Poco suponía Johannes Gutenberg cuando inventó la prensa de imprenta con tipos móviles, hacia 1440, que su trabajo se convertiría en uno de los proyectos más revolucionarios del mundo moderno. El orfebre alemán acabó con los manuscritos con un sistema aparentemente rudimentario que se basaba en la adaptación de las prensas con las que se exprimía el jugo de las uvas para elaborar vino.

El padre de la imprenta moderna ha sido el artífice de la aparición de los periódicos, las editoriales, las bibliotecas e, incluso, los premios literarios y el dinero en papel. Sin su innovador proyecto nada de cuanto rodea al mundo del papel sería igual. Sin pretenderlo, Gutenberg dejó su legado, transformado en una millonaria herencia, a miles de empresas que durante siglos han fortalecido un tejido productivo de primer nivel que ha generado riqueza, desarrollo social y empleo. Paradojas de la vida, Gutenberg murió arruinado, pero permitió que millones de imprentas en el mundo hiciesen fortuna gracias a su invento.

Ahora, 580 años después, el Gobierno se ha empeñado en matar a los herederos del genial inventor. Hay innumerables estudios sobre la permanencia del SARS-CoV-2 en las superficies y ninguno, hasta ahora, ha podido demostrar que el papel sea una fuente de contagio. Uno de los más citados por los organismos oficiales –Aerosol and Surface stability of SARS-CoV-2 as compared with SARS-CoV-1– se ha convertido en una investigación de referencia. Pero es que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) y los principales institutos científicos y virólogos de referencia internacional reconocen que nunca se ha documentado la transmisión de la Covid-19 a través del papel. Por si fuera poco, la propia OMS también desmiente el riesgo de contagio de coronavirus con el dinero en efectivo y el Banco Central Europeo anima a continuar realizando las compras con billetes.

Pocos se han acordado de las imprentas en esta crisis sanitaria en la que todos los que han llorado han terminado mamando. En este país de contradicciones en el que nos ha tocado vivir se permite ir a discotecas, celebrar fiestas y eventos familiares, acudir a restaurantes y, en definitiva, hacer vida normal simplemente llevando una mascarilla, pero está prohibido tocar un libro. Es tal la contradicción gubernamental que establece diferencias entre distintos tipos de papel, dando vía libre a los periódicos y enviando a la hoguera a los libros, aunque un mismo diario en un bar pueda leerlo un número de personas más elevado que un libro en una zona común.

Si Gutenberg viviera moriría de dolor antes que de inanición; miles de imprentas cerradas o trabajando a medio gas por la torpeza de quienes han tomado decisiones a golpe de aullido, otorgando prebendas a aquellos que más chillaban y dejando postrados en el mundo de la indigencia a quienes no se atrevieron a levantar la voz.