Se ha dicho que ejercer el poder es en cierta manera el arte de la simulación, una interpretación dramática de ciertos papeles asignados a los protagonistas intervinientes.

La gran obra dispone de todos los aderezos necesarios: un auditorio convertido en masa (los súbditos, a veces esclavos) contemplando los actos que ejecuta el héroe protagonista, es decir, el que ostenta el poder (el poderoso) quien interpreta haciendo suyo un personaje repleto de máscaras.

Dicha idea, tan intuitiva que no puede dejar de ser cierta, no ha de sorprender  a nadie toda vez que siempre existen los mismos parámetros de acción repetidos a lo largo de la historia, y que son plausibles y demostrables, además de estar escritos e inmortalizados en páginas y páginas de libros que cualquiera puede consultar.

Uno de los grandes en estos menesteres es, sin duda, Elias Canetti, del cual ya he hablado en más de una ocasión, y en concreto, de su monumental obra “Masa y Poder”, en donde el autor se tomó la molestia de analizar las dinámicas del poder y de los poderosos durante casi cuarenta años de su vida mediante un estudio genealógico histórico-etnográfico-antropológico y psicológico de todo lo que rodea al poder y al poderoso.

Cuando se ha leído a Canetti y se está pendiente de todo lo que acontece en el estrato del poder a todos los niveles, es inevitable encontrar respuestas ante preguntas supuestamente retóricas como esta: ¿Por qué el poderoso actúa de esa manera? ¿qué es lo que le lleva a adquirir, por ejemplo, una actitud hostil incluso ante su propia corte de acólitos basada en  la muerte física tan propia de los regímenes autoritarios o la política en las democracias llamadas liberales?

No es tan extraño como pudiera parecer si atendemos al perfil del poderoso y a la maquinaria que hace funcionar al poder mismo.

De entrada hemos de entender que el poderoso es conocedor de esas dinámicas, tanto por su propia naturaleza (a la que Canetti en ocasiones acerca a la del paranoico) como por el análisis externo de todo lo acontece.

El poderoso actúa con un comportamiento muy reconocible, asume todos los atributos que entraña el manejo del poder: actúa con fuerza y determinación (con resiliencia, como se diría ahora), manejando los tiempos y las incertidumbres que otorga el hecho de una falta de respuestas fehacientes a las cuestiones que se le plantean (para él, la respuesta es una pregunta propia), engloba en sí mismo los secretos más inconfesables que jamás compartirá con otros (no confía en nadie excepto en su propia persona), ostenta el poder de la gracia y el perdón con un criterio personal de lo que para él es “lo bueno y lo malo”, simplificando así lo complejo de las relaciones humanas, asume un actitud física arrogante y reconocible: Canetti lo representa como la figura de un maestro de orquesta que mira de pie a los músicos que yacen sentados (el símbolo de su dominio sobre los otros), y está de espaldas al auditorio. De esta manera, maneja el orden de las cosas con dominio absoluto de las circunstancias. El tiempo, para él, no existe, o mejor dicho, el tiempo es él mismo, lo aprehende.

Hay, además, según Canetti, una serie de nexos en común que acercan al poderoso y al paranoico, el cual  a veces pueden ser lo mismo como decimos:  la sensación de invulnerabilidad, el concepto de los otros como algo más pequeño, el sentirse perseguido y observado, la sensación de ser y de llegar a ser un último superviviente (que es lo que le hace matar a su alrededor, sobre todo si se siente amenazado), el catastrofismo como amenaza constante del orden cósmico siendo él el único capaz de evitar el desastre, la necesidad de crecer en masa siendo la masa una parte de sí mismo (podríamos hablar de paternalismo frente al resto).

Precisamente es en el dominio de la masa y su domesticación donde el paranoico-poderoso asume su mayor virtud así como en el control de la orden como tal.

En cuanto al primer aspecto, Canetti dice que la masa es un fenómeno que aparece por el temor que al ser humano le inducen los otros, una total paradoja sin duda, pero su formación y su rápida disolución viene derivada del hecho de que el contacto, y por lo tanto, la eliminación de los espacios que separan a las personas induce en el individuo un cierto alivio en determinadas circunstancias.

El poderoso sabe controlar a la masa mediante la retórica, le habla como a un todo para que se mantenga firme, le da órdenes que son acatadas sin rechistar porque en la dinámica de la masa, la orden “no duele” tanto como en el caso de que ésta sea individual.

Según Canetti, precisamente, es “el aguijón” en el que se convierte la orden cuando un superior las emite a un subordinado dentro de una escala jerárquica como ocurre en el ejército o en otros estamentos como los partidos políticos,  donde se encuentra la durabilidad de esta, pero también el dolor que la orden lleva en sí y que el ser humano tiende a aliviar a su vez emitiendo órdenes a subalternos.

Cuando se da órdenes a una masa dócil esa sensación de dolor propiciada por “el aguijón” desaparece ya que todos los individuos integrantes de la masa se sienten UNO, diluyendo así su responsabilidad. Además, si la orden implica descargar en un sujeto considerado como “enemigo” esa negatividad propia de la orden, entonces la liberación es plena (pensemos en las masas de acoso, por ejemplo).

Canetti, en su obra, acaba con un alegato sobre este peligro que supone el control del poderoso-paranoico en cuanto a la orden: ahí es donde reside su verdadero poder y tal vez su punto débil, ya que según el autor, la única manera de anular los delirios del que ejerce el poder es contrarrestar el dominio del “aguijón” de la orden, invirtiéndola y devolviéndosela al que ha mandado ejecutarla. En los países autoritarios la vía para hacer eso es una rebelión de la masa a veces con tistes sangrientos que pueda deponer al que ostenta el poder. Eso mismo, en los países democráticos, se llama forzar elecciones.