Una llama votiva en el centro de la plaza, como un pozo de los deseos y de recuerdo; flores blancas como símbolo de la atención de una persona hacia otra y de esperanza y promesa en el cielo; la condolencia, el aprecio y el agradecimiento. “Despedir y reconocer” en un acto cívico en el que estaban todos, desde el Rey, todo el Gobierno, los presidentes autonómicos, las autoridades europeas, familiares de las víctimas y de toda la sociedad que vivió, sufrió y acompañó a las víctimas y a los supervivientes. Los españoles nos unimos en la desgracia colectiva y nos desunimos en las guerras de banderías.  Nunca como hoy España entera estuvo tan unida como durante los primeros meses de la pandemia; como hoy en la Plaza de la Armería del Palacio Real, en el funeral laico por casi todos aceptado.

“España ha demostrado su mejor espíritu”, dijo el rey Felipe VI, quien añadió que “lo sucedido compromete a toda la sociedad a poner su voluntad, capacidad y empeño para mirar al futuro con esperanza, desde el respeto y el entendimiento”. Dos representantes de la sociedad luchadora han dedicado unas palabras a los fallecidos y a quienes estuvieron en primera línea de combate: los sanitarios. Hernando Calleja, hermano de una de las víctimas, el periodista José María Calleja, hizo un llamamiento para mantener el recuerdo de las víctimas para construir el país que ellos hubieran querido compartir”. Aroa López, supervisora de Urgencias del Hospital Vall d´Hebrón de Barcelona, agradeció a los ciudadanos los aplausos de cada tarde que les daba fuerzas para seguir en la lucha.

Música, la justa y apropiada: el Himno Nacional a la salida de los Reyes del Palacio Real: la “Canción espiritual”, opus 30, de Johannes Brahms, basada en el poema del autor coral alemán Paul Flemming, sobre la aceptación del destino y la confianza en Dios y el ”Adagio para cuerdas”, considerada la obra clásica más triste,  interpretados por la Orquesta y Coro de RTVE. Y, al final, solo queda el silencio.

La muerte nos deja el silencio de los que se fueron y el desahogo de lágrimas y el silencio como toda oración por quienes nos dejaron. A veces, el silencio expresa más que las palabras. Por ello quizá se eligió el poema del mismo título de Octavio Paz, recitado y grabado por el actor José Sacristán. “Así como del fondo de la música/ brota una nota/que mientras vibra crece y se adelgaza/ hasta que en otra música enmudece,/ brota del fondo del silencio/ otro silencio, aguda torre, espada,/ y sube, crece y nos suspende/ y mientras suben caen/ recuerdos, esperanzas,/las pequeñas mentiras y las grandes,/ y queremos gritar y en la garganta/ se desvanece el grito.” A través del silencio, pasa toda una vida compartida, caminando juntos, truncada por la muerte. Solo en el silencio escuchamos la apagada voz del cuerpo, aunque no la del alma. En silencio apagamos el dolor de la pérdida de los seres queridos. Con el silencio iniciamos la soledad a que nos lleva la ausencia. Y, al final, con el minuto de silencio, significamos nuestras condolencias como un rezo, meditación, reflexión y respeto a los fallecidos. El minuto de silencio que pone fin al acto de despedida y reconocimiento a las víctimas de la covid-19, al personal sanitario y a cuantos ayudaron, y continúan haciéndolo, para combatir la enfermedad, aquel que propuso el soldado australiano Edward George Honey el 8 de mayo de 1919 para conmemorar que los ingleses guardaran dos minutos de silencio a las 11.00 de la mañana del 11 de noviembre como conmemoración del primer aniversario del tratado del armisticio, firmado un año antes… Y la Plaza de la Armería, en la que los soldados rinden honores a la Bandera y al Rey, enmudeció, entre el silencio, el respeto y reconocimiento a las víctimas.