Hoy la pregunta por el tiempo en que vivimos se traslada a la de averiguar en qué mundo estamos, como si se pudiera simplificar una única respuesta.

Si la gran mayoría estamos de acuerdo en que el cambio constante y las rupturas son nuestras señas de identidad vitales es porque todo lo que sucede aparece conflictivo, en crisis sistémica de un mundo globalizado donde todo lo particular es difícil de acceder. ¿Cómo saberlo? El sistema emergente nos lo repite de continuo, “todo está cayendo “, “preparémonos para el cambio constante” aunque sintamos que todo es una repetición de lo mismo, de lo que ya estaba establecido: que “solo hay un mundo” y por tanto es suficiente revelar su nueva cara a través de las herramientas digitales a nuestra disposición.

¿Quiénes son los creadores de ese nuevo mundo? Las empresas y conglomerados big tech (y la continuidad del sistema financiero mundial) donde ya nos van persuadiendo la poca vida que tendremos si no nos imaginamos crecer a medida que se expanden la automatización y la inteligencia artificial. Y esto vale tanto para la economía material (sistema acumulativo de materias primas, energía y recursos), como la inmaterial (sistema de relaciones y servicios).

Nos repiten: han caído los grandes relatos, la hegemonía occidental, las creencias religiosas, el clima y los recursos materiales y aquí llegan las big tech (multinacionales sin apenas regulación) como salvadoras. Para ello nos proponen herramientas cibernéticas en lugar de acciones humanas, que nos la deberíamos descartar pero que pretenden introducirnos en un “único universo “, el de alta tecnológica (interesada en obtener nuestros datos) y de realidad virtual, lo denominemos metaverso o redes sociales.

El cambio continuo solo requiere que lo disfrutemos ya, sin muchos esfuerzos ni cuidados, y sin tiempo para involucrar a instituciones políticas y movimientos sociales en defensa de la vida y del territorio. De aquí la aparición momentánea y el impulso de los coaching y los hackers a punto de convertirse en nuevas clases sociales.

Es cierto que la tecnología de la información (las poderosas digitales creadas desde Silicon Valley) nos ha interrelacionado como nunca ofreciéndonos “la solución” a todos los problemas que podamos encontrar en este mundo y todo esto apelando a la creatividad ciudadana: “no esperes que el gobierno te ayude, construye tu propia aplicación”.

Esa solución milagrosa del mercado está capturada, extraída, de ese excedente innovador personal rentabilizado solo por unos pocos. Porque a pesar de vendernos los beneficios universales (de bien común) gracias a una mano invisible del mercado, la economía digital deriva de solo cinco grandes tecnológicas: Google, Amazon, Facebook (Wasap, Instagram), Apple y Microsoft. ¿Serán estas las formas del nuevo mundo poscapitalista que el sistema nos ofrece? (Ver: Evgeny Morozov investigador bielorruso. “Capitalismo Big Tech. ¿Welfare o neofeudalismo digital?”  Madrid. 2018)

Evidentemente no todo marcha de manera uniforme, nunca ha habido acuerdo acerca de un mundo común, el pluralismo siempre ha sido tan humano como real.  De hecho, si no pusiéramos a un lado lo que nos separa nunca podríamos construir algo común. Y eso es la escucha y el proyecto impulsado por la vicepresidenta Yolanda Diaz. Difícil ponerse de acuerdo, pero es necesario hacerlo. Posiblemente la socialdemocracia en Europa esté en crisis total en un momento en que el poder económico ha arrinconado al poder político ante el asalto del neoliberalismo (el de la libertad para beber de la Sra. Ayuso), pero hay que recomenzar todo, lo que no quiere decir empezar de cero. Hay que cohabitar, hacerles volver no por lo que sepan y han dejado de hacer, sino por lo que se puede aprender en el trayecto que se desea hacer juntos.

Lo común siempre está por componer y por eso a veces fracasa en su juntura. Esto no quiere decir que no se progrese, pero ya no lo hace con el mismo sentido que se propuso para llegar a ser modernos en un crecimiento que discurre como una flecha, sin interrupción. El cambio social hacia un ideal de mejora de la humanidad tiene partes que pueden cambiar de lugar, así como consecuencias inesperadas y todas esas “fricciones” son las que pueden hacernos mejores. Cada vez hay que ajustar, descubrir, especificar cada preocupación, cada obra, cada cosa a realizar.

Lo común es encontrarnos con la diversidad de mundos. Y para ello el papel que tiene las ciencias, sí en plural, tanto las exactas como las naturales, las duras como las flexibles, las diplomáticas como las académicas, es fundamental. Tanto para las pandemias, como para la emergencia climática y la guerra necesitamos el acceso a la diversidad de mundos, a un pluriverso, a un multinaturalismo y no a una doctrina que nos dé una sola naturaleza, un solo género, un solo hombre, un mundo común inapelable.

Es evidente que la política es cada vez más un repertorio de pequeñas actitudes, de un puñado de las mismas críticas, de algunas actitudes tan usadas como repetitivas, de imitaciones de unos y otros tan lejos de las cosas que conciernen a la mayoría de la gente. Y esto hoy lo vemos, por ejemplo, con el asunto de los impuestos y la financiación pública pero también con la guerra (las guerras) en marcha.

No nos queda más remedio que comenzar a familiarizarnos con las habilidades diplomáticas de un irremediable pluralismo, de la diversidad de mundos. Del feminismo y del indigenismo, de las maneras habilidosas con el territorio y los cuerpos, a sabiendas que no solo concierne a los humanos  esa manera de hacer.

Antes que solo había un pensamiento único (cuando éramos modernos), con una sola naturaleza, la diplomacia solo servía a los intereses económicos y comerciales, pero hoy, la perspicacia y la habilidad tano como la audacia deben correr el riesgo de componerse mutuamente y progresivamente: Disponer, Ensamblar, Armonizar, Practicar. (Bruno Latour, investigador en ciencia , tecnología y sociedad: “ Nunca fuimos modernos”. Madrid. 2007. Toda su obra es recomendable.).

El autor es ingeniero y profesor de filosofía y formación profesional