Hay dos valores no contrapuestos puestos de relieve en esta hora del fallecimiento de la reina Isabel II de Inglaterra, una señora reina y una reina tan señora y marcada tanto por su discreción como por los silencios de una mujer herida, nunca de una reina mancillada. Entregó su vida a su pueblo y a la Corona. Fue leal y fiel a sus súbditos y familia, que ahora la lloran.

La lealtad es el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien; la virtud militar por excelencia (“se comportará en todo momento con lealtad y compañerismo”). La fidelidad es la lealtad, la observancia de la fe que alguien debe a otra persona, la exactitud en la ejecución de algo.

Pregunté en una ocasión a una amiga el porqué de la separación de otra compañera y me respondió: “Creo que fue una cosa de infidelidad.” Sonreí para mis adentros, al tiempo que le preguntaba quién es no infiel hoy a su pareja, salvadas todas las excepciones que hubiere. Nuestras mujeres ascendientes eran fieles hasta la muerte, aun conociendo la infidelidad de sus cónyuges. En el antiguo régimen, como en tiempos de la vida pública de Jesucristo, las mujeres eran lapidadas, cuando no `crucificadas´ de palabra y obra, si fueren adúlteras. En el régimen anterior al actual del 78, el hombre podría serlo y no pasaba nada; nunca la mujer, a cuyo esposo, si aquella fuere adúltera, se le otorgare la gracia de la separación.

En el consentimiento matrimonial canónico se recitan las frases: “Yo (nombre del esposo) te recibo a ti (nombre de la esposa) y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.” Y en la fórmula dialogada para el consentimiento: “Yo te recibo como esposa y prometo amarte fielmente toda mi vida”, e igualmente la esposa, hasta que reciban la bendición y se intercambien las arras y las alianzas. La fidelidad por encima de la lealtad.

No obstante, ni las arras ni las alianzas ni la fidelidad proclamada entre los contrayentes son signos inequívocos de una fidelidad permanente y eterna hasta que “la muerte nos separe”. Para la Iglesia, la cualidad del pecado puede ser “de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Hombres y mujeres, matrimonios o no, son cada día infieles, aunque no de obra, de pensamiento, palabra, omisión y deseo. Por ello, reclamamos el perdón divino en nuestras oraciones a Dios.

Se ha escrito que el príncipe Felipe de Edimburgo (Corfú, 1921; Windsor, 2021), esposo de la reina Isabel II y príncipe consorte del Reino Unido de Gran Bretaña, de Irlanda del Norte y de los Reinos de la Mancomunidad de Naciones, desde 1952 hasta su muerte el pasado año, representó mejor aquello de lealtad versus fidelidad. El príncipe Felipe fue fiel a la reina, pero no a su esposa, y también leal a la Corona por encima de sus deslices. Y la reina Isabel II habría añadido: “Prefiero que sea leal a mi persona y lo que encarno (la Corona) antes que fiel al vínculo que nos une, el matrimonio.” Una señora reina por encima de todo.

En España, aun los ministros republicanos coaligados con el Gobierno, deben prometer y jurar al menos tres cosas: cumplir con la Constitución, hacerlo con fidelidad al Rey y mantener en secreto las deliberaciones del Consejo de Ministros (Real Decreto 707/1979, número 83, de 6 de abril de 1979, BOE-A, 1979-9543). Habría que preguntarse si todos los ministros cumplen la Constitución con fidelidad al Rey.

¿Ha sido leal al Rey la profesora extremeña de Derecho Constitucional de la Universidad de Extremadura, que lo prometió (consejera de Vivienda de la Junta con el presidente Ibarra, ministra de la Vivienda del Gobierno de España con el presidente Zapatero y consejera de Educación de la Embajada de España en Rabat en el gobierno del presidente Sánchez) cuando hace unos días respaldaba las ambiciones históricas de Marruecos sobre Ceuta y Melilla en un congreso celebrado en Tetuán, “porque suponen una afrenta a la integridad territorial de Marruecos y que son “vestigios” que “interfieren” en las relaciones del país norteafricano con España. (Véase El Confidencial, de 03/09/2022). El presidente de Melilla la considera una “desleal” e Imbroda, senador popular por Melilla, dijo algo más: “El amor con un marroquí y supongo que algo más material la lleva a ir contra España…” Por algo los tres presidentes se la quitaron de encima. No podría esperarse otra cosa de quien va por libre por la vida, aunque sea profesora de Derecho Constitucional.

Y así vamos, ni fidelidad en el matrimonio ni lealtad con la Corona y con el Rey por parte de sus ministros, aunque la hubieren prometido. Nunca llegaremos a la altura de los ingleses, que antes cantaban “Dios salve a la reina” y mañana cantarán “Dios salve al rey”.  Que Dios salve a España…