Nada es fácil, pero mantener cierto equilibrio cuando todo a nuestro alrededor es tan complejo y desmoralizador, parece tarea imposible. Sales a la calle consciente de que a lo largo de tu vida has tenido cerca a personas con ideologías diferentes a las que quieres y respetas y que eso jamás ha constituido un problema. No vigilas a tu vecino, a pesar de que se está generalizando hacerlo sin complejos, coronavirus mediante. Procuras evitar debates inútiles sobre políticos enfrentados, siempre en pie de guerra. Te repites que no van a poder contigo y que no vas a formar parte de esta bipolarización absurda, donde según quiénes te escuchen, eres de extrema izquierda o viceversa, haciendo exactamente el mismo comentario. Abogas por el sentido común y obvias el desconcierto que suponen los políticos científicos y los científicos politólogos. Y por supuesto, pones mucho empeño en morderte la lengua.

Pero se esfuerzan en arrojar tanta agua fría desde cualquier balcón, que acabas sucumbiendo tristemente cuando compruebas que además, tu medio de vida también se está empapando.

En esos momentos, los ejercicios de contención se van al garete y te sientes con derecho a gritar, como hacen los que caen al vacío. Pedir a voces la coherencia, el respeto y la profesionalidad que las administraciones nos deben, por mandato constitucional. Chillar que basta de circos mediáticos acompasados con ritmos de agitación,  debates parlamentarios que no urgen, y promesas absurdas. No puede trasladarse la culpa a la ciudadanía y recortar derechos fundamentales cuando lo que nos llega es caos y falta de previsión. Nuestros pensamientos se centran en no enfermar y en movernos de la mejor forma posible entre tanto miedo paralizante, solo en eso. Y por supuesto, en conservar nuestros trabajos.

Nada ni nadie saldrá indemne de esta pesadilla, pero si no prestamos especial atención a los cambios que se están produciendo en el ámbito laboral y los acompañamos con medidas de apoyo, debatidas, sensatas y coherentes, levantar cabeza va a ser complicadísimo. Estamos asistiendo al comienzo de un cambio estructural que puede modificar no solo la economía, sino nuestro modelo social, por muy duro que pueda parecernos. Por eso es absolutamente necesaria la participación de todos y todas y utilizar las leyes para las exclusiones, lo único posible en un estado democrático de derecho. Cualquier iniciativa mejora cuando se somete a debate la opinión de todas las partes afectadas y cuenta con expertos que plantean textos limpios, que aclaran y no confunden.

En lo que respecta al trabajo autónomo no hay dudas.  Si cerramos por salud pública o perdemos clientes, necesitamos justa compensación, no una subida de impuestos. La reducción del IVA a determinados sectores que están muy afectados supondría un balón de oxígeno. Si nuestra liquidez cae en picado, que no nos castiguen con unos recargos elevadísimos cuando no podemos afrontar las cotizaciones a la Seguridad Social, ¿no es evidente que todos los indicadores señalan que lo apropiado es rebajar las cuotas a quiénes lo necesiten?.

Escuchen antes de que sea demasiado tarde y no busquen tres pies al gato, las cosas son más sencillas de lo que parecen. Aúnen esfuerzos y póngase en nuestra piel para dar verdaderas respuestas y evitar bandazos, solo así saldremos de esta.


La autora es secretaria general de ATA Extremadura y responsable del Área de la Mujer Federación de ATA.