Ahora que los ciudadanos habían puesto todas sus esperanzas en la vacuna frente al coronavirus descubrimos que el pinchazo sólo ayuda, y no siempre. La muerte de dos personas en Extremadura que ya habían sido inoculadas con la pauta completa y de una tercera a la que se le había administrado una de las dos dosis nos ha dejado helados en plena primavera. Claro que no han muerto como consecuencia de una reacción adversa del medicamento, sino porque la vacuna no cumplió su misión como se esperaba en estas personas que tenían más de 80 años de edad.

Se ha comprobado la efectividad de la vacuna desde el momento en que ha cesado el goteo de muertes por Covid en los centros residenciales, pero hemos de concienciarnos que la vida no va a ser igual. El Ministerio de Sanidad ha advertido que hasta que una proporción importante de la población esté vacunada es necesario continuar usando la mascarilla, lavarse frecuentemente las manos, mantener la distancia interpersonal, limitar las relaciones personales y optar por sitios al aire libre frente a los espacios cerrados; o lo que es lo mismo, vamos a tener un escudo protector susceptible de ser atravesado.

Durante el mes de marzo, el 95,83 por ciento de las personas que perdieron la vida en Extremadura no se encontraban vacunadas y ese porcentaje se ha reducido al 90,48 por ciento en abril a medida que se ha agilizado el proceso. Esto quiere decir que la vacuna funciona, pero no como creíamos, y que la inmunidad es un mito.

El desconocimiento sobre los posibles efectos del medicamento en el futuro y los distintos cambios de criterio político sobre las reacciones adversas que provoca la vacuna de AstraZeneca han dado motivos suficientes a un abultado grupo de ciudadanos que ha preferido esperar a ver qué ocurre con sus vecinos. Egoísta o no, su postura es comprensible, pero que nadie se llame a engaño: el principal objetivo de la vacunación es prevenir la enfermedad y disminuir su gravedad y mortalidad, pero nunca se ha dicho que se consiga la inmunidad total.

Por si fuera poco, la aparición de nuevas variantes del virus resistentes a determinadas vacunas ha dibujado un panorama aún más incierto. Las nuevas cepas y variantes nacen por mutaciones puntuales en el genoma del virus; si estas mutaciones no afectan a la totalidad de la proteína S, es muy probable que la vacuna siga siendo efectiva. El problema es que cada vez surgen nuevas variantes con mayor agresividad que se están propagando con rapidez, lo que obligará a desarrollar nuevas vacunas que ofrezcan una mayor resistencia al virus. Así las cosas, el tiempo es el factor más importante a valorar y a partir de ahora cada minuto cuenta. O se agiliza el proceso o las nuevas variantes nos obligarán a empezar desde el principio.