Ni es 8 de julio ni será a las 8:00 de la mañana. El segundo encierro será distinto, y no por su carácter virtual, que ahora se lleva mucho eso de las webinars y las calls a varias bandas. ¡Claro que no estamos en Pamplona ni en San Fermín! El segundo encierro tampoco será tan rápido como aquel del 7 de julio de 1975, en el que los toros de Benítez Cubero tardaron 1 minuto y 50 segundos en completar el recorrido. El escenario será más parecido al de los encierros de los patas blancas de Victorino en las fiestas de San Buenaventura de Moraleja, que pueden tardar lo indecible en completar un trazado de apenas 900 metros. O darse la vuelta y no hacerlo, que todo puede suceder.

El vicepresidente segundo de la Junta de Extremadura, José María Vergeles, ha reconocido que eso de que el pico de la curva de contagios de coronavirus se había registrado el 25 de septiembre no fue más que un espejismo. No sólo no cae la curva, sino que se hace más grande; es decir, hay grave riesgo de accidente.

En un país como el que nos ha tocado, donde el que no llora no mama, no se puede gobernar a golpe de improvisación. Ha venido a decir el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, que los toros se ven muy bien desde la barrera; o dicho en palabras de Vergeles: «que cada uno se ponga en los zapatos del otro» para analizar la situación desde el ángulo opuesto. Y como esta práctica tan sencilla no se ha aplicado vamos abocados a un segundo encierro, pero sin toros en la calle.

Lloraron los grandes grupos de comunicación y se facturó su silencio a base de prebendas publicitarias; amenazó con ruina el sector turístico y se dibujó un verano feliz de chiringuitos y playas abriendo fronteras; y enseñó los dientes la hostelería y se fueron estableciendo compensaciones que eliminaban las limitaciones horarias. Y así fuimos tejiendo el mapa de la España cañí y del coronavirus, ese bicho malo que se iba a extinguir con las altas temperaturas.

En la España feliz en la que vivimos no se puede gobernar a gusto de todos, porque intentar complacer a la inmensa mayoría es un ejercicio milagroso que nadie ha logrado hasta la fecha. La apertura de los establecimientos de hostelería y el ocio nocturno podrían haber funcionado en un país de personas responsables y políticos rígidos; pero ha fallado lo uno y lo otro. Ni la gente ha estado a las alturas ni las autoridades a las maduras. El resultado de la suma es que ahora pagaremos todos las consecuencias.

El 25 de septiembre de 1493 Cristóbal Colón inició su segundo viaje a América; el mismo día, pero del año 1932 nació el expresidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y el 25 de septiembre de 2020 creíamos que se había doblegado una curva que ahora es más peligrosa que nunca. Extremadura ocupa el puesto número 12 de 17 en el ránking de contagios por comunidades autónomas. Aquí el que no se consuela es porque no quiere: hay once autonomías que están aún peor que la nuestra, pero el nivel de contagios en una región como ésta, de apenas un millón de habitantes, es difícilmente soportable en las circunstancias actuales.

Los 441 contagiados y siete fallecidos notificados el último día laborable de la penúltima semana de octubre no dejan lugar al optimismo en una comunidad donde hay más de 200 personas hospitalizadas en camas de agudos, y unidades de cuidados intensivos al borde del colapso. Un plan de contingencia en el área de salud de Mérida, traslado de pacientes de unos centros hospitalarios a otros, 122 brotes activos y 198 ancianos contagiados por esta enfermedad.

Ya nos han advertido que se aproximan semanas duras y difíciles en las que se van a adoptar medidas muy drásticas. Llega el segundo encierro, que no será como el primero, porque entre tanto ministro debe haber surgido alguna mente privilegiada que debe haber advertido que el estado de alarma, en su más pura aplicación, es incompatible con el despegue económico. Una de dos, o nos morimos del Covid o nos matan de hambre.