La Real Academia Española (RAE), cuya misión es la regularización lingüística de nuestro idioma, define el feminismo como la  «doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres» y como un «movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres». Siguiendo este criterio, la RAE debería definir el machismo como la doctrina favorable al hombre, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a las mujeres. Sin embargo, y pese a tratarse de términos antónimos, el machismo es considerado una «actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres» y como una «forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón». Pero claro, llegó la Fundación del Español Urgente (Fundéu), creada en 2005 por la Agencia Efe, y dijo que machismo y feminismo no son términos antónimos.

«No se trata de dos términos equiparables, ya que, mientras que el feminismo es la búsqueda de la igualdad entre sexos, el machismo supone una preponderancia del varón», dice Fundéu, que cuenta con el asesoramiento de la RAE. En la tosca sociedad que vivimos hemos consentido que la ministra Irene Montero defienda el exceso verbal «portavoza» porque da visibilidad a la mujer, aunque hay que reconocer que no fue la primera en atropellar el diccionario. En 2008 la entonces ministra de Igualdad Bibiana Aído elevó a los altares la expresión «miembros y miembras» y en 1993 la entonces diputada del PSOE por Cádiz y esposa de Felipe González, Carmen Romero, hizo un discurso que era un alegato en defensa de las «jóvenas». En definitiva, hemos consentido que machismo se convierta en un término despectivo y feminismo en un vocablo, no sólo socialmente aceptado, sino políticamente correcto.

Como aún no ha llovido todo lo que debía y 69.142 fallecidos por Covid-19 no son suficientes, los mismos que han cerrado el comercio y la hostelería, aquellos que nos han pedido insistentemente no celebrar la Navidad y evitar encuentros familiares de más de seis personas nos dan rienda suelta ahora para manifestarnos el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, «siempre que se tomen las medidas de precaución adecuadas» (Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias). No ha sido el único, porque el portavoz de Unidas Podemos en el Congreso de los Diputados, Pablo Echenique, ha confirmado que su partido irá a las manifestaciones si se convocan; la ministra Irene Montero ha pedido «más feminismo»  y la Delegación del Gobierno en Madrid ya ha autorizado manifestaciones para esa jornada por tratarse de concentraciones de menos de 500 personas. Entre tanto perturbado ha dado muestras de tener luces la ministra de Sanidad, Carolina Darias, que se ha visto obligada a recordar que estamos en medio de una pandemia y que «no ha lugar» para este tipo de actos.

Unos por otros, tenemos la casa por barrer y ya nadie se acuerda de los miles de muertos que nos ha dejado el coronavirus. Nadie salvo los que los han padecido. Cada jornada nos asomamos a las cifras con las que nos obsequia la muerte con una indiferencia total, hasta el punto de que nos llama más la atención un muerto en accidente de tráfico que 15 fallecidos por Covid-19. Ahora lo importante es acabar con el machismo, potenciar el feminismo y adoctrinarnos poco a poco para que nuestro lenguaje, además de universal, comience a ser interminable y empecemos a duplicar cada término que salga de nuestra boca. Así disfrutaremos todos y todas, juntos y juntas, portavoces y portavozas, populares y popularas, socialistos y socialistas. Y todo por creerse que con cuatro vacunas y una reducción de la incidencia acumulada hemos puesto fin a una pesadilla que no ha hecho más que comenzar.

Hay quienes han olvidado -pronto lo harán también quienes velan por nuestro lenguaje- que el masculino genérico incluye tanto a hombres como a mujeres y que este argumento fue utilizado hace muy poco tiempo por la RAE, que terminará sucumbiendo a las presiones políticas de quienes nos gobiernan. No hay razón para pensar que el género masculino excluya a las mujeres en ciertas situaciones, decía la RAE. Demos continuidad a la igualdad de género, pero también por abajo, no sólo para los ejecutivos y las ejecutivas, sino para los albañiles y albañilas y para los encofradores y encofradoras. Y así quienes se disfrazan de feministas no olvidarán con tanta frecuencia que los valores no se demuestran con palabras, sino con hechos.