Luis Aragonés, que dicen que era un sabio y por eso le llamaban el “Sabio de Hortaleza”, y además una persona íntegra en el más amplio sentido de la palabra, confesó una vez que tenía un amigo japonés que era “sexador” de pollos. Desde luego, desconozco la técnica de sexar pollos o pollas, pero resulta cuanto menos oportuna en estos tiempos que corren de difamadores de géneros y otras corrientes alternativas, políticamente hablando.

El otro día, y no sin cierto estupor, me tragué la última sesión parlamentaria antes de las vacaciones, que resultó la más infumable y surrealista de todas desde que comenzó esta desgracia, la de la pandemia y la de la ineptocracia. Es más aprovecho para transmitirles que creo que resultaría más acertado cambiar el nombre a nuestra democracia, sustantivo que se forma al juntar las palabras griegas “demos”, que quiere decir «pueblo», y “cracia”, que significa «el poder del pueblo». O por ejemplo. la aristocracia, que proviene de juntar «aristois» -los mejores-, con «cracia» -el poder de los mejores-. Siguiendo en esa línea, si juntas el calificativo inepto con la ya conocida cracia, obtenemos la palabra que mejor define el momento político que estamos, no ya viviendo, sino además padeciendo: la ineptocracia, el poder de los inexpertos, incompetentes e incapaces.

Afortunadamente me quedé dormido y como el día estaba soporífero soñé con enormes tomates, que es tiempo de ellos: tomates de rosados colores, de pata negra, que también los hay, rojos carmesíes y sobre todo de atigradas pieles. Creo que existen más de siete mil quinientas variedades de tomates, así que en mis sueños aparecieron los expertos del comité de expertos, valga la redundancia, que nos están protegiendo de esta desdicha, sexando tomates que tengo entendido que es a lo que se dedican. Unos eran machos, como los tomates de pera que embotellaba mi madre para pasar el invierno, alguno de esos varoniles de miembro prominente, variedad que creo que se cultiva en el desierto de Israel, ¡en el desierto de Israel¡ y además con sabor original a tomate, «anda pallá», según el aislamiento de ciertos genes y no sé qué mandangas. Otros eran hembras, como los cherries o los golden delicious, pues creo que son los más dulces y de todos es conocida la dulzura de una fémina, aunque sea de origen tomatina. Otros de sexo incierto, pues también hay tomates que no parecen tomates, como el tomate Raf que se madura de dentro hacia fuera y que se riega con agua salada.

Desde luego de otra cosa no sabrán sus Señorías, pero de sexar tomates saben más que los químicos de una conservera, que esos sí que saben de tomates y pandemias. Al final, entre tanto sexador de tomates, se despidieron sus Señorías, que es tiempo de gazpachos y playitas y del coronavirus ni se habló; ni de las recalcitrantes guindillas que amenazan con abrasar la economía española. Allí, entre focas que aplaudían sin guardar la distancia de seguridad como si estuvieran en un espectáculo en Cabárceno, que es un recomendable parque cántabro, y sexadores de tomates, me quedé como aquel periodista al que contestó el Sabio de Hortaleza, con una cara de tonto que para qué.

Aunque para expertos en tomates, los italianos, que lo bautizaron “pomo doro” que quiere decir «manzana dorada», pues el tomate original es de color amarillo; los demás, con sus tonos rosados, verdosos o rojos no más que puro invento químico, como dicen ser el origen de este bicho de incierto sexo pero muy mala leche.

Si tienen ocasión les aconsejo que se acerquen al Valle del río Malvellido hasta llegar al precioso pueblo de El Gasco, y no por sus magníficos meandros, que también, sino porque desde hace más de cien años -está documentado-, se cultiva un tipo de tomate amarillo, el verdadero pomo doro, de aceitado sabor y fina piel, tanto que es casi imposible de transportar o apilar pues se resquebraja como una flor, pues tal es su fragilidad. En cuanto al sexo del tomate en cuestión, por si se lo pregunta, querido lector, pues ni sexo, ni pamplinas, ya que los tomates son asexuales, aunque sus Señorías aún no lo sepan. En esa tasca tan particular en la que han convertido el Congreso no se habla más que de gazpachos de poleo sin poleo y de «escarapuches», un gazpacho de la Siberia extremeña. Lo demás, puro cuento.