Hace más de 20 años un grupo de cultivadores organizó una protesta junto al centro de tabacos de Cetarsa en Talayuela para reclamar una subida de precios a la ministra de Agricultura, Loyola de Palacio, que realizó una visita a las instalaciones de la factoría de este municipio cacereño.

Batalladora y de carácter abierto y luchador, la entonces ministra de Aznar, lejos de esconderse, bajó del coche oficial, se dirigió a uno de los agricultores que portaba un megáfono, se lo pidió, y se dirigió a los cientos de manifestantes que la insultaban y acusaban de los males del sector. Con su intervención, Loyola de Palacio no sólo logró que cesara la retahíla de improperios contra su persona, sino que terminó almorzando con un nutrido grupo de los allí concentrados.

Lo que le sucedió a la ministra de Agricultura se ha repetido reiteradamente en protestas contra numerosos políticos, ahora de una forma más moderna en forma de escraches. Olvidan todos ellos que eso forma parte del sueldo, como le recordó el entonces presidente de Cetarsa a un conocido allí presente.

Los políticos prestan un servicio público a la sociedad y cobran por ello. Ejercen una responsabilidad voluntaria y como tal han de someterse al escrutinio de la sociedad, libre de valorar sus acciones en función de sus intereses. Hace tiempo quedaron atrás aquellos tiempos de vino y rosas y la clase política vive ahora uno de los peores momentos que cabría imaginar.

La salida de tono del vicepresidente segundo y consejero de Sanidad de la Junta de Extremadura, José María Vergeles, en Navalmoral de la Mata, ante un grupo de médicos, no tiene justificación alguna. «Tened cuidado, tened cuidado, que se puede pasar de héroes a villanos en un segundo», le dijo el consejero a un médico que reclamaba mejoras para el personal sanitario, con palmadita en los hombros incluida. Es imprevisible imaginar qué le habría ocurrido a Vergeles si en lugar de soportar las críticas de una docena de médicos se hubiese enfrentado a medio millar de enfurecidos agricultores como Loyola.

La clase política de hoy en día no sólo ha perdido el norte, sino también los modales. Si en algo coincido con Fernández Vara es que esta crisis sanitaria, económica y emocional del Covid-19 se va a llevar por delante a muchos dirigentes políticos, y seguramente él sea uno de ellos. La sucesión de errores en la gestión de la crisis ha provocado reacciones de todo tipo y ha soliviantado a la población, pero bajo ningún pretexto un alto cargo de la Administración puede permitirse el lujo de errar de tal modo.

Es justo reconocer que una pandemia como la que nos azota genera confusión, desconcierto y miedo, pero también errores, porque nos enfrentamos a un enemigo desconocido del que muy poco se sabe. Eso ha provocado una sucesión de fallos encadenados en la transmisión de la información que, en ocasiones, el público ha entendido como falsedades, aunque se tratase de errores involuntarios provocados por el desconocimiento.

Es lo que le sucedió a Vergeles, cuando anunció que la curva de contagios de la pandemia había comenzado a decrecer el 25 de septiembre, o a Fernández Vara, que el pasado mes de septiembre se mostró convencido de que el regreso a la “vida ordenada” y a las “rutinas” provocaría una disminución de la movilidad que influiría favorablemente en las cifras de contagios por coronavirus. La ecuación de Vara era simple: más colegio, más rutina, menos movilidad, menos contagios. Y también falló estrepitosamente.