(Hacia una ecología de la atención)

Evidentemente la conducta desafortunada de un padre no hace culpable al hijo. Y la inversa; ¿un hijo responsable de los comportamientos inadecuados de su padre? Diríamos que es una cuestión ética y como tal de alcance individual; “que cada uno asuma sus obligaciones sociales”. Pero cuando esta cuestión se refiere al padre del actual rey de España, el alcance es bien diferente y de privado se convierte en asunto público de primer orden.

Se equivocan quienes solo ven una relación filial más para que un hijo, D. Felipe de Borbón pueda asumir los incumplimientos de su padre, D. Juan Carlos de Borbón.

¿Qué responsabilidad tiene un hijo de los incumplimientos fiscales, de la ocultación de cuentas e incluso del harén que su padre pueda mantener? Evidentemente todo quedaría en un asunto de “desgracias en la familia” y por tanto de una resolución privada y particular, pero en este caso concreto no se trata de un hijo y un padre cualquiera como ustedes pueden entender. Incluso si el régimen constitucional español fuera de República, ningún hijo del presidente concernido se haría cargo de malversaciones e inmoralidades de su padre. Se pueden poner ejemplos cercanos al respecto de los múltiples escándalos por parte de algunos presidentes como los acaecidos en la República francesa, que también recibieron millones de países corruptos, con blanqueo y fraude fiscal incluido de los cuales ningún hijo se hizo responsable al no estar implicado, pero tampoco le sucedió en el cargo.

La diferencia en el caso español es que la sucesión presidencial del Estado no se dirime en las urnas, sino dentro precisamente de la propia familia. Todas las monarquías tienen aseguradas su continuidad siempre que tengan hijos, y a veces hijas. Si el actual hijo del rey emérito ha llegado a ser el “presidente del Estado” (ostenta la jefatura del Estado y el mando supremo de las Fuerzas armadas) de la actual Monarquía Parlamentaria española lo ha hecho por ser el hijo de un padre monarca, el cual le ha trasmitido la “sucesión política”. Según la Constitución española, ratificada en referéndum, ser “hijo de” no es solo una relación filial más, pues asume la herencia paterna en cuanto a la Jefatura del Estado. Por tanto, sí hay una trasmisión de responsabilidades políticas paternas   y de las cuales un hijo “Rey del Estado” debería responder.

Y no se nos puede pedir a la ciudadanía una contemplación pasiva de unos hechos que por reales pueden llegar a ser antidemocráticos. ¿En qué sentido? En el de que toda democracia exige dirimir las responsabilidades políticas a través del ordenamiento jurídico aprobado constitucionalmente.

Cuando los reyes y reinas, reciben y aceptan sobornos pocos lo ponen en duda dada la aceptación casi unánime de que se encuentran ante un poder plenipotenciario fuera de las urnas. Y resulta que las Monarquías en Europa que tuvieron casi un carácter divino, es decir intocable y todopoderoso, en las actuales monarquías parlamentarias y Estados de Derecho siguen apareciendo con esa especie de poder recibido del cielo, tan diferente al recibido por los votos.

Y esta situación no solo es especifica de España, La monarquía holandesa que a pesar de algunos cargos de soborno y relaciones extramatrimoniales “nunca fue llevada a la justicia por cuerdo político”. O en Suecia donde eran bien conocidos los amantes del monarca, y que, a pesar del perdón de su esposa, trasciende la actitud de cualquier gobernante en un país democrático. Y la misma situación en el Reino Unido donde todo lo que ocurra a nivel de la decencia y presupuesto de la corona, es tratado, por mandato constitucional, como línea de sucesión a fin de “salvar a la monarquía”. En una Monarquía el que gobierna es el hijo, o hija, constitucionalmente aceptada la continuidad heredada por familia, pero en un Republica es el “presidente o presidenta, elegido libremente” sin vínculo familiar ninguno, donde de cualquier soborno no valdrá solo con pedir disculpas, sino que abandonará su cargo y su continuidad será sometida al sugfragio universal.

Estamos entendiendo que todo desarrollo social de un país   es un largo aprendizaje de dificultades, pero desde luego también un “aprendizaje histórico”. Los reproches políticos antes se solucionaban con golpes de estado militares, de los cuales la historia de España nos ha legado infortunios sangrientos en estos dos últimos siglos. La democracia conquistada desde 1977 no es un espejismo, ha surgido de un diálogo y una empatía que debe renovarse continuamente. Ni mejores ni peores, tan vulnerables e imperfectos como nuestros vecinos, en un mundo donde todo lo económico aplasta lo social y que por tanto requiere de una pluralidad, solidaridad y participación transparente máximas y accesibles.

Un estado actual democrático no se sustenta en la mera contemplación y parsimonia de lo dado, como si la democracia fuera un orden incrustado de manera ajena a la ciudadanía. Hoy las repúblicas europeas están llamadas por la ciudadanía a devenir más plurales y justas, incluidas las monarquías que siguen presentándose como la institución que “hace siempre todo por nosotros”, vamos, como dios. Entre unas y otras los nacionalismos se presentan como solución, pero ya sabemos bien que de manera “sangrienta”, de desprecio a lo diferente, y “racista”.

Un estado federal en España, es el camino hacia una pluralidad compartida, que es precisamente una democracia con sentido pleno, no un mamotreto metafórico que asimila familia personal política con monarquía parlamentaria. Tanto la situación internacional como europea e interna nos requiere con toda sabiduría y vulnerabilidad precisa para un cambio constitucional razonado. No tenemos desamparo. La política no es un privilegio adquirido, ni de identidades excluyentes, ni odios enfrentados y si de muchos disensos creadores. Una nueva Constitución republicana que supere las actuales indefiniciones y actualice relaciones recreadas. Aprender a ser plurales sin jerarquías heredadas.

Recomendable un pensamiento que lo haga posible, al menos desde el punto de vista interdisciplinar, como el iniciado por el proyecto de Jose Luis Villacañas “La historia política de España”.