(Hacia una ecología de la atención)

¿Nos quedamos sin petróleo? El sistema económico, el cual nos había convencido de que solo unos cuantos habíamos progresado pero que llegaría a todos sin lugar a dudas, nunca lo ha querido reconocer y sin embargo todas las compañías de combustibles fósiles lo sabían.

La crisis del 2008, fue también la crisis de los beneficios de las más de cien compañías de petróleo y gas mundiales en activo. Ya no les interesaba invertir en algo agotado y reconocían que el límite físico de las materias primas en el planeta era una realidad; no les eran rentables nuevas prospecciones. ¿Qué hacer? Mentir al respecto y seguir como si no pasara nada; los estados y la alta tecnología nos sacarían del atolladero. Un sistema económico de mercado que pide más libertad de consumo para que los más grandes triunfen sin obstáculos, esta vez apelaba al Estado para asegurar su continuidad.

Cuando el petróleo era el rey que movía el mundo, un rey con varias cabezas fósiles, ya conocía que la quema de petróleo, gas y carbón aumentarían las temperaturas globales del planeta. Las principales compañías petroleras norteamericanas ya tenían datos desde la década de los años 70, primera crisis del petróleo. El caso, ahora más llamativo, es el de ExxonMobil (la mayor empresa del mundo en ingresos) que ya, en 1977, daba por sentado el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera. Igual que con la industria tabaquera, la industria fósil ocultó las consecuencias impidiendo cualquier solución al respecto.

Las multinacionales ya habían adquirido experiencia sobrada en ocultar, ningunear y a la vez financiar informes favorables. “El cambio climático aquí no llega”, se repetía como si de un monstruo se tratara.

A ello contribuyeron los gobiernos colaboradores del sistema de mercado global. Es de sobra conocido como a principios de los años 80 el gobierno Thatcher (en USA, Ronald Reagan) afirmaba que “no había alternativa” ( “there is No Alternative”); o petróleo o nada.

Las energías renovables, que ya eran parte de la solución, el sistema las negaba como alternativa. Negaban un apoyo financiero gubernamental, e investigación, que sí concedían al sector eléctrico de combustión nuclear el cual debía asegurar un futuro energético radiante, el de los propios residuos radiactivos que perdurarán miles de años en activo. Y el resto para fabricar armamento militar. Incluso, hoy, podríamos decir que las propias centrales nucleares son un arma de guerra siempre latente, justo en el momento de su final y desmantelamiento masivo a nivel mundial. Por tanto, no nos extraña que de nuevo el discurso pronuclear siga usando las mismas artimañas que con la industria tabaquera o la del petróleo.

Aun Fukushima sin control y la ruina de todas las industrias del átomo (Westinghouse, Siemens, Areva, EDF, Rosatom), algunos medios de comunicación siguen propagando el mito pronuclear de no ser emisores de CO2 a la atmosfera. ¿Para qué lo siguen haciendo? Para seguir ocultando todo el ciclo completo del combustible hasta su puesta en marcha en la propia central, que no es solo ese edifico tan inocuo que tenemos delante que, por otra parte, debe ser protegido por el ejército (guardia civil).

Es evidente que la huella enorme de carbono por emisiones de todo el ciclo supera a las instaladas con energías renovables. Desde la minería para extraer el uranio natural ( en países empobrecidos), la producción de concentrados de uranio, la obtención de uranio enriquecido , la fabricación de los elementos combustibles, todos los transportes asociados, el uso del combustible en el reactor, la reelaboración de los elementos combustibles irradiados para recuperar el uranio remanente y el plutonio producido, la gestión de residuos de baja y media actividad y, una vez sin funcionamiento, el desmantelamiento completo y el legado eterno de los residuos de alta actividad.

