del bien común. Y otro filtro más sutil, el de la dignidad personal. Ni la curiosidad ni el morbo del público tienen derecho a ser satisfechos a costa de la deshonra de nadie. Ahí, callar es un rasgo noble de humanidad. En cambio, lo inadmisible, por indecente y ruin, es el silencio de hoy para la extorsión de mañana. Expresado con cinismo: ‘Fulano vale más por lo que calla que por lo que dice’.

Fuente original: Proa Comunicación