A mediodía de hoy tenía lugar en la sede oficial de la UEFA en Nyon (Suiza) el sorteo de los octavos de final de la Champions League (la tradicional Copa de Europa de clubes campeones de Liga), en la que han quedado clasificados los dieciséis equipos de la ronda preliminar o fase de grupos para disputar los octavos. Todo esto lo saben los aficionados mejor que las medidas preventivas ante la covid, aunque tendrán que esperar hasta mediados de febrero para llegar al éxtasis que les producen las victorias de sus equipos ante los contrarios que les caigan en la suerte de los dos bombos.

Todo normal y previsto. Lo que no es normal y tampoco está previsto es que cada día más ignoremos lo previsto en la lengua castellana, que tendemos a ignorar tanto como otros desean que la ignoremos por completo. Y así nos va. Leemos los periódicos de la mañana y observamos, no sin rubor, que en un periódico se afirma que “no han faltado las sorpresas en la clasificación de los grupos. Quizá las más llamativas sean la no presencia en los bombos de este lunes de dos equipos históricos como el Manchester United y el Inter de Milán”. Refiriéndose a los bombos, da cuenta que en el primero estarán los cabezas de serie, que son los ocho primeros conjuntos que han quedado primeros y otro con lo no cabezas de serie, que son los otros ocho que se clasificaron como segundos. Y remata: “De esta forma, lo que estén un mismo bombo no podrán enfrentarse entre sí.”

¿Qué es eso de la no presencia y del bombo de los no cabezas de serie”? Con lo fácil que sería decir la ausencia, la inasistencia, la incomparecencia…, antónimos todos de la presencia. Soñamos tanto con la presencia de nuestro equipo en la finalísima de Estambul que nos alegramos que campeones de otros tiempos, como los discípulos de sir Alex Ferguson, Mouriño y hoy, Solskajaer, o de Antonio Conte, no estén en el primer bombo. De la misma forma que los no cabeza de series estarán en el segundo. Evidentemente, en el segundo están los que no son cabezas de serie. Una perogrullada a la que nos conduce el escaso conocimiento de nuestra lengua, al que desean conducirnos con más hincapié de lo deseado nuestros próceres gobernantes.

Escribía el otro día sobre el lío en que nos había metido el ministro de Sanidad, Salvador Illa, al proclamar urbi et orbi, tras la Conferencia Sectorial de los consejeros de Sanidad, que el Plan de Navidad, que hoy comienza, “contempla que solo familiares y allegados podrán saltarse el confinamiento perimetral de las comunidades para reunirse”. Hasta cuatro comunidades le avisaron en la última reunión de que la definición, tal y como la expresó, podría dar lugar a equívocos y, quizás, a la tercera ola; pero nada, él erre que erre… ¡A un catalán le van a venir con el castellano, ahora que por sus divinos votos se lo quitan de encima…!” Y precisó: “Todos entendemos quién es un allegado” y se preguntaba: ¿Alguien está en contra en que personas que mantienen una relación afectiva, que no cae en una definición clásica de familia, pueda reunirse en Navidad o en Nochevieja? Creo que todo el mundo lo ha entendido.” No, si entender se entiende perfectamente; pero ya veremos las consecuencias. Y no dio su brazo a torcer a pesar de las llamadas a la precisión y limitación no solo de la lengua, sino del lenguaje médico conceptual y social. Traducción: “Hay que aplicar el sentido común y no moverse más de la cuenta.” Es decir, la familia y ni uno más. Para más ejemplo, el de ayer en Cáceres: diez sanitarios salen a comer tras el trabajo… y todos contagiados. Claro, eran más de seis. La vicepresidenta Calvo ironizaba: “La personas que están en tu vida.” Las redes, por boca de otra mujer, le respondían: “Mi único allegado es el que tengo en mi barriga.” Este sí que es allegado, porque ha llegado a mí…, delante mía… No, no: delante de mí, pronombre, no adjetivo… ¡Hasta ahí podríamos llegar!, con su no presencia, en su ausencia…