No es el caballo más bello del mundo, ni siquiera es hermoso, aunque la belleza sea, según el diccionario de la RAE «aquella persona o cosa notable por su hermosura». Y la hermosura es algo tan subjetivo que casi podríamos afirmar que bello es aquello que nos llega muy adentro, como el vino, que no hay mejor vino que aquel que te gusta.

Fary no es bello, aunque a mí me parece de lo más precioso, que es el calificativo más rico de nuestra lengua castellana, porque es amigable y cercano. A ver, un violonchelo es una cosa horrible de fea si lo comparamos con la sutileza de un violín; sin embargo su música es la que más se parece a la voz humana, lo que le convierte en algo excepcional. A Fary le sucede algo parecido, no es un Adonis pero, sin embargo, a mí me parece un pimpollo de lindo, aunque no tenga las crines de un caballo español ni contornee su cuerpo como si fuera la bailarina del soldadito de plomo, con su elegancia o su prestancia, que es el aspecto de la distinción y de la finura.

Fary no es elegante como un caballo andaluz, ni balancea sus patas como si estuviera bailando sevillanas; a fin de cuentas los caballos españoles fueron creados hermosos y dóciles, de boca fácil dicen -cómo se asemejan algunos españolitos al caballo nacional-, para que montaran sobre su grupa mandamases que no sirven más que para posar en lienzos de palacios y museos y que por dentro están huecos de ética, moral y gallardía. No, Fary no es un caballo escultural, fino y guapetón, más bien es basto, tosco y casi me atrevería a decir ordinario, que a resultas es, según la RAE. algo común. Sí, Fary es común, que no todo es «redondo» himno a la alegría en tiempos de pandemia.

No. En una peli o en un sueño, sueñas con caballos andaluces bailando sevillanas y cortejando con su guapura a las zagalas en las romerías, nadie osaría ir con Fary a una romería sino para que se rieran de él, ni le enjaezaría con filigranas y mantas de colorines. No, a Fary como a la Cenicienta, en días de fiesta y romería lo esconderían en lo más recóndito y obscuro de los establos.

Fary es común, como cualquier ciudadano de a pie, y en estos extraños tiempos que corren, a quién coños le preocupa lo común. Aunque me atrevería a jurar que en cualquier feria de ganado, tendría más éxito mi Fary que cualquier caballo español. ¿A quién le interesa un caballo que no sirva más que para bailar jaranas? ¡Cómo para engancharlo al arado y surcar la tierra dura, que para eso hay que tener valor y corazón, mucho corazón y de eso Fary anda sobrao! O en cualquier feria del norte, en Cantabria, el País Vasco o León, donde lejos de florituras y alamares, el frío ha hecho más pragmáticos a los caballos como Fary y los quieren para dar de comer a la familia cuando el frío aprieta; que los caballos también se comen, y un caballo español bien «remujao» no vale ni para hacer caldo, pues no es más que un atajo de huesos finos como una escultura de alambre.

Allí, en las tierras del norte, gustan los caballos de Botero, ese pintor colombiano que pinta caballos bien “hermosos” y mujeres con curvas como asteroides. Y picadores, también picadores, que en nueva York está considerado uno de los más vanguardistas del momento. Puede que Fary no sirva de modelo para pintores como Velázquez o El Greco, pero para los vanguardistas neoyorquinos es todo un ejemplo a seguir, que para un buen pintor la parte más hermosa del cuerpo de un caballo es su simpatía, y Fary es simpático a más no poder.

