(Hacia una ecología de la atención). 

La historia más cruel es aquella que se intenta ocultar bajo un manto, que en nuestra época siempre es de color verde (“camuflaje verde”). Aquel 11 de marzo de 2011, un nuevo seísmo asoló Japón, y en breves segundos dejó la máxima destrucción posible. ¿Qué ocurrió?

La población que está acostumbrada a los seísmos enseguida se dio cuenta que aquello era distinto. Su epicentro bajo el mar, a unos 70 kilómetros del coste este (región de Tohoku) provocó un gigantesco tsunami que arrasó con pueblos enteros y la vida de más de 20.000 personas. Pero, se topó con el complejo nuclear de Fukushima y desencadenó el peor accidente mundial de la historia nuclear después de Chernóbil. Nadie había calculado la posibilidad de que grandes olas afectaran a un complejo nuclear que tenía 4 centrales en operación y era considerado el más seguro del mundo. Japón no era la URSS, se nos decía machaconamente, y la aplicación de la tecnología americana era infalible:  Japón era un país rico donde jamás ocurriría una catástrofe nuclear. Pero enseguida comprendieron que tanto el diseño como las ubicaciones de las centrales nucleares realizadas por la industria del átomo americana eran un fracaso. De inmediato cerraron todas las centrales nucleares del país, Fukushima amenazaba incluso a Tokio pues era imposible parar la reacción en cadena de las dos unidades que aún estaban activas bajo los escombros.

Y Fukushima todavía está activa, la catástrofe no ha terminado, es constante, y nadie asegura cuándo dejara de ser una amenaza ni por cuánto tiempo.

Aun trabajan 5.000 personas para contener la contaminación tanto del suelo (¿qué hacer con las montañas de tierra radiactiva acumulada?) como del agua, usada para enfriar los núcleos de los reactores nucleares que entraron en fusión. Un sistema complejo de bombeo permite recuperar esta agua; el Circuito está pensado en bucle cerrado para evitar fugas.  Pero es tanta la acumulada en grandes cisternas que el gobierno japonés ya ha decidido echarla al mar. Más de 1,25 millones de toneladas de agua procesada.

Eso sí, nos advierten que no toda se derramará de golpe. Lo denominan “vertido controlado” como si eso nos dejara más tranquilos, ya que todo irá a parar al mar Pacifico. Seguro que a los pescadores de medio mundo no lo entienden así, mientras los consumidores seguimos sin enterarnos del alcance de tal medida. Fukushima aun esta activa hay que volver a recordarlo una vez más.

Recordemos. Los núcleos de tres de los seis reactores de la central, que no estaban refrigerados, habían entrado en fusión y habían perforado los depósitos extendiéndose en el fondo de su recinto de contención. De todos los compuestos altamente radiactivos (iodo 131, cesio 137) la retirada del “corio solidificado” (el magma constituido por el combustible y los residuos fundidos) implica nuevas técnicas que aún no están controladas; algunos robots no han podido completar su misión para ello. En Chernóbil, nunca se recuperó el corio de la central.

Oficialmente, Japón quiere acabar con el desmantelamiento de la central en unos cuarenta o cincuenta años, como recuerda el Instituto de Radioprotección y Seguridad Nuclear (IRSN), pero los trabajos son aun problémicos: un muro de hielo subterráneo ha sido construido para contener los desagües de agua contaminada. También se han retirado los combustibles usados de dos reactores 1 y 2. La zona excluida equivale a la mitad de la superficie de la provincia de Cáceres. Los expertos en salud temen por el cáncer de tiroides, y un mayor riesgo de desarrollar ciertas enfermedades, en particular cánceres en los niños, los más sensibles. ¿Nos podemos imaginar un accidente en Almaraz?

El gobierno japonés sigue negando las consecuencias para la salud, e incluso se niega a admitir las demandas de las primeras víctimas de cáncer de tiroides infantil que por fin se han atrevido a denunciar. Temían ser tratados como victimas discriminatorias y lo han planteado como demanda colectiva.

El gobierno japonés sigue negando lo aprendido en su parque nuclear:

  • Que la vulnerabilidad de las centrales nucleares ante catástrofes naturales es mayor que lo que se pensaba antes de 2011.
  • Que los sistemas de suministro eléctrico de la central y de eliminación de calor no son suficientemente robustos.
  • Que las posibilidades de evitar escapes radiactivos durante un accidente grave con fusión de núcleo son en realidad muy limitadas.
  • Que siguen siendo blanco fácil para un acto terrorista o de guerra.

¿Y en Almaraz, cuál es la situación de aprendizaje postFukushima?

  • A día de hoy la evaluación de riesgos sísmicos no ha sido contemplada, con una presa de Valdecañas en cabecera.
  • A día de hoy la planta no ha sido reequipada para funcionar hasta el año 2027/28 a fin de protegerse de los riesgos exteriores.
  • A día de hoy las deficiencias de diseño de los equipos móviles para el suministro eléctrico en caso de necesidad grave se dejan en manos de la capacidad de reacción del personal de la planta.
  • A día de hoy han jubilado a todas las personas con mayor antigüedad en el control de la planta y contratado a jóvenes con poca experiencia (Vox ha creado un nuevo sindicato a fin de disponer del control laboral).

Pues todo parece que al menos desde Europa estamos perdiendo la memoria de lo que la energía nuclear, como alta tecnología humana puesta en marcha por la industria del armamento militar en la segunda guerra mundial, ha provocado, y provoca, de manera continua en sus instalaciones para producir electricidad.

Que Francia lidere en la Unión Europea una clasificación de las tecnologías de generación de energía eléctrica (la taxonomía como nuevo tecnicismo) a fin de considerar verde a la energía nuclear es la provocación más insensata como solución ante la emergencia climática y el desvío de grandes presupuestos para ello con fines militares derivados.

Si queremos evitar la destrucción ambiental y una catástrofe sin precedentes, sin entrar en la segunda guerra fría para ello, debemos exigir a todos los gobiernos la participación social y activa. Más dialogo y menos violencia.

Exigimos la participación democrática en todos las decisiones y proyectos relativos tanto a la energía como al aumento de un presupuesto militar delirante que arrincone las verdaderas soluciones de emergencia climática; que van desde el ahorro energético en todo tipo de construcción (comunidades energéticas, arquitectura y ciudades bioclimáticas), hasta el transporte público de kilómetro cero, de mercancías y personas, alimentado por fuentes renovables (tren y movilidad compartida).