(Hacia una ecología de la atención).

Aquel 11 de marzo de 2011, un gran tsunami, no era el primero, golpeaba las costas japonesas con una violencia inusitada pero que ha pasado a la historia porque sus consecuencias aun, lamentablemente, no han sido controladas. La catástrofe continua.  Y esto es así en uno de los países más ricos y adelantados tecnológicamente del mundo, en un país donde la industria nuclear nipona nunca quiso aceptar que pudiera suceder algo semejante.

De igual manera que nunca se ha querido admitir el peligro potencial de los dos reactores de la central nuclear de Almaraz que habiendo cumplido ya los 40 años de un funcionamiento alarmante, continua en prolongación como para tentar a la probabilidad de una catástrofe potencial. El último informe de ADENEX al respecto, recogía más de 2.500 sucesos e incidentes algunos de los cuales siguen sin resolver. Y lo volvemos a repetir en un momento en que el regulador de la seguridad nuclear y de la protección radiológica, el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), ha admitido una prórroga de siete años más, siempre que cumplan con unos condicionantes técnicos imprescindibles, algunos de ellos   sin implementar desde hace 14 años.

¿Qué tecnología y qué estado de seguridad nos concierne?

Cuando en 1986 Chernóbil desató la alarma internacional, la industria del átomo a nivel mundial ya tenía miles de incidencias y más de cuatrocientos accidentes graves por todo el mundo. Pero la URSS entonces representaba la más atrasada tecnología posible en el ámbito de las sucesivas mejoras de las centrales nucleares en funcionamiento. Se proclamaba entonces que eso no sucedería nunca en un país en la órbita tecnológica made in USA; que por supuesto en un país desarrollado jamás se repetiría un nuevo Chernóbil.

Japón, al finalizar la segunda guerra mundial, tuvo que aceptar que Westinghouse y General Electric, impusieran sus “átomos para la paz” (reactores nucleares) como fuente principal de energía en las islas, hasta convertirse en el tercer país productor de energía atómica del mundo. Con 53 reactores que representaban el 35 % de la electricidad japonesa, y a pesar de múltiples accidentes y terremotos que se sucedían en las islas que alertaban lo peor; el gran tsunami ocurrió, con olas de hasta 15 metros de altura, topándose con varias centrales nucleares en la costa, acumulando la catástrofe humana y económica con unos niveles de contaminación radiactiva a más de 100 km de distancia. Todo lo tenían previsto salvo lo que aconteció dramáticamente el viernes 11 de marzo, no por el terremoto en sí, si no por el estallido radiactivo provocado por unas centrales nucleares que había obviado los límites de seguridad ante terremotos extremos en el mar cercano de la costa este de Japón.

La inundación de los seis reactores de la central de Fukushima- Daiichi “inutilizó los generadores de emergencia de la central y condujo a tres fusiones nucleares” originando a un accidente nuclear similar al ocurrido en Chernóbil 25 años atrás, catalogado como máximo posible. Ni generadores eléctricos ni la inyección de agua de mar garantizaba el enfriamiento requerido. En el núcleo del reactor, el hidrógeno en forma de gas explosiona y hace volar el techo de la central y todo el edificio de contención, de manera similar en cuatro reactores. La contaminación radiactiva llega al mar (concentraciones de radio y cesio), contaminando la fauna marina. El atún, capturado, y otras especies, llega incluso hasta la costa de California: jamás ha ocurrido una cosa parecida en la historia de la humanidad.

A día de hoy, diez años después del accidente, la contaminación aun no está confinada, a pesar que el gobierno nipón está pidiendo que la gente vuelva a vivir en las zonas contaminadas, a que se eliminen los dosímetros de los lugares públicos que siguen señalando altos índices de contaminación radiactiva. Incluso a nivel internacional Japón sigue promoviendo los juegos olímpicos a fin de borrar la imagen desastrosa de una situación sin soluciones apropiadas y donde la ciencia es incapaz de encontrar respuestas adecuadas. Las tecnologías actuales todavía no son capaces de soportar las intensas radiaciones presentes. Nadie sabe cuándo podrá empezar el desmantelamiento. Incluso ahora proponen que el agua almacenada radiactiva sea arrojada al océano Pacifico ya que la alternativa es la construcción de varios embalses en tierra que durante al menos 100 años pueda estar bajo vigilancia, cosa que no desean hacer visible durante tanto tiempo. Esto nos recuerda demasiado a la situación de Palomares en España, por ejemplo.

¿Qué se ha aprehendido de Fukushima en Almaraz más allá de pintar en el suelo de hormigón el emblema de que se han adaptado a las recomendaciones postfukushima?.

Las empresas propietarias (Iberdrola (52,7%), Endesa (36,0%) y Naturgy (11,3%), no se ponen de acuerdo para el cierre inmediato, pero sí para exigir al Ministerio que no quieren pagar por lo que desechan, es decir por los residuos radiactivos son como un regalo eterno envenenado a las generaciones venideras. Incluso las obras requeridas en el embalse de refrigeración debían estar terminadas según el calendario previsto. ¿Para cuándo?  ¿Y le gobierno portugués no tiene nada que decir?

El CSN que, en lugar de ser independiente del negocio radiactivo, después de 40 años siguen concediendo prorrogas a sabiendas de que determinados riesgos continuan sin solución. Como por ejemplo los generados eléctricos que previstos en caso de accidente todavía no han logrado demostrar un funcionamiento correcto y fiable. Y lo más peligroso, que la rotura de la presa de Valdecañas no origine algo similar a lo ocurrido en Fukushima, pues según proclaman las empresas propietarias “nunca va a ocurrir cosa similar”.

El Ministerio para la Transición Ecológica que negoció sin transparencia democrática ninguna, sin audiencia y consenso social un calendario de cierre a medida de las eléctricas, pero el cual aun no ha actualizado el ultimo Plan de Residuos Radiactivos para así no incrementar sus aportaciones económicas al mismo. El ultimo es del 2006 y debía haber sido renovado cada 4 años, máxime cuando ya se ha entrado en periodo de desmantelamiento de todo el parque nuclear.

La Junta de Extremadura ha reconvertido el prometido Plan de Desarrollo equitativo económico para la comarca de El Campo Arañuelo en una vía libre para las empresas propietarias dándoles prioridad para que ocupen todo el territorio extremeño con plantas fotovoltaicas impidiendo, de esa manera, que pymes y emprendedores sean las verdaderas comunidades energéticas de Extremadura; las únicas que pueden frenar el despoblamiento en ciernes.

Nuestros pensamientos, estos días, están con las víctimas actuales y futuras de una tecnología del átomo para generar electricidad que jamás tuvo que desarrollarse por los daños y sufrimientos ocasionados en todo el mundo.