Una sociedad avanzada tiene como característica más importante el impulso de la innovación tecnológica, en una perfecta comunión entre las tecnologías de la información y las comunicaciones que desemboca en la sociedad del conocimiento. Concepto este último muy a tener en cuenta si tomamos como referencia el idealismo de Hegel, en el que el individuo sólo es posible en el seno de lo social, alcanzando así una existencia libre y racional hasta ascender al ámbito de “lo compartido”; pensamiento que nos conduce inexorablemente a definir la sociedad como un conjunto de relaciones sociales, como bien definió Marx, pero puntualizando en base a “ese conocimiento” que cada individuo, dentro de esa sociedad, fuese independiente, creativo y por encima de todo, dueño de su propio tiempo. “Una vida- apostilla Marx- que fuese más allá del trabajo, en la que tengamos autonomía y en la que podamos decidir cómo queremos vivir. El empleo- continúa el filósofo alemán- te proporciona la oportunidad de ser creativo, de mostrar todo lo bueno que tienes, tu humanidad, tu inteligencia y tu habilidad”.

Con este caldo de cultivo, bien podríamos definir nuestra sociedad del siglo XXI como una sociedad avanzada y del conocimiento, aunque con ciertos matices, también y curiosamente expuestos por el filósofo alemán: ¡¡Ten cuidado cuando el Estado y las grandes empresas tienen una relación muy cercana y vigila a los medios pues anulan la libertad del individuo!!

Parece que aquellas ideas nacidas a mediados del siglo XIX, mostraran las vergüenzas de nuestra sociedad actual, curiosamente impulsadas por quienes se definen como seguidores de su corriente política que no filosófica.

Así cabría preguntarse a día de hoy, querido lector, qué te parece que Facebook facilite los datos personales de sus usuarios a una empresa que se dedica a influir en las intenciones de los votantes, por no hablar de las encuestas a la carta de Tezanos; son sólo unos ejemplos.

No cabe la menor duda de que los grandes acontecimientos como las guerras mundiales, la industrialización o las pandemias son decisivos en la historia de la Humanidad en tanto cambian las opiniones de los gobiernos y las personas y por ende de las formas de llevar a cabo la política, como bien nos muestra el momento actual tras la terrible pandemia que estamos sufriendo. Por un lado, por ejemplo, se promueve la impugnación de una fundación fascista al tiempo que se le da voz a un partido político nacido de una banda de terroristas que, curiosamente, resultan determinantes para el devenir de este país. Son las consecuencias del régimen del 78, la plena integración en la que se creyó en “aquel” momento político y hoy en firme debate y debacle; o la desafección hacia la corona por cuestiones de amoríos con el caprichoso caballero“don dinero”, al tiempo que surgen cada día aberrantes episodios de malversaciones de caudales públicos en los grandes partidos políticos de este país, aunque sólo el rey emérito haya tenido que abandonar el reino por pura vergüenza y no le hayan acompañado algunos más.

Con todo esto, cabe la duda razonable de preguntarse si en realidad estamos ante una sociedad como creemos tan avanzada y del conocimiento o, sencillamente, ante una tribu de individuos cuya única intención no es “compartir” lo compartido para el avance de la sociedad sino, como en los tiempos previos a aquellas corrientes alemanas del siglo XIX, el más arbitrario de los individualismos: el de la conquista del poder personal por encima de todo.

En la antigua Unión Soviética, el matemático Alexei Pajitnov, creó uno de los juegos más interesantes de los últimos tiempos: el Tetris; juego que consiste en crear líneas horizontales a través de coloridas figuras geométricas, para la revista Time: el mejor juego de la historia.

Para algunos reputados investigadores como el Dr. Haier, jugar al tetris conduce a una actividad cerebral más eficiente, incrementando el consumo de energía cerebral, medido por la glucosa, a medida que el jugador adquiere habilidad el cerebro reduce el consumo de energía y glucosa, aumentando las funciones cognitivas como “el pensamiento crítico, el razonamiento y el procesamiento del lenguaje”; para otros investigadores como Aram Keryayan, alivia el estrés postraumático, especialmente en las mujeres. En mi generación, afortunadamente, algunos aprendimos a jugar al tetris.

Resulta cuanto menos curioso que la “nueva normalidad” en esta sociedad de tecnologías y comunicaciones, sea asomarse a la realidad de un Hospital en tiempos de pandemia, a través de una serie de ficción televisiva, ¿tan reales serán los llantos de los niños o los sufrimientos de los abuelos? O la mejor manera de vencer al maldito y demoníaco bicho, sea lanzando proclamas sin el menor rigor científico y un marcado acento verdulero como: Hemos vencido al virus; mientras el eco de los bombardeos resuena caliente sobre el horizonte.

Quizás algunos padezcan sordera, falta de escrúpulos o sencillamente bisoñez, o que nunca jugaran al tetris en el bar de la Universidad de la vida, un garito tan real como la vida misma.

Somos una sociedad a la vanguardia y del saber aunque algunos individuos, alejados de aquella idea de Marx de lo social, se quedaron entre los huecos de las incompletas líneas del tetris, incapaces de recolocar figuras en el rompecabezas del presente para seguir creciendo y avanzando y nos lo hagan poner en duda; sobre todo cuando se propone a Trump para premio Nobel de la Paz o al doctor Simón para el de Medicina mientras vestimos a nuestros sanitarios con bolsas de basura en una patética imagen.

Menos mal que siempre nos quedarán Alemania y sus alemanes filósofos en esta Europa nuestra que nos ha tocado vivir.