El sector apícola extremeño ha logrado situarse entre los de mayor importancia, tanto en nuestra región, como a nivel nacional, en cuanto su valor económico, ambiental y, por supuesto, por su gran repercusión y componente social, siendo uno de los sectores más localizados de nuestra geografía, ligado fundamentalmente
a zonas periféricas y de alta montaña como las comarcas de Las Hurdes y la Siberia Extremeña.

Debido a la gran labor desempeñada por nuestros apicultores y apicultoras en estos últimos años, se viene mostrando como un valor al alza y diferenciador, algo que sin duda, no escapa a la vista de las distintas administraciones que han comprendido la vital importancia de su supervivencia. En esta línea, el incremento de presupuesto en el Plan Nacional Apícola, es gratamente recibido por el sector. Este programa específico de apoyo de la UE permitirá adquirir maquinaria nueva, reinas para contribuir a la repoblación de la cabaña, contratar técnicos por parte de organizaciones de apicultores, adquisición de alimentación, cera, tratamientos veterinarios medicamentosos, etc. En definitiva, vendrá a paliar parte de los gastos de explotación para el mantenimiento de esta actividad.

De esta manera, pareciera que únicamente habría que esperar a que estas ayudas causaran el efecto esperado, pero nada más allá de la triste realidad. El sector apícola extremeño atraviesa en la actualidad uno de los momentos más críticos de las últimas décadas en cuanto a mortalidad apícola se refiere, superior incluso a los problemas sufridos durante las campañas 2003/2004 con el tristemente famoso CCD (Síndrome de despoblamiento de las abejas) y donde más allá de cuestiones comerciales (irrisorio etiquetado de la miel) e incluso de rentabilidad de las explotaciones apícolas, está en juego la propia supervivencia de un sector que suma ya tres campañas con una mortalidad de colmenas a lo largo de la invernada que en la mayoría de las explotaciones alcanza el 50 %, con picos puntuales de hasta el 70-80 %.

Posiblemente son múltiples las causas que provocan esta tremenda mortalidad. A las ya conocidas por la climatología, fiel reflejo del más que probable cambio
climático, se unen otras como, el fuerte incremento de la prevalencia de parasitación por varroa, como consecuencia de la falta de nuevas materias activas para el tratamiento, el agotamiento y falta de eficacia de las existentes y la aparición de resistencias a las autorizadas por la AEMPS en la actualidad. Otros factores, no menos importantes, que pueden influir en este problema son: la intensificación de cultivos, enfermedades emergentes (fundamentalmente virosis), incremento de fitosanitarios y agrotóxicos agrícolas, pérdida de biodiversidad…..

Sea cual sea el motivo, la pérdida masiva de polinizadores silvestres en general y de la abeja de la miel en particular, es un hecho constatable y fuera de toda discusión. La gravedad de esta situación se acrecienta por el escaso margen de actuación que posee el apicultor profesional extremeño para ni tan siquiera paliar dicha catástrofe, ya que enmendar estas cuestiones escapa la mayoría de las veces a su control, actuaciones que se enmarcan dentro de una batería de medidas
(alimentación artificial continuada, aplicación reiterada de tratamientos antivarroa, traslado periódicos de colonias con la intención de encontrar mejores condiciones ambientales, …) que en una gran cantidad de ocasiones obtienen únicamente el incremento de los gastos de explotación como recompensa.

Otro grave problema añadido recientemente a la actividad apícola regional hace referencia a las trabas que por parte de algunas entidades municipales y apicultores
estantes de otras CCAA, mediante las que se impiden o dificultan en gran medida la realización de una de las actividades que son santo y seña de nuestra apicultura “La Trashumancia”, siendo imperiosa la necesidad de proteger la misma y articular una regulación nacional de esta actividad para evitar disparidad de situaciones en
función de la comunidad autónoma a la que nos desplacemos. Ya quedó atrás una mortalidad “normal” asumida de entre un 10-15 % de las colmenas por explotación durante la invernada, recuperable en muchos casos con la reposición propia primaveral. Hoy, a los altos costes de producción que debe asumir el apicultor (alimentación artificial, tratamientos sanitarios, combustible para las visitas y la trashumancia, reposición de material, mano de obra…) hay sumar los de compra de material vivo (enjambres, reinas, paquetes de abejas…) para reponer una cabaña apícola en declive.

Esta pérdida de abejas y la imperiosa necesidad que el apicultor tiene de multiplicar en primavera sus colonias conlleva irremediablemente a una tremenda disminución de la producción de productos apícolas extremeños (miel y polen), que agravan todavía más la economía de los apicultores; como muestra la producción
de mieles monoflorales (altamente demandadas en el mercado) que cayó en Extremadura en 2020 un 80 %, mientras que la miel poliflora lo hizo en un 50 % y con una cosecha de polen prácticamente residual, siendo posiblemente la peor campaña en cuanto a producción de los últimos 30 años.

La actual situación de crisis del sector apícola supone también un problema general para todos, porque no podemos olvidar el papel esencial que desempeñan las abejas en la polinización de las plantas, manteniendo los ecosistemas por ese proceso natural de polinización que realizan para que las flores puedan dar semillas
y frutos. El equilibrio de la vida depende de ellas, pero también nuestra alimentación, porque el 84% de las especies de cultivo y variedades vegetales de Europa existen gracias a la polinización por abejas, según la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO).

Las organizaciones agrarias y cooperativas de Extremadura quieren mediante la presente nota de prensa hacer partícipes a las administraciones públicas en particular, y a la sociedad en general, de esta delicada situación de ahogamiento del sector, con la intención de implementar de manera conjunta un plan de acción que incluya la mejora y mantenimiento de las ayudas públicas al sector (por ejemplo las ayudas agroambientales de la anualidad 2020 están aún sin abonar a los apicultores) , el fomento del consumo y la producción de los productos apícolas extremeños, la mejora de los aspectos sanitarios y la protección medioambiental,
tanto de las abejas como de su servicio de polinización y mantenimiento de la biodiversidad.

Debe tenerse en cuenta que la realidad descrita se está convirtiendo en un escenario dramático para cientos de familias que viven exclusivamente del desarrollo de la actividad apícola, y en el contexto actual, resulta imposible el sostenimiento económico de muchas explotaciones y el mantenimiento de la un sector apícola sólido como el que con tanto esfuerzo se ha logrado consolidar en Extremadura.