El voto, en política, es como el símbolo de la libertad democrática más limpia y sana. Votamos “libremente” a quien queremos o quieren otros. No elegimos al que votamos, nos lo ponen ante los ojos para que lo elijamos entre varias ofertas.

En cualquier caso, el voto se ejerce también en las dictaduras o en democracias adjetivadas, como democracia orgánica. El voto evoca una especie de libertad sagrada, como si el voto llevara consigo la libertad, la verdad, la justicia y la equidad. De hecho el voto, siendo tan importante, no implica todos los valores que parece que evocan en la mente del votante. El voto no es una moneda de oro de valor fijo, sino variable según los que hacen y manejan los reglamentos a favor suyo.

Si analizamos someramente el proceso de una votación política, tenemos los siguientes pasos:

1. El votante que pretende mostrar y defender su tierra o su voluntad política.
2. El votado o representante que recibe el voto.
3. El partido a quien entrega el voto recibido el elegido como representante.
4. El uso del voto por los gobiernos o partidos según sus intereses.
5. El voto imperativo impuesto por los partidos contra la Constitución (art. 67.2)
6. Del voto inicial a quién decide sobre el voto, hay un abismo. No deciden los votantes ni los representantes del votante, sino los intereses de los partidos o gobiernos, que no siempre coinciden con la voluntad de los votantes y, con frecuencia, son contrarios.

Este voto “sagrado” democrático, “libre”, “justo”, pierde su conexión con la voluntad del votante y queda en manos ajenas e intereses ajenos. ¿Qué capital y fuerza quedan en manos del que entrega su cartera a un desconocido? ¿La de un mendigo? Este es el caso, por ejemplo, de Extremadura.

Pongamos el ejemplo de un río que pasa, pero que no riega nada del terreno por el que pasa. Se nos ha ocurrido, históricamente, retener el agua de los ríos para que fecunde la tierra por la que pasan… y se inventaron los pantanos. Lo importante del río no es el cauce, sino el agua que se va o se queda.

Necesitamos un pantano político en Extremadura para que su agua, la fuerza política del pueblo extremeño, pueda “regar” las desérticas tierras de Extremadura. Nos importa no el voto que se va al mar, sino el que se queda para regar, para defender los intereses de nuestra tierra, un poder extremeño.

Por otra parte, la elección de los votantes está condicionada por la publicidad, la propaganda, la presión y las trampas que se hacen para modificar la voluntad política de los que votan.

No existe igualdad de medios, ni siquiera proporcional, entre los diversos partidos. Las campañas electorales son tan injustas, tan desiguales, que no tienen ni parecido con la justicia y la igualdad que se suele exigir para todos.
La voluntad política está condicionada por esa falta de equidad entre los diversos candidatos y los medios que utilizan de forma masiva los que tienen el poder político o el poder económico.

Por otra parte, el voto está condicionado por la reglamentación que, del mismo, hacen las fuerzas mayoritarias. Teóricamente todos los votos serían iguales en valor, en respeto al votante y su voluntad política. Pero las clases dominantes le ponen a los votos sus condiciones, de forma que no sea como los cazadores, que cada cual cuelga lo que mata. Aquí, si un cazador no mata diez perdices o diez liebres, se queda sin ninguna y se la cuelgan los que han conseguido más de diez. ¿Y el que ha matado cinco? Como si no hubiera matado ninguna.

Este simbolismo es utilizado de forma real por los dos grandes partidos extremeños. Se cuelgan sus votos y los de aquellos que no han llegado al umbral necesario para entrar en el club de los ricos.

El voto tan necesario en una democracia está afectado por la manipulación precedente y la subsiguiente después de entregado. Se vote lo que se vote, el votante deja de ser dueño de su voto, de su voluntad política, son otros los que deciden.

El problema es que todas estas diferencias abismales las pagan los gobiernos con el dinero de todos, unos 50 mil millones que en su mayoría son para dos partidos, para los más fuertes.

La ingeniería política ha montado el sistema de tal forma que los votos caen en su cesta, en su caja fuerte, voten lo que voten las personas. Aunque parezca una exageración, tenemos la experiencia de más de cuarenta años de que ha sido y sigue siendo así. Lo mismo los gobiernos de izquierda que los de derecha han actuado en función de sus intereses y de sus dependencias para tener el gobierno, incluso en contra de Extremadura. Los votos de los extremeños son insignificantes para ellos, un cero a la izquierda, y los han utilizado como un voto seguro que tienen en sus manos, sin necesidad de preguntar a cambio de qué.

Rechazamos rotundamente el voto imperativo inconstitucional de los partidos, que obligan a los representantes a someterse a intereses ajenos o contrarios a los votantes y representantes.