Hace un par de años me encargaron esbozar el borrador de una intervención que la persona para la que trabajaba tenía que hacer en un foro sobre emprendimiento femenino en el ámbito rural. La única indicación que se me dio fue que tenía que ser ‘en positivo’. Claro que, cuando empecé a indagar, la cosa de ir ‘en positivo’ se complicó: para empezar, las mujeres rurales tienen más difícil la conciliación por la escasez de servicios como guarderías o residencias de mayores. Otro condicionante general es la falta de formación. Pero sobre todo había un problema, que compartían emprendedores y emprendedoras de núcleos pequeños: alquileres al margen, los costes de montar un negocio (maquinaria, mobiliario, enseres, licencias, costes salariales, impuestos…) en un pequeño pueblo y en una ciudad son semejantes.

La diferencia es el acceso a la clientela potencial. Por decirlo de forma sencilla, en dos calles de Badajoz viven más personas que en muchos pueblos de Extremadura, así que para los negocios rurales llegar al límite mínimo de rentabilidad es más complicado por lo reducido de su universo de posibles clientes. ¿Resultado?: elevada tasa de desempleo femenino en los pueblos y escasa tasa de actividad entre las mujeres rurales.

Andaba yo en esas, sin saber cómo hincar el diente al encargo ‘en positivo’, cuando tomando café con una compañera (de pueblo, igual que yo) ella comentó la cantidad de gente que se veía en su pueblo con paquetes que llevaban el logo de Amazon. Este comentario se quedó ahí, fijado, hasta que me vino una idea. Resulta que en el pueblo al que iba mi jefe había una pequeña cooperativa de mujeres que hacía dulces tradicionales.

Me metí entonces en Amazon, en la sección repostería, y empecé a buscar… no tardé mucho. Descubrí una referencia de hojaldres de León. Indagando más averigüé que eran de una pequeña pastelería artesanal en un pueblo de menos de 300 habitantes. Y más aún, encontré la historia de su dueño, Javier. Resulta que después de años trabajando en un obrador de panadería de una ciudad lo dejó todo para establecerse en su pueblo y hacer hojaldre y otras exquisiteces según una receta tradicional, que era su ilusión de siempre.

Relataba Javier sus problemas por la escasez de clientela, que le obligaba a bajar al mercado de León cada sábado, con el furgón cargado de hojaldre para intentar al menos sobrevivir. Se planteó vender online, pero ni tenía conocimientos ni estructura para ello, hasta que un amigo le dijo que podía vender a través de Amazon. Como muchos, Javier creía que Amazon era una plataforma que solo vendía productos propios, y no, además, un macro-escaparate con cientos de miles de referencias ajenas. ¿Y los costes?: vender por Amazon le costaba 0,99€ por unidad vendida más un 15% del total de ventas mensuales.

Javier echó números y se lanzó: encargó cajas con un diseño chulo y empezó a vender por Amazon lo mismo que en su pastelería. Eso sí, el kilo que en el mercado de León vendía a 20€ lo vendía en Amazon como producto artesanal exclusivo a 35-40 euros, compensando con creces los costes adicionales.

Como digo, esto fue hace unos dos años, así que antes de escribir esto he vuelto a buscar estas referencias en Amazon, a ver si todo había sido flor de un día. Pues bien, Javier tiene ahora media docena de referencias, no una. ¿Le han solucionado la vida? No, pero le han permitido acceder a un mercado que antes tenía vetado, incrementando sus ventas.

Viene esto a colación de la demagogia populista que estamos padeciendo estos días que considera a Amazon un moderno Satán, y pide un boicot para ‘salvar’ al pequeño comercio. Eso sí, sin haber hablado con los pequeños comerciantes. Soy de los que opta siempre, en primer lugar, por el comercio de proximidad, por la tienda física. ¿Por qué? Porque me gusta ver las cosas, tocarlas, poder probarme, que haya alguien que si compro un cacharro me diga cómo funciona, que si tengo un problema saber a quién ir a exponerlo. Pero eso no quita que también compre por Amazon y similares productos que no están a mi alcance en mi entorno.

Porque, contra la visión oportunista y desfasada de esos populismos, la venta online no va a desaparecer, y el comercio de proximidad tiene que convivir con ella y, si es posible, aprovecharse de ella. Especialización, trato personal, estrategias de marketing ajustado a un entorno conocido, fidelización… todo eso juega a favor del comercio tradicional que, además, puede subirse al carro del tirón de Amazon y otras plataformas.

Todo menos seguir cruzadas absurdas, como el rechazo de Podemos Extremadura al centro logístico de Amazon en Badajoz. ¿Cree alguien que si se bloquea este proyecto Amazon dejará de vender aquí? No, mandará su centro y los 900 empleos a otro lugar, a Salamanca, a Sevilla, a la vecina Portugal, y mil extremeños en desempleo seguirán en la cola del paro. Tal vez sea eso lo que pretende el populismo: subsidios y no trabajo, porque así pueden colgarse medallas de benefactores de desamparados, pero es un suicidio social, es menos renta, más frustración, más abandono de la región. Entiendo que eso, a quien disfruta de un estatus económico holgado que pagamos entre todos, le dé igual, y anteponga su lógica que no llega ni a escuela de Infantil, su ideología de máximos que carece de todo rigor, su propia visión, que se refleja con claridad en sus currículos, que caben en un post-it.

Pero para Extremadura este planteamiento es completamente dañino. Al pequeño comercio no se le salva con banderas obsoletas, sino con iniciativas que partan del análisis de la realidad, y la realidad es la digitalización, la optimización de procesos, el combinar el comercio tradicional con los nuevos usos y demandas del mercado, no quemar las máquinas de vapor.

Para terminar, desmontaré brevemente otra de las demagogias populistas, la de las condiciones laborales en Amazon y similares. Mienten porque, allí donde opera, Amazon debe regirse por la norma que exista, como todos. ¿Recuerdan la huelga de los trabajadores de Amazon en Madrid de hace dos años? Para quien no lo sepa, los trabajadores de Amazon tenían condiciones laborales mucho mejores que las del resto de trabajadores de su sector. Entonces se firmó un convenio provincial (patronal y sindicatos) cuyas condiciones seguían siendo peores que las de Amazon, y la multinacional dijo que iba a acogerse a dicho convenio. Por eso fue la huelga.

(Para quien crea que me he inventado la historia de Javier, le envío por privado las referencias que su pastelería tiene en Amazon. No son difíciles de hallar)