Tampoco tiene Fary la fortaleza hercúlea de un caballo Bretón, que es uno de los caballos más pesados y fuertes del mundo, animales como castillos de grandes que enganchan a pesadas cargas, que luego arrastran por el suelo como si fueran un hato de plumas, claro que a ver quién es el guapo que sujeta a tanto bruto porque otra cosa no, pero un Bretón es un bruto, según la RAE «aquel que carece de miramiento y civilidad». (¡Ostras con los académicos!). Fary no es así, a Fary le gusta estar con la gente sin pretensiones ni incívicas conductas, esas las dejamos para esos fanfarrones que creen que por ser más avispaos que nadie pueden con todo, y que al menor aspaviento se desploman porque no saben medir bien su aguante, que para ser fuerte hay que saber calibrar bien el aguante, que es la capacidad de sufrimiento, de tolerancia y de paciencia, y ya sabemos que quienes trotan por el mundo de espabilaos, son además de unos intolerantes e impacientes, inconscientes de su capacidad de sufrimiento. Brutos, al fin y al cabo. Aunque estoy seguro que en una feria de ganado llamaría más la atención mi Fary que un gigante Bretón, que nadie a estas alturas está para domar a una bestia, a un salvaje, a un cafre o a un bárbaro.

Así que mi Fary, ni baila sevillanas para enamorar a las potrillas en días de romería, ni arrastra sillares de granito para construir palacios; mi Fary es un tipo de lo más común, como yo y la mayoría de la gente. Y además es un Hispano Bretón, que a resultas es un cruce entre el farolero bailarín y el bruto, y como dicen que en el equilibrio se encuentra el buen carácter y sobre todo la virtud, pues mi Fary es un caballo equilibrado y virtuoso. No baila jotas ni sardanas, ni engalana sus crines con cintas de colores, esas se las dejamos para los señoritos con coleta. Es más, le gusta llevar las crines bien cortadas, que en unas crines largas sólo viven parásitos, liendres y cardos; ni tampoco alardea de fuerza arrastrando, como un fanfarrón, cargas que no puede soportar y que a poco que se descuide romperían su corazón.

En realidad Fary no alardea de nada, es más bien un tipo normal, pero eso sí, ¡un valiente! que los tipos normales son quienes en verdad esconden el valor y sólo lo muestran cuando sea menester, como un torero, que esos sí que son tipos valientes que lucen trajes de luces y arrastran la más pesada carga de todas: la del honor y la vida. Y mi Fary, otra cosa no, pero es un torero, un caballo torero, pero no de esos que hacen cabriolas al sentir de las espuelas, no, mi Fary se mueve con la gracia de Curro, despacito y sutil mientras cita al toro y cuando el indómito, el montaraz, el bravío y el bronco morlaco le embiste. Entonces mi Fary saca esa fuerza que lleva en su corazón de Bretón y aguanta como un faro, aguanta las feroces embestidas del mar o un árbol la acometida de una tormenta en mitad del campo, solo y desnudo frente a la adversidad.

A fin de cuentas Fary es como tú y como yo, un común, pero un tesoro, que el verdadero tesoro de la vida consiste en aguantar el chaparrón y reír cuando haga falta. Por eso a un andaluz no lo enfrentan a la furia de un toro con las fuerzas intactas, no tiene valor para eso porque, como a ciertos personajes humanos, no les gusta más que fanfarronear y están huecos por dentro como un caballo de cartón, aunque alardeen de mirar siempre al enemigo a los ojos; como tampoco a un caballo Bretón, porque su descomunal fuerza acabaría con la vida del oponente y nadie quiere que la vida se acabe a golpe de fuerza.

En realidad, Fary es como este pueblo español: indolente y equilibrado, valiente y torero, aunque los chuletas, petulantes, perdonavidas, pintureros y soberbios traten desde su fatuo fardón hacer creer al mundo que el pueblo llano y común no sirve más que para bailar sevillanas en días de romería; por cierto, permanente estado en el que estos granujas, aquellos que vagabundean según la RAE, se encuentran. ¡Cómo para ayudar a arar la tierra están, antes nos morimos de hambre! O también los crueles bárbaros de fuerza atroz, que nos quieren arrastrar como si fuéramos el precio de un abismo.

Fary no es el caballo más hermoso del mundo, pero sí el más valiente, por eso lo visten de valor, para que contenga la brava embestida de la vida tal como a un soldado le encomiendan la defensa del mundo, y mi Fary de eso anda «sobrao». Fary no es el caballo más hermoso del mundo, pero es un valiente caballo de picar.