Siempre se ha dicho que “la cara es el espejo del alma”; no hay mayor verdad. La cara y sus gestos, o mejor dicho, el rostro, nos ilumina lo que hay de verdad en el interior del individuo que nos lo muestra. No es baladí, por lo tanto, que dentro de la poesía se le haya cantado  a este asunto. En Rilke, por ejemplo, es habitual encontrar el rostro como tema recurrente.

A Elias Canetti siempre le fascinó este asunto. Según expone a lo largo de su obra y en particular en “Masa y poder”, en el rostro humano podemos ver reflejada una secuencia de cambios que él asocia a su idea de “metamorfosis”, es decir, las transformaciones que inherentemente sufrimos en cuanto a nuestra forma de ser, y por lo tanto, en nuestro comportamiento, una herencia de todo lo aprendido durante nuestro  devenir por el mundo. El origen de esa metamorfosis. según argumenta Canetti,  puede proceder de las relaciones que hemos tenido los seres humanos con los animales en el proceso de caza (el origen más remoto de la organización humana en torno a una masa). El hombre ha imitado a los animales para dominarlos; de ese proceso superficial ha derivado otro más complejo y profundo, el de la metamorfosis. No es casualidad por lo tanto que Canetti abogue a este proceso etológico para “desenmascarar” los mecanismos que maneja el poder para dominar a la masa.

Según Canetti, el poderoso es un experto en el manejo de la máscara, precisa de ella para mimetizar su metamorfosis propia, que sin duda le delataría en cuanto a su verdadero sentir. La máscara lo que hace es crear un personaje al margen de su portador, que se escuda detrás de ella. El origen del drama está en el uso de las máscaras; no es casualidad tampoco como bien asegura Canetti. La máscara refleja unos gestos muy sólidos e inamovibles que definen el personaje del poderoso pero quien lo contempla sabe que detrás de la máscara hay un abismo de naturaleza desconocida.

El que contempla la máscara siente un cierto pavor ante ella, le genera una necesaria sensación de distancia frente al que la porta porque la incertidumbre de no saber lo que se oculta detrás de la máscara genera espanto. En la máscara todo es constante, no hay gestos que demuestren los cambios propios de nuestras emociones, de esa metamorfosis a la que alude Canetti. No obstante, hay que decir que el poderoso puede hacer uso no de una sino de muchas máscaras, todas dispuestas una debajo de la otra según interese. Sería algo así como una especie de secuencia de máscaras, que nunca llegaría a ser metamorfosis porque los patrones y los gestos de cada máscara son fijos y constantes. Esto hace que el que lo observa siempre con la debida distancia, sabe del fraude y la mentira.

El arte del uso de las máscaras es el arte del dominio del poder; seguro que todos tenemos en nuestra retina casos cercanos de personajes que emplean máscaras. Valga mirar al espectro político para entender esta cuestión.

Parece que para muchos políticos, el arte del hacer en la cosa pública es el arte del manejo de la máscara. Hoy digo una cosa, muestro esa cosa como un personaje con máscara pero mañana ya no vale; no pasa nada, me quito la máscara porque llevo otra debajo.

Este aspecto es muy grave, ha existido desde siempre ya que está vinculado al poder que es justamente antagónico en muchos aspectos a lo que podríamos asociar a la libertad plena. Una sociedad será tanto más libre cuanto menos tolere el uso de las máscaras por los estamentos de poder.

No es de extrañar que en algunas constituciones de países que presumen de ser liberales en el sentido más doctrinal de la palabra, se recoja la necesidad de que los ciudadanos no usen máscaras o prendas que cubran su rostro (estoy pensando en la constitución francesa, por ejemplo, que prohíbe expresamente esto).

Este aspecto me hace recordar lo que hemos y estamos viviendo en esta época de epidemia mundial, en donde una de las medidas drásticas que se tomaron fue la del uso de las mascarillas. Sin entrar a valorar su idoneidad  desde un punto de vista sanitario (está claro que ha sido una medida necesaria de esa perspectiva), el uso de la mascarilla ha supuesto una limitación clara de nuestros derechos y libertades, unidas al resto de decisiones excepcionales que todos conocemos.