Cuando la crisis económica de 2008 se acuñó la expresión “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Esta genialidad suponía que los poderes públicos se lavaban las manos respecto a lo ocurrido, a su inoperancia a la hora de prever lo que se nos venía y tomar medidas adecuadas para, al menos, paliarlo. No, nuestros próceres habían actuado bien, éramos nosotros, los ciudadanos, los culpables. Llevábamos la marca del pecado original, al haber pedido, por ejemplo, hipotecas. Daba igual que en el momento de pedirlas nuestra situación y perspectivas fueran desahogadas.

Es decir, si una pareja tenía un trabajo estable y ganaba 4.000 euros/mes y había pedido una hipoteca que les suponía 1.000 euros/mes, tendría que haber previsto que ambos se quedarían sin trabajo, con lo que no iban a poder pagar las cuotas. Luego, comenzaron a surgir chanchullos varios, corruptelas a cual más grande y se vio que, en realidad, eran los próceres bien amados los que habían vivido por encima de nuestras posibilidades. Da igual, se buscó otro culpable: los bancos, a los que falsamente se acusó de haberse saneado con nuestro dinero, una falacia enorme, pero que terminó calando.

Ahora con la pandemia está ocurriendo algo similar: hemos respirado por encima de nuestras posibilidades y nos merecemos enfermedad, ruina económica, multas y castigos sin salir de casa. Porque nuestros próceres, de nuevo, lo han hecho bien. Es intrascendente que las mismas autoridades sanitarias que dijeron que las mascarillas no servían, ahora las hagan obligatorias y nos amenacen con multas si descubrimos boca y nariz; es intrascendente que, pese a que la mayoría de rebrotes se producen en el ámbito familiar, el MITDE (Ministerio de Trabajo y Destrucción de Empresas) se lance a perseguir a los empresarios. No tiene importancia que se nos diga que en España el Gobierno, los gobiernos, han tomado las mejores medidas del mundo mundial, y pese a eso la tasa real de muertes por Covid en España duplique la de los países de esos satanes que son Trump y Bolsonaro; no importa que mientras el resto de países bajen impuestos para ayudar al reflote, aquí se nos quieran subir, por ejemplo, para pagar mascarillas que no sirven, respiradores que no llegan o comités de expertos que no existen.

Para colar sus astracanadas, el Gobierno, los gobiernos, cuentan con la inefable ayuda de bastantes medios de comunicación que ponen en bucle imágenes de gente sin mascarilla (¡divirtiéndose!, gran pecado, porque a eso no hemos venido a este valle de lágrimas), dan cifras despendoladas de contagios (acumulando datos semanales si ven que el diario sabe a poco, y ocultando que la mayor parte son asintomáticos, esos que antes no se detectaban y constituyen el 90% de casos). Lanzan mensajes apocalípticos de juicio final por nuestra mala cabeza, donde todos moriremos de dos plagas: o del bichito o de hambre encerrados en nuestras casas sin trabajo ni dinero, cuando la realidad es que la peor plaga son nuestros próceres, que no supieron reaccionar y acumularon (y acumulan) errores, y se han demostrado maestros en el arte de derivar las culpas a los ciudadanos y tapar sus pifias, ora mirando a otros países donde están peor (por los cojones), ora buscando enemigos fuera.

Ah, bueno, hay otras estrategias para acallar a quien cuestiones la Verdad Única:

1-Convertirnos en delatores-inquisidores, denunciando que la gente va, así, a lo loco, a veces sin mascarilla, y claro, nos pasa lo que nos pasa, poco nos pasa, sabiendo nuestros próceres que hay pocas cosas que llenen más al mezquino que denunciar al prójimo.

2-Activar la operación #TatúateUnSimón (o, al menos, ponte una camiseta con su cara), transformando a un técnico bastante quemado ya en símbolo patrio y patriotero, incuestionable e inefable, que puede decir una cosa y la contraria y acertar las dos veces, que puede cargarse con una frase miles de empleos y salir a hombros, porque si osas cuestionar sus apreciaciones o incides en sus contradicciones te van a responder: “¿tú sabes más que él? ¿dónde está tu solución, so listo?” (cuñao, también te dicen cuñao, que está muy de moda).

Pues, como diría el maestro Rodríguez Braun, no señora, no sé más que Simón (ni cobro por ello), pero sé que no se puede sostener una idea y la contraria y que ambas sean ciertas (quizá en el entorno cuántico sí, pero creo que la cosa no va por ahí). Y sí, señora, tengo, si no una solución, sí una idea-propuesta, que he leído y me parece bastante razonable.

Se trataría, en pocas palabras, de blindar a los colectivos de riesgo, especialmente a ancianos (sí, a esos que se ha dejado morir sin acceso a las UCI, y no me digan que eso fue en Madrid, eso fue en todos sitios, lo que pasa es que en otros lugares no hay constancia por escrito) y personas con problemas respiratorios, mientras aprovechamos que, según los expertos, en verano el virus está más debilitado para buscar la inmunidad de rebaño, es decir, hacer nuestra vida, contagiarnos si llega el caso, pasar la enfermedad (como asintomáticos o con síntomas leves) e inmunizarnos, de manera que no seamos ya un peligro para el resto.

¿Morirá gente? Claro, pero, ¿no está muriendo también ahora, mientras estamos en semi-cautividad, hundiendo la economía y perdiendo empleos que costará mucho recuperar? Pues lo que se propone es lo mismo pero sin hundir la economía.

Valdría la pena, al menos, analizarlo, y si se descarta decir por qué. Valdría la pena que nuestros próceres bajasen de su trono de soberbia y escuchasen ideas alternativas. Si lo hacen, soy capaz de tatuarme un Simón, pese al pánico que tengo a las agujas.