La opinión pública ha sacado de contexto las palabras de la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, que embriagada de verborrea un lunes de resaca nos lanzó un mensaje de esperanza diciendo que su departamento había puesto todo su empeño en agilizar el proceso de vacunación para reactivar el sector turístico de cara a la Semana Santa. (Lunes, 1 de febrero, 407.091 contagios por coronavirus, 5.026 nuevos en las últimas 24 horas, 1.534 muertos en siete días).

Tampoco supieron interpretar correctamente los españoles las palabras del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el pleno del Congreso de los Diputados cuando dijo que nuestro país había vencido al virus. (Miércoles, 10 de junio, 27.136 fallecidos por la pandemia). O cuando nos desafió a «salir a la calle, no dejarse atenazar por el miedo y recuperar la economía”. (Sábado, 4 de julio, Sanidad deja de actualizar las cifras del coronavirus en España durante los fines de semana).

Lo mismo sucedió cuando Fernando Simón, coordinador de Emergencias de Sanidad, dijo el 31 de enero de 2020 que «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado» y que no habría «transmisión local, y en ese caso sería muy limitada y muy controlada». (Viernes, 5 de febrero, 2.941.990 contagiados en nuestro país desde el inicio de la pandemia, 61.386 fallecidos).

Los extremeños no han sido una excepción a la hora de malinterpretar a sus dirigentes, porque Vergeles siempre se negó al cierre perimetral de la comunidad autónoma y finalmente no sólo ha clausurado todos los municipios de la región, sino que ha cerrado el comercio y mantiene las persianas bajadas en la hostelería. (Sábado, 6 de febrero, 473 hospitalizados, 75 personas en UCI, 13 nuevos fallecidos, 1.577 muertos desde el inicio de la crisis sanitaria).

Esto de salvar la Semana Santa suena más a thriller cinematográfico (Salvar al soldado Ryan, Steven Spielberg, 1998), a película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, tras el desembarco de Normandía, cuando a un grupo de soldados se le encomienda la misión de proteger a un combatiente que ha perdido a sus tres hermanos en la contienda. Pero en esta nueva guerra que nos asola salvar la Semana Santa no supondría más que prolongar la lenta agonía que nos conduce irremediablemente al caos.

Salvar la Navidad tuvo un resultado que tampoco hemos sabido interpretar correctamente: resultó ser el peor mes de la pandemia, con 864.000 nuevos contagios, la incidencia acumulada triplicada y una incontable cifra de fallecidos. Hemos sacado completamente de contexto cualquier expresión sobre la pandemia, porque salvar la Semana Santa equivale a generar unos paupérrimos ingresos a determinados sectores que no dejarán de valorarlo como pan para hoy y hambre para mañana. Y mientras seguiremos engrosando la lista de fallecidos para quienes esta Semana Santa será la última de sus vidas.

La variante británica del coronavirus está tomando posiciones y las previsiones de los expertos indican que a partir de marzo será predominante sobre la de Wuhan. En su último informe semanal sobre la Covid-19 el Ministerio de Sanidad ya ha reconocido, no sólo que la denominada cepa británica se transmite de una manera mucho más veloz, sino que también es más mortífera. Hace una semana el informe ministerial indicaba el número de casos desglosado por comunidades autónomas; en el del viernes se ha ocultado deliberadamente ese dato. Es como si pretendieran engañarnos como a niños para que no tengamos miedo al lobo, cuando en realidad es que no han sabido interpretar bien a la sociedad que gobiernan, a la que es mejor mostrarle las uñas del miedo para que vaya tomando precauciones, antes que dejarla que se confíe y le muerda la víbora.