Un único voto, por simple que parezca, es tan relevante que merece una reflexión antes de dejarlo caer en la urna, sobre todo porque nunca se sabe con certeza dónde va a desembocar. Desde la constitución de Ciudadanos (Cs), en julio de 2006, destinar una papeleta a esta formación política que nació en Cataluña para expandirse por el resto de España ha sido como jugar al azar dejando un barquito de papel en un arroyuelo. Al dividirse en dos el cauce, y según fuese la corriente, el barquito podía continuar navegando por la derecha, por la izquierda, o quedar atascado en el centro.

Ciudadanos -Ciutadans en catalán- es un partido de desencantados que se sienten importantes porque de sus decisiones depende que gobiernen unos u otros. Su minuto de gloria se les hace eterno y durante semanas recae sobre ellos toda la atención porque como partido bisagra que son, su máxima aspiración es ocupar un vacío inexistente a la sombra del que gobierna o, como mucho, alternar un sillón dividiendo en dos la legislatura. Transcurrida la euforia y una vez que sale la fumata blanca para advertir que «habemus gobierno», sólo resta esperar cualquier desencuentro con su socio de gobierno, por pequeño que sea, para dar al traste con el acuerdo de legislatura.

En junio de 2015, Cs aupó a la socialista Susana Díaz a la presidencia de la Junta de Andalucía y una legislatura después hizo lo propio con el popular Juan Manuel Moreno Bonilla. Albert Rivera primero, e Inés Arrimada después, han intentado estar al mismo tiempo en misa y repicando, pero siempre con curas distintos. Y esas indecisiones, esa falta de seriedad y posicionamiento político, el pueblo no las perdona, porque suena a la canción del desaparecido dúo Enrique y Ana que hizo célebre el tema «Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, un, dos, tres».

Todos en Ciudadanos saben que mucho tienen que cambiar las cosas en este país para que sean alternativa de gobierno. Si quien tuvo en sus manos el poder de Cataluña ni siquiera hizo amagos de iniciar una negociación para intentar conseguir la presidencia de la tierra en la que se fundó, es más que improbable que logre cotas más altas en un país donde la mayoría de los votantes les ha visto el plumero. En 2016, tras el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez, retrocedió de 40 a 32 diputados en el Congreso, en las primeras elecciones generales de 2019 subió hasta los 57 y tan solo unos meses después perdió 47 escaños y se quedó con 10, perdiendo por el camino 2,5 millones de votos. La hecatombe se produjo hace tan solo unas semanas en Cataluña, cuando perdió 30 de los 36 escaños que tenía en el parlamento y pasó de ser la primera a la penúltima fuerza política.

Ahora Cs, que en su día giró a la derecha en el Ayuntamiento de Badajoz y a la izquierda, con su abstención, en el de Cáceres, se entretiene negociando mociones de censura por doquier para intentar dar sentido a lo que sus electores ya consideran un voto tirado a la basura. Tras anunciar su moción en Murcia se han precipitado los acontecimientos y ya se han anunciado otras en Castilla y León y en Madrid, ésta última con una disolución de la Asamblea de Madrid y elecciones anticipadas a la vista que terminará en la vía judicial.

Ciudadanos, Ciudatans, Cs, se llame como se llame, hace aguas por todos lados, a babor y estribor, por popa y por proa. Lo ha dicho sin pelos en la lengua el parlamentario andaluz Fran Carrillo, quien piensa que con decenas de muertos por la Covid-19 no es el momento de hablar de elecciones y mociones de censura. Y lo ha resumido en una frase de tan solo siete palabras: «Estoy hasta los cojones de todos nosotros».