La España mítica: De Gárgoris a Sánchez
Adrián Tejeda Cano comentó que "quizás que la respuesta esté en análisis del acervo español, en nuestra idiosincrasia, o si lo prefieren, en los arquetipos que nos conforman como pluralidad unitaria".
Comprender lo que le está pasando a España en esta era por la que fluimos no es una tarea sencilla.
Realmente, a veces, tras la sinrazón de los acontecimientos que día tras día pasan ante nuestros sentidos, uno llega a la conclusión de que todo es inexplicable, que nuestra suerte no es más que un conjunto de casualidades que se dan por la inercia de factores completamente impredecibles, eso que se llama libre albedrío. Es por lo tanto muy fácil caer en la autocomplacencia de la inanición, puesto que, si todo es absolutamente impredecible ¿de qué vale el intentar buscar explicaciones con las que al menos poder aliviar la carga emocional que el caos nos produce?.
Probablemente, sea esta la intención que intentan procurar los menos proclives a que las personas podamos alcanzar respuestas, pero la curiosidad es una fiel compañera y el ser humano se deja seducir fácilmente ante ella.
En estos derroteros se ha dicho que la Historia es la fuente inagotable de información, un oráculo que nos habla cuando nos acercamos a su templo y preguntamos nuestros por qué. ¿Será por ello el afán que tienen aquellos censores de la realidad en dominar el relato y discurso, intentando incluso reescribir lo que ya no existe? Bien es cierto que por ahí pueden ir los tiros.
Pero nosotros a lo nuestro, a seguir confiando en la argamasa histórica aún no retocada, puesto que ella nos puede ayudar a componer algunos trazos concretos que pintan la silueta de eso que denominamos España, tan arrojada siempre a batallar consigo misma, y sumida por tanto en un continuo suicido colectivo pero que no acaba de concretarse.
La gran cuestión aquí deriva en saber qué es lo que nos parapeta contra nuestros demonios, cuál es la explicación que nos hace asumir la esperanza de que aunque todo parezca abrasado hay siempre una brizna de hierba que se resiste a morir calcinada.
Quizás que la respuesta esté en análisis del acervo español, en nuestra idiosincrasia, o si lo prefieren, en los arquetipos que nos conforman como pluralidad unitaria.
Realmente hay quien sostiene que España es como es gracias a su afán por mantener a sus héroes, y por lo tanto la verdad está en el mito tal y como defendía el ya fallecido Fernando Sánchez Dragó, personaje polémico donde los hubiera pero capaz de parir obras tan magistrales como su Gárgolis y Habidis, una Historia mágica de España.
En esa colosal obra, cincelada en una época en la que aquello de internet y de la inteligencia artificial no estaban ni por asomo en el ideario colectivo (hecho que sirve para dotar de mucho más valor a su trabajo), desgrana toda una enciclopedia de la mitología ibérica desde las épocas más arcaicas hasta la España contemporánea. En esa bella exposición, nos resuelve una concatenación de ideas empleando para ello un método que podríamos tildar de anticientífico: no se parte de una hipótesis, realmente se llega a ella según el análisis de las creencias y costumbres paganas y oficiales que han recorrido la península y sus pobladores desde los tiempos previos a Gárgoris (el mito fundacional de nuestra patria según Dragó) hasta ahora, época en donde seguimos reverenciando a mesías de hojalata por dentro pero vestidos de oro y de grana por fuera (no es baladí esa figura retórica que utilizo ya que el toro es una imagen mítica que está en nuestro Ser, afirmación que sostiene Dragó pero que también leí en Canetti, ni más ni menos).
Los españoles según se deduce de esta visión espiritual de la que habla Dragó, se siente cómodo en la revelación del mensaje que le otorga el mesías-héroe, es nuestra tendencia, y de ahí que a lo largo y ancho de nuestra Historia prosaica aparezcan caudillos destinados a liberarnos de nuestro pecado, cuya planta no se discute, se venera, porque ya está el relato y el mito para consagrar la intemporalidad de la obra que el tal sostiene por mandato divino.
En esta tesitura en la que nos encontramos, toca ahora formular la pregunta maldita: ¿Es el caso Sánchez un accidente que se da de vez en cuando o más bien una causalidad cuasi mítica?.
La razón me hace pensar en lo primero (con sus matices, claro, ya que muchos factores se han tenido que confabular de manera premeditada hasta llegar al punto en el que estamos), aunque creo que también hay aderezos de lo segundo. Si no es así, ¿cómo es posible que alguien tan retratado en su oscura praxis maquiavélica (de la que ya hablamos en esta columna, por cierto) siga teniendo adeptos? Claramente es una acto de creencia, de fe ciega en el héroe, que ha nacido para correr grandes peligros en pro de la Humanidad entera, un cruzado listo para derrotar a los infieles (con estigma de ultraderecha)…ese es el catecismo del que lo sigue venerando.
Y la gravedad de esta historia es que el mito puede perdurar eternamente, no hay forma de contrarrestarlo en las mentes de aquellos que fuman de su pipa sagrada: la objetividad, los hechos consumados no son óbice alguno puesto que esta lucha se fragua en las alturas, allí donde habitan las ideologías y el pensamiento mágico-religioso.
No obstante, existe una manera de derrotar tal conjura y es rodear el mito hasta diluirlo, y eso se consigue formando a espíritus libres, a personas que puedan decidir con su criterio individual si es menester entregarse a la fábula (lícita elección, no nos opondremos a ello) o consagrarse al hecho probado de la realidad misma del mundo.
Le educación es por lo tanto el camino, pero no esta educación, tan contaminada de ideología tal que da un asco atroz respirar el aire de la escuela (aquí habla un docente practicante). Y eso ocurre donde están unos (lógico, venden su credo) y donde también lo están los otros (imperdonable), incapaces de poner bridas y contrapesos al discurso doctrinal (¡qué desilusión más grande!). En fin, que todo pende de un hilo embrollado del que nadie (de momento) se atreve a tirar.