La libertad individual y colectiva en democracia parece lo más aceptado intelectualmente.

La ideología nace de una visión partidista del “deber ser social”,  a partir de la interpretación de la idea de la  justicia ligada a la de igualdad como intención.

La postura que defiende, de modo especial, la libertad de pensamiento para la educación, parte del respeto a las personas, a los derechos humanos, dentro de un orden democrático. La opinión contraria, suele venir de un modo de interpretación de la sociedad como sometida al “deber ser”, a una ética social tendente a la unidad del sujeto único (sujeto colectivo), que se pone por encima de los sujetos individuales o la persona humana.

En definitiva, se trata de saber cuál es el sujeto social que se impone, si la persona o el yo colectivo.

El yo colectivo podría ser el del Estado, la nación, el partido único, que colectiviza la voluntad de cada uno y la sintetiza en una, la del Gobierno o el partido único. Puede haber acuerdos en acciones colectivas con discrepancias importantes. Pero este acuerdo tiene que pasar por la conciencia y el entendimiento de las partes que acuerdan en temas éticos.

La libertad colectiva se impone sobre la personal hasta anularla o reducirla a la suma o la concentración en la voluntad mayoritaria.

Con diversas formas y denominaciones, esta tensión subyace entre la libertad personal y la acción colectiva, como deber ser unitario y el deber ser personal. La conjugación y el equilibrio entre las personas libres y las sometidas a la ideología o a la voluntad mayoritaria del conjunto de la sociedad. El sentido del deber ser colectivo debería llevar a la aceptación y comprensión de los que piensan de forma distinta, pero la tentación del “yo” colectivo o partido único, trata de imponer su verdad por encima del convencimiento ajeno. La ideología, si no se comparte, se impone. Es como si la verdad (las ideas) se tuvieran que aceptar voluntaria o forzosamente.

La ideología impone su “verdad” (su proyecto social) como voluntad colectiva. Pero los que defienden la libertad individual parten de la diversidad y respetan la voluntad personal por encima del deber colectivo impuesto por la ideología.

El deber ser colectivo es fruto de la ideología.

En la postura de la libertad individual, se respeta la voluntad individual como realidad, que puede conseguir la colectiva (libre), cuando es asumida por la mayoría.

No se trata de sustituir una imposición por otra, una ideología por otra. Ni siquiera aceptaríamos la imposición de la verdad. La verdad y las ideas se comprenden o no, pero deben pasar por el filtro de la razón o conciencia propia.

Había tantas cosas seguras en la lógica, que nunca creíamos que pudieran cambiar y ni siquiera ponerse en duda. Por el contrario, ahora es la incertidumbre la “verdad” más “segura”.

Hay una gran tensión entre dos modos de entender la educación, que podríamos simplificar en la libertad individual y la libertad colectiva (o socializada).

La postura que defiende la libertad de educación para los hijos, parte de la valoración de la persona, por encima de la voluntad colectiva.

Se trata, en definitiva, del “deber ser” de la enseñanza.

¿Quién decide sobre ciertos valores y principios éticos? Para unos, los padres por los hijos menores. Para otros, el Gobierno, que se apoya (teóricamente) en la igualdad de la ley para todos. Pero esta ley implica principios que no asumen los padres.

Cuando la ley, con sus ideas y valores, es aceptada por la mayoría, se impone, por encima de la opción contraria.

Pero la idea de los que parten del derecho inalienable de seguir su propia conciencia en temas éticos, no acepta las imposiciones de “verdades” (de ideas) que no ven positivas, sino todo lo contrario. La cuestión está en el fondo, en imponer unas ideas por la mayoría, o la objeción de los contrarios, que no aceptan esa imposición por encima de la propia conciencia.

Nadie puede sustituir la verdad personal, por la que quieren imponerle los que tienen la mayoría. La verdad no está sometida al número de votos.

Las ideas convencen o no convencen, pero no se pueden imponer, ni aunque fuera la verdad más evidente.

En las cuestiones éticas, no se trata de conocer y decidir sobre una verdad o una idea verificable científicamente, sino de un acto imposible de verificar, como un experimento de la física. Aún así, debería pasar por el filtro de la propia conciencia, si no queremos degradar a la persona que piensa y decide libremente, por la alienación de un pensamiento ajeno e impuesto.