(Hacia una ecología de la atención).

¿Qué está ocurriendo? ¿Todo es virus? El Capitolio de EEUU se blinda con unas dimensiones que solo las películas de Hollywood nos recuerdan. Se ha puesto en marcha un plan antiterrorista de gran magnitud y la sociedad norteamericana duda si esa prevención es contra de los suyos o para prevenir una amenaza exterior. En todo caso medidas militares ante los hechos inusitados del pasado 6 de enero, que incluso visto desde fuera, nadie imaginaba el intento de golpe ciudadano contra la democracia americana.

¿Quién iba a calcular que las llamadas de un presidente USA se iban a cumplir a rajatabla? Llamada a sus seguidores a invadir la sala de representantes y a bloquear a la presidenta en su propio despacho. Llamadas hechas por redes sociales, no en una rueda de prensa, ni en un comunicado oficial, ni en un comunicado presidencial. ¡El presidente las divulgaba y jaleaba por Twitter! ¡En un país donde cualquiera puede llevar un arma! Ninguna fuerza de seguridad, ese día, estaba preocupada por tal motivo. Nadie imaginaba que el disparate propuesto por el presidente electo de la mayor democracia del mundo se llevara a cabo. Nadie, salvo sus seguidores. La responsabilidad del propio partido republicano es clave y aun son incapaces hoy de que su líder máximo no continúe sembrando oídos y mentiras. Quizá ahora entendamos algo más ese nuevo mundo de la posverdad aupado desde el 2016 desde la Casa Blanca.

Lo cierto es que medios de comunicación y representantes políticos norteamericanos ya estaban acostumbrados a “valentonadas “semejantes de un presidente que durante cuatro años les tenía acostumbrados. Por tanto, nadie dio importancia a otra más.

Aquí no ahorramos indicar todas y cada una de las propuestas políticas de una presidencia trumpista que afortunadamente acaba, pero que algunos analistas norteamericanos ya lo califican como “nuevo nazismo”, de un nuevo y renovado Hitler al cual apuntan tanto los hechos como las maneras de lo ocurrido, y también de lo aceptado durante cuatro años. Pero la historia, aunque se pueda repetir no lo hace de la misma manera, ninguna organización social lo hace con las mismas herramientas: las tecnologías puestas en marcha han cambiado en estos últimos noventa años. Las sociedades no son laberintos sin salida, pero no vale cualquier atajo, y el nuevo presidente debe modificar muchos de los hábitos adquiridos, en base a ruido y desconcierto mediático, que han debilitado en mucho la democracia americana con efectos más allá de sus fronteras. No perdamos el mundo de vista, pues muchas de las tendencias actuales ya estaban en marcha antes del virus.

Entramos en plena aplicación de las vacunas de las cuales esperamos desenlaces vitales importantes, en un momento social de hipersensibilidad a la inmediatez que implica tenerlo todo ya resuelto. Desde luego el que sí lo tiene claro es el actual presidente del Corea del Norte (“Corea del Norte se jacta de no tener casos de Covid-19, solicita la vacuna”), y los que menos los habitantes de toda zona del Amazonas (“Colapsa el sistema sanitario del estado de Amazonas y los médicos tienen que elegir a quien darle oxígeno”).  Preocupante. Mientras ha comenzado la investigación en China (“Los expertos tendrán dos semanas para visitar los escenarios de la pandemia antes del arranque del Año Nuevo lunar”).

Todos deseamos “abrazarnos lo antes posible” y de llegar ese día, todos lo haremos a la vez para lo cual nos deberá pillar muy sanos para no caer en las mismas. Esto quiere decir hacernos responsables de un mundo desigual, incluso en nuestra propia ciudad sin ir más lejos. Parece que solo ahora nos damos cuenta que los recursos son finitos, que no se tiene todo bajo control y que el mundo no es violento en sí por naturaleza, sino por decisiones políticas y sociales que lo organizan y   conforman.

En este mes la aplicación de las vacunas, su eficacia y comportamiento, es lo prioritario ante lo cual “la economía libre de mercado calla” por la cuenta que le tiene, aunque no está dormida. La gran monopolista energética lo ha dicho saber subiendo el precio de la electricidad, lo que nos puede dar pistas de ese futuro tan “happy” que plantean algunas políticas con el “todo eléctrico”. Es decir, que somos muy dados a creer, tener confianza ciega, en todo lo que tenga el marchamo de “nuevo”, y “nueva”:  nuevas tecnologías, nueva normalidad, nuevo estilo de vida, nuevo trabajo, nuevas soluciones, y hasta nuevos pecados. Otra cosa diferente es la novedad, que nunca indica el milagro, la varita mágica, panaceas o remedios universales. Las novedades no tienen por qué esperar a que algo las organice fundamentalmente.

Y de novedades, en este semi-encierro , o confinamiento de tercera ola (habrá por tanto otras más), la mejor fantasía para sobrellevarlo sea la literatura. Leer nos permite ser testigos de milagros, pero narrativos, de ficción ante de que lleguen de verdad. Una novela, o un cuento, no se lee para encontrar una cierta moralina o para enseñarnos lo que no sabemos. Uno se acerca al libro como invitación a “preguntarnos como actuaríamos si estuviéramos en el lugar del protagonista”. Así, al menos no lo recomienda Jean HEGLAND (Washington, 1956) con el título, “En el corazón del bosque”.

También un poema, una obra de teatro, un filme nos proporciona lecciones imaginadas y persona(je)s irreales, para mostrarlas como un mapa y poder orientarnos “con la que está cayendo”. Nos proporciona experiencias no vividas, una experiencia única a comparar con la actual acontecida.  En ese estar en casa, la literatura nos sigue permitiendo una interconectividad vital necesaria para sobrellevarlo. El poder de los sentidos.

¿Y si los cantos de sirena tecnológicos de la inmediatez nos bloquean? Que nos encuentren tejiendo amarrados a historias (redes) donde estén todos los finales del mundo, para así poder escoger el más adecuado, antes de que todo pase. Quizá nos despertemos, “dándonos abrazos”, afirmando que el sentido común no es el pensamiento único, no solo es la suficiencia occidental, la seguridad burbuja o un calentamiento que pasará.

Que ante tentaciones autoritarias tengamos el sentido de los límites, la pluralidad de los posibles y las paciencias humanas que impidan la humillación de lo minoritario, la brutalidad organizada esté donde esté oculta.

La pandemia no nos tiene que debilitar.