Antes sí que comíamos bien, sobre todo los sábados, de tapeo y cañas por Donosti, o los domingos por el Paseo de Gracia de Barcelona, que ya sabemos que allá donde reside el parné, campea a sus anchas la opulencia, y como en este país todo se hizo para que vascos y catalanes se lo lleven crudo, pues los sábados y los domingos sí que comíamos bien. Tanto llegó a ser así, que cuando ganó las elecciones Aznar, en la calle Génova sólo se escuchaba el grito de “Pujol, enano, aprende castellano“.

Aunque, paradojas del destino, fue Aznar quien terminó hablando catalán. Es lo que tiene este país, tal como lo definió Lord Salisbury al referir que las naciones se dividen en dos: vivas y moribundas.

Así que nada nuevo bajo el sol, hay naciones que nacen con gafe y otras que caen siempre de pie, y en el caso que nos ocupa más, si tenemos en cuenta que en el País Vasco lo único relevante que hicieron durante siglos fue dedicarse al cultivo del nabo en la alta montaña, y en la Catalonia a exportar por sus puertas del Mare Nostrum, pues de haber nacido de espaldas a la mar, ambas no serían más que dos “simples paisajes», en palabras de Ortega y Gasset. Si bien es verdad, sobre ésta última, que alberga el mayor tejido editorial de este país pues sólo ellos, los catalanes, invirtieron en cultura. Al César lo que es del César. Claro, que es como lo de las estrellas Michelin, que se otorgan allá donde la pasta riega los fogones de la alta cocina.

Luego vino lo de la banda terrorista y los tiempos del miedo y el terror. Y los del Pujol y lo «tres per cent». Los domingo solíamos tapear en mi pueblo en una plaza que llaman El Rollo y aunque nada tuviera que ver con los pintxos ni los txakolís por la parte vieja de San Sebastián, el buen vino de pitarra y unos buenos morros con tomate nos hacía más llevadera las mañanas de misa de guardar.

Y así llegó lo de las autonomías y con ellas la desidia y el abandono, pues en este país, como ya dije anteriormente, hay dos tipos de naciones: las vivas y las moribundas, y todos sabemos quienes fueron siempre las unas y las otras. En verano, por ejemplo, y durante décadas sufríamos a los emigrantes que llegaban en bandadas con sus buenos coches y sus parloteos y sus desprecios, porque en aquellas tierras todo era mejor y más bonito, y no como  aquí, que vivíamos poco menos que en la miseria perpetua y siempre durmiendo la siesta. Cuando los paraban, por ejemplo, porque la carretera se encontraba en obras, en seguida tocaban el claxon al grito de “esto en el País Vasco no pasa y en Cataluña tampoco», y luego, a finales de agosto, desaparecían con el coche cargado de matanza, que allí de aquello ni mü, y para que se dejaran sus dineros en esta tierra olvidada, celebrábamos las fiestas en honor del emigrante y asina íbamos tirando.

Por eso nació “ la Catalana“, esa tostada de pan, aceite y jamón; porque unos emigrantes de Castuera era lo que llevaban para comer en la fábrica textil donde trabajaban: un poco de pan de leña del día anterior, un tomate de las vegas ardientes del Guadiana o el Alagón, aceite de oliva de La Serena o de la Sierra de Gata y un buen jamoncito ibérico de las tierras de la montanera, que de eso los catalanes no tienen nada de nada.

Y llegó él, Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Y la bandera de Extremadura que se forjó con los colores de los equipos de fútbol del Cáceres y el Badajoz y la sede capitalina en la que todos los partidos políticos optaron que, para evitar rencillas y de una manera salomónica, fuera designada Mérida. Y la sede de la presidencia autonómica, cuando la prensa regional se hizo eco de los rumores sobre la opulencia del citado edificio, según los cuales la grifería era de oro, las bañeras imitaban a las romanas de puro mármol y hasta habían instalado un gimnasio profesional. Fue como cuando Felipe González se alzó con la presidencia, que decían desayunaba niños crudos. Así que una de las primeras decisiones del entonces joven presidente Ibarra fue convocar a los medios y mostrarle los baños del palacio presidencial y, no contento con eso, el líder de la oposición se presentó en persona para dar crédito personalmente, valga la redundancia. Curiosamente durante los 24 años que Ibarra ostentó la presidencia de la Junta de Extremadura no cambió un solo mueble, una cubertería o un mantel.

Y también, en septiembre de 1983, vino lo del atentado de ETA, porque una parte de esa España viva también tiene un alto componente de cinismo, y el asesinato de Urnieta, en Guipúzcoa, del joven policía de 24 años y natural de Badajoz, Pablo Sánchez César, y a cuyo funeral quiso asistir el recién elegido presidente Ibarra, a pesar de las recomendaciones de todo el mundo: «¿Pero a usted qué se le ha perdido allí?».

Fue en autobús desde Mérida a Madrid, en Madrid se unió a la comitiva política y asistió al funeral. Pasada la ceremonia, cuenta Ibarra que se quedó solo en la iglesia y que se identificó a unos policías como el presidente de la Junta de Extremadura y que le habían dejado solo.

– Los asistentes se han marchado. ¿Cómo puedo regresar a Badajoz ?, continuó.

Al final decidieron que viajara con el féretro en el avión con los restos del policía asesinado. Le llevaron en su cuatro latas hasta el aeropuerto de Vitoria, aunque antes se detuvieron en casa del malogrado joven y donde, unos y otros maldecían la mala suerte que les estaba tocando vivir en aquellas tierras de fuego y miedo y hasta en más de una ocasión, el joven Ibarra hubo de advertirles que eran los de ETA quienes asesinaban y no los políticos. Y también recuerda en sus memorias aquel viaje y el dolor de la familia del pobre policía y aquella pregunta:

– ¿Por que ha sido asesinado Pablo ? ¿Es que ustedes no pueden hacer nada?

Luego asistió al sepelio en Hoyos, el pueblo de su viuda, porque nunca quiso desentenderse de las víctimas ni de los extremeños. Y así llegaron los caudales de Europa en forma de Fondos FEDER un tiempo más tarde y construimos una Extremadura nueva, lejos de aquella nación moribunda, y tejimos la mejor y más moderna red viaria de España, envidia de emigrantes, y autovías públicas y universidades de prestigio, y ciudades de ensueño.

Este año ha sido un año muy duro, marcado por la pandemia, pero también será recordado como el año en el que una niña, cuyo currículum político está vacío, pues no conoció tragedias, ni dramas, ni penurias, que no construyó nada, “mandó» callar a Ibarra, aquel a quien ni la mismísima banda terrorista hizo callar y que, rompiendo cristales, ayudó a construir un país vivo y próspero. El mismo año en el que el partido en el gobierno de España, el mismo en el que milita el señor Ibarra, trató de justificar esta nueva manera de hacer política con el todo vale y en base de la normalización democrática, blanquear a una banda terrorista que durante décadas manchó de sangre y temor las calles de este país, del vivo y también del moribundo, que parece ser que es donde esta “nueva“ manera de hacer política nos conduce, olvidando que algunos para que se “normalizara“ la política, entregaron su propia vida.

Feliz año nuevo a todos y que esta pesadilla se acabe pronto, aunque los tiempos que corren lleguen aún moribundos e inciertos; pasará, pasará como pasan las guerras y también los hombres en silencio, aunque algunos aún continúen latiendo en pos de la libertad y los verdaderos valores del ser humano.