En España, sin transición ninguna, las primeras plantas de energía solar (fotovoltaica y térmica) se instalan durante la primera década del siglo XXI, así como la eólica. Dejaba de considerarse una alternativa e incluso se instalaba en tejados con programas pioneros en Andalucía y en Navarra como construcción pasiva y bioclimática que supone un ahorro de hasta el 25 % del consumo eléctrico. Las primeras subvenciones y primas a las renovables (gobierno de Zapatero, 2004-13) comenzaron enseguida a variar el panorama y el oligopolio eléctrico temiendo por su continuidad obligó al “impuesto al sol” rajoniano (2014-18), ignorando tanto el cambio climático, como impidiendo la descentralización y distribución energética lo mas cerca del lugar de consumo. Poco a poco Iberdrola copa todo el mercado renovable hasta alcanzar ser líder mundial en eólica, y Endesa se pone en ello, (privatizada en 2003 por el gobierno conservador) aunque, incomprensiblemente, pasa a ser del estado italiano.

A pesar de todos los informes de la comunidad científica internacional acerca “del riesgo del cambio climático inducido por el hombre y sus potenciales impactos” (alertados desde la Cumbre de Rio-92) la destrucción y extinción de la biodiversidad, contaminación y aumento de emisiones globales constantes, toman la cara de una pandemia mundial. Donde parecía que el progreso y prosperidad, conseguidos solo para los países ricos, nos hacía inmunes (a costa del resto del mundo empobrecido), los virus mortales nos devolvían el peor de los síntomas. Con estas, en Europa, se vuelve a abrir una guerra de agresión y ocupación (24 de febrero de 2022) a sumar a tanto desastre y convulsión democrática. Y precisamente, el gas que representaba la energía de transición para implantar definitivamente las renovables se corta.

Toda la transición renovable eléctrica hay que acelerarla. Evidentemente solo la parte eléctrica, un 25% de todo el consumo actual. Se vuelve a recordar que el petróleo se acaba, y el carbón y el gas deben estar fuera de todo compromiso a fin de mitigar el cambio climático ya irreversible. Aun no hemos aceptado que, si la energía y materiales precisos no se recortan, dentro del sistema de producción y de consumo, no saldremos adelante.

¿Cómo se va a conseguir tal aceleración 100% renovable en Europa? Pues alentando a que el capital especulativo siga creciendo (fondos en paraísos fiscales) y las empresas monopolistas lo saquen adelante. Los mismos que han impedido las alternativas limpias y menos contaminantes, se les prioriza para dar con la mejor solución, la de su estricto beneficio. Y lo que es más grave impidiendo que las poblaciones puedan contestar, participar y alegar en contra.

Ni en Europa (reglamento 22 diciembre 2022 de aceleración de renovables), ni en España (decreto ley 20/2022 de medidas urgentes) podemos aceptar que la emergencia energética y su solución con macro industrias de renovables se consientan a nuestras espaldas. Es imprescindible la derogación de  los artículos que prohiben que la población y  las organizaciones ecologistas puedan conocer los expedientes y formular alegaciones.

Claro que el territorio busca su revancha, precisamente ese que denominamos vaciado y sin apenas gente, ni consumo. El mundo rural en España, a través del colectivo estatal ALIENTE (Alianza Energía y Territorio, con más de 200 organizaciones) no acepta que la transición energética no se lleve a cabo de manera democrática (coherencia social) y con las debidas garantías medioambientales (biodiversidad).

En la delicada situación actual, donde ya parece que hasta nos olvidamos de la emergencia climática, las instancias políticas no pueden permitir que un retroceso de la libertad ciudadana lleve a que nos convirtamos en siervos mudos de un sistema económico que no es capaz de poner freno al actual modelo de consumo creciente.

Ningún territorio es una isla para que se apunte a “nosotros ya hemos hecho los deberes” máxime cuando se pretende dejar atrás a la población que lo habita. Sí, se están creando alternativas sociales, económicas y ecológicas tanto locales como en redes. La cuestión no es tan fácil como la de sustituir los fósiles por renovables, aunque nos lo quieran vender así. Las elecciones de mayo deben dejar de ser promesas y convertirse en escucha activa renovada.