Queda prohibido encender la televisión con voz y poner música ambiente en los espacios abiertos al público.” Esta medida, contemplada en el Anexo 1(Establecimientos de hostelería y restauración), 1.2, c, del Acuerdo de 10 de febrero de 2021, del Consejo de Gobierno de la Junta de Extremadura, por el que se establecen, mantienen y flexibilizan medidas especiales y excepcionales de intervención administrativa en relación con los establecimientos de hostelería y restauración (DOE, suplemento número 28, de 11 de febrero de 2021) no la habíamos visto nunca en el capítulo de medidas excepcionales durante la pandemia o en cualquier otra situación de carácter excepcional.

El consejero de Sanidad, que sintetizó las medidas en su intervención del pasado miércoles ante los medios de comunicación, que entraron en vigor el viernes, explicó el porqué de esta prohibición: por la emisión de aerosoles a través del habla y sin mascarilla que supone en los citados locales tener encendida la televisión con voz, además de la música ambiente.

El doctor Vergeles habla alto y claro, al contrario que el doctor Simón al que para oírle, más aún para escucharle, hay que tomar el mando y subir el tono de voz de la televisión si deseamos enterarnos de lo que dice. El primero busca entre los folios y sistematiza lo más importante que todos deben conocer; al segundo no le hacen falta folios; más bien le falta la voz.

Jamás pudimos sospechar que, entre las medidas anunciadas por el consejero de Sanidad, se iba a descender al problema de la voz elevada de la televisión en los bares o de la música ambiente en las terrazas. ¡Tantos años esperando la medida sin verla…! Al espectador no le basta con ver, sino que tiene que oír al locutor, y hacer él mismo su papel de intérprete de la realidad que todos vieren y, por supuesto, cantar los goles, festejarlos como ellos tan bien saben: brazos en alto, con abrazos, besos y achuchones mil porque, sin ellos, el gol no lo fuere. ¡Hay que cantarlo para creerlo! No hace falta que el árbitro lo dé por bueno, o que el VAR lo ratifique, ni que el locutor lo cante. Es preciso el acompañamiento para creérselo, y pedir otra copa para festejarlo, despojarse de la mascarilla y asumir el papel de segundos cronistas para que todo el mundo se entere de lo que sabemos del mundo del fútbol, que apasiona tanto como enloquece, sin que nada nos fuere en el envite de los contendientes.

Hace años, en un bar de mi predilección, iba un sábado por la tarde a ver el partido. A esas horas, se llenaba de parejas que charlaban distendidamente. El dueño ponía el partido, pero sin voz. Le pregunté sobre el porqué de la medida y me respondió: vea usted: aquí nadie viene a ver el fútbol; vienen a hablar y quien desee verlo, que mire. Ver el partido en esas circunstancias es quedarse a medias porque obligaría a estar mirando la tele continuamente y cuando a uno le daba por mirar, ya iban 2-0, sin que él se hubiere enterado. En otros bares, las medidas fueren las contrarias: no solo ponían el fútbol en la tele, sino con la música enlatada que los jóvenes camareros se encargaren de poner, ahora a través del ordenador, aun antes de ponerse el mandil. Interrogados los camareros de antes de los tiempos del cóvid-19, te decían cosas dispares. Uno te decía que ponía la música “para no oír conversaciones ajenas” (que usted no debe oír ni escuchar y, menos aún, contar, porque estaría faltando a su secreto profesional, le respondía). Otro, en cambio, me dijo que “aquí siempre se pone la música por mandato del amo, a no ser en los partidos del Madrid o del Barça”, justificando la medida en que su bar se llenare para ver, y oír, los partidos que disputaren ambos clubes tan sagrados del orbe patrio.

Este verano, tras el confinamiento, me acerco al atardecer a un bar próximo para relajarme viendo un partido. Antes de entrar, oigo una música discotequera que llenaba el ambiente y que obliga a los clientes a hablar en alta voz para hacerse entender. Pregunto al joven camarero si el bar era una discoteca, y me lo niega. ¡Ah, es que yo venía para ver el partido, pero con esta música…! Ni sabía qué partido se televisare ni por qué cadena fuere. Lo único que sabía era que la música tenía que estar puesta a tope para crear ambiente y obligar a hablar a la clientela cien veces más alto que el doctor Simón, peculiar cronista de la pandemia y de sus avatares diarios desde la primera ola. Habló con el dueño, quien le invitó a poner el partido con voz y retirar la música. Conocí otro bar caído en desgracia por poner los partidos sin quitar la música, que tanto molestare a los espectadores de fútbol. “¡Señorita!, ¿no va a quitar la música?” “No, no”, respondía aquella así apelada. “Es una orden del dueño”, por supuesto señorito, como ella. Y aquellos espectadores, caballeros y presuntos espectadores del clásico entre los clásicos, se marcharon y no volvieron. Y el bar hubo que cerrar por su mala cabeza e ignorar los gustos de su clientela.

Hay una cultura de la tele en el bar que no se concibe sin música aparte que acompañe la voz del cronista, que no oímos, para recrear el ambiente que nos impide hablar si no lo hacemos en alta voz. Como si no hubiéramos bastante con los pilotos que circulan por las calles con el escape suelto de sus motos o con la música en alta voz puesta en sus vehículos, con las ventanas bajadas, para que todo el mundo oiga lo que no debiere, a más velocidad de la debida y con más decibelios de los permitidos; pero a esos no se les multa, como a los anatematizados bares de La Madrila en Cáceres. En fin, ver para oír, oír para no ver, ni fútbol sin espectadores ni toros que ya no volvieren a las plazas, para más desgracia de los ganaderos que los criaren para ser corridos por las calles y toreados en las plazas. Ya no hay fiestas nacionales ni cualquier símbolo que se le parezca, porque están prohibidos, como la música en los bares o la tele con voz… ¡Ay, España, cuánto has cambiado tras la pandemia!, “esta España mía, esta España nuestra. /Dónde están tus ojos, dónde están tus manos, dónde tu cabeza…, que cantare Cecilia. Ya llegará la cuarta ola, como ha pronosticado el doctor Simón, y entonces os dirán… dónde están vuestros ojos, manos y cabezas…, si tenéis ojos para ver, oídos para oír y cabezas para pensar…