Las Sagradas Escrituras cuentan que fue la última ocasión en la que Jesús de Nazaret se reunió con sus discípulos para compartir el pan y el vino antes de morir. Fue la última cena. Si otorgamos a la narración cierto aire de superstición no será necesario echar muchas cuentas para concluir que en torno a aquella mesa estaban sentadas 13 personas: Jesucristo y los 12 apóstoles.

El episodio evangélico de la última cena está plagado de narraciones que, con el paso del tiempo, se han transformado en supersticiones populares, como derramar la sal, o la triscaidecafobia, es decir, el miedo irracional a todo aquello que está relacionado con el número 13. Tras esa cena no hubo más. Cristo y 11 de los 12 apóstoles salieron de Jerusalén; todos menos uno, Judas el traidor.

Un virus malicioso nos ataca, de manera especialmente cruel en los almuerzos, y este país ha abierto un debate sobre la necesidad o no de celebrar en familia la cena de Nochebuena, la de Nochevieja o las comidas de Navidad y Año Nuevo. Extremadura roza los mil fallecidos por la pandemia pero sólo los que han perdido a alguien cercano ven rostros humanos llenos de dolor detrás de los números.

Queremos compartir juntos el pan y el vino como Jesucristo con los apóstoles pero no hemos pensado que esa puede ser la última cena de nuestras vidas. Extremadura se arrastra de tristeza por la pérdida de un millar de personas y queremos estrujar la vida sin darnos cuenta de que nos puede arrojar al precipicio de la muerte.

Leonardo da Vinci pintó un grandioso mural de la última cena en el que el anfitrión preside desde el centro una alargada mesa en un encuentro que parece más un funeral que un banquete. Da Vinci cuidó cada pincelada para no conceder a los protagonistas de su obra ni un ápice de optimismo; no emana ninguna sonrisa de sus rostros, ni siquiera un gesto que pueda interpretarse como una alegre celebración.

Los Sagrados Evangelios narran dos profecías de Cristo que terminaron cumpliéndose: la traición de Judas​ y la negación de Pedro. El primero fue el que le entregó y el segundo el que le negó hasta en tres ocasiones. Pedro se acordó de que Jesús ya le había advertido de que antes que el gallo cantase le negaría tres veces. Y saliendo fuera, cuando ya no había remedio, lloró amargamente.