HACIA UNA ECOLOGÍA DE LA ATENCIÓN

La industria del turismo en España, ese gran invento que popularizó “Verano azul”, debe empezar de nuevo, y está claro que el término “innovación” se está poniendo a prueba más allá de los eslóganes de jornadas y estudios. Viajar turísticamente allá a lo lejos donde teníamos programado y todos juntos en parecidas fechas y lugares concurridos, el turismo de masas, se tiene que recomponer y reinventar. El confinamiento nos está obligando a que nos replanteemos tanto el ocio como sus maneras masivas de gozarlo. Practicar otra manera de moverse.

Es cierto que el turismo ya era una industria que se iba adaptando, alejándose de aquellos lugares en conflicto, de catástrofes, de inestabilidad política, y había empezado a descubrir que   todavía quedaba mucho planeta sin convertir. Parte de ese turismo estaba siendo ya una especie de “industria extractiva”, incluso convirtiéndose en modelo económico de privatización de zonas excepcionales, que sólo la crisis del 2008 aminoró y ahora el Covid-19 ha frenado. Una industria internacional que estaba decidida a todo, a promover dictaduras o incluso a programar “experiencias” a territorios de “accidente”, no sólo a Chernóbil y Nueva Orleans, también a   Fukushima.

Quizá el “quédate en casa” actual, ahora que ya podemos salir con las máximas precauciones, nos haga descubrir otra cosa que las macrotiendas, las rutas salvajes, las terminales de crucero, las explotaciones urbanas, las cacerías espectáculo. El quédate en casa o lo que algunos ya denominan “viajes slow”. Es decir, reconocer la vida de lo cercano, lo próximo, y lo local. Y aquí es donde la región de Extremadura debe “astuciarse”, sin esperar a nadie.

Nuestra memoria tiene que llegar a ser interior; un sabor, la tapia quebrada, callejear entre las parcelas o seguir un rebaño. En las praderas boscosas de la dehesa como si estuviéramos en alta mar, solitarios e inmersos. Agujeros dentro de un sueño con el cual temo encontrarme sin recordar apenas de qué color está tejido.ni el olivar ni el viñedo. Sí, porque los paisajes son construidos por todas esas personas que nos habitan, agricultores y agricultoras de verdad, productores de alimentos no solo para un día o para cuando le visito, de las fiestas del lugar para estar, del festival único porque es pequeño.

El viaje propone ser de ida y vuelta durante todo el año, de manera corta y pequeña, volviendo, revisitando cada vez con contactos nuevos, porque las estaciones nos obligan. Quizá para visitar la casa del poeta, del pintor, la feria del libro, el cine al aire libre   o las huertas jardín donde se producen “esos” melocotones, o “esas” naranjas, donde se ordeña todos los días. El aire popular, el artesano, lo trabajado con oficio es mucho más que una simple visita guiada a tal o cual monumento.

La memoria está en la frontera, no en la cabeza. No se trata de vender Extremadura. El viaje, que no el turismo, es situarse “entre”.  Entre las gentes del lugar y sus desvelos. Entre las noches en blanco de los baños del bosque y el día quieto en el agua.  Entre la extrañeza de vivir el afuera sin tener que interiorizarle. El tiempo ya no es el espacio que se recorre y se come “deprisa y corriendo,” porque “tengo que llegar al siguiente destino. ¿Y si le camino de ida se nos hace mas largo que el de vuelta? Viajar en conservar la duración, el otro tiempo, pues el habitual ya me lo marca el reloj implacablemente.

Visitar ciertas regiones ibéricas no se puede hacer de turista, nuevas modulaciones, membranas y ritmos implican al viaje como anclaje natural. ¿Qué es lo que nos mueve? Allí donde pueden surgir nuevas libertades y nuevos conocimientos. Encontrar donde está lo minucioso, lo preciso, lo posible.  En los mercadillos, cada pueblo tiene uno, en las tiendas que el azar me sugiere, en la explotación ganadera en extensivo, hablar del lugar con lo cotidiano que revindica lo manual con arte, despacio y a veces deprisa porque sabes que vas a volver. Sin instrucciones, ahora que el caminar puede hacerse dentro de “mis vacaciones” convertidas en varias veces al año mientras pueda y sin nostalgia ninguna. Verlo crecer poco a poco sin aglomeraciones ni contagios. Sentirlo por diferencias estacionales.

¿De vacaciones? Retrasarlas, adelantarlas o dejarlas para más adelante, que cuando salga de la cama del hospedaje sienta el campo estrellado, y la calle extraña con emoción y ganas de redescubrimiento donde apenas se distinga el afuera del adentro. Ni las prisas del “tengo que llegar”, ni el “me falta que ver”. Sigo aquí y puedo repetir cuantas veces pueda hacerlo, al ritmo de alguien que recuerda algo más que el sonido.

¿De vacaciones interiores? Ganas de conmoverse con lo cercano y minoritario para conectar con los muchos mundos que aún nos quedan por descubrir. Extremadura está cerca. Vamos a seguir el enlace de https://slowtravel.